En nuestro país, casi todas las ciudades grandes y medianas tienen un creciente problema de movilidad. Los ciudadanos que transitan en vehículos, reclaman porque según ellos no hay suficientes vías y los gobernantes y los que aspiran a gobernar, no solo prometen, si no que invierten grandes porciones del erario en mejorar, adecuar y construir nuevas infraestructura viales, con el fin de mitigar los problemas que se presentan.
Es indudable que una buena infraestructura vial, contribuye a la circulación, más no a la movilidad en mi concepto, porque es palpable que la mayoría de las grandes capitales de nuestro país, a pesar de tener una relativa buena infraestructura vial, cada día se les acrecientan los ya grandes problemas de movilidad. Y en cuanto a las ciudades intermedias y en desarrollo, a pesar, como ya he dicho de grandes inversiones en esta materia, los problemas de movilidad no decrecen, si no, que por el contrario, aumentan con el paso de los años.
Si uno analiza las ciudades europeas antiguas, que tienen las mismas calles hace 200 años, diseñadas para coches y carruajes tirados por caballos, observa que esos problemas de movilidad no se presentan. Pero entonces, ¿qué nos diferencia de esas ciudades, que a pesar de ser tan antiguas conviven en sus calles los peatones, los ciclistas, los motociclistas, el transporte público y los carros particulares? Indudablemente algo en nosotros falla, y no parece ser la falta de infraestructura vial el principal factor, puesto que muchas de estas ciudades, están llenas de calles más estrechas que las nuestras y, sin embargo, por ahí circulan todos los usuarios de las vías casi sin conflictos, a diferencia de nosotros que aún con grandes avenidas y calles anchas, casi que, en cada cuadra, en cada esquina, tenemos un conflicto por movilidad.
En nuestras ciudades, los conductores del servicio público odian a los particulares en sus coches; esos particulares odian a los motociclistas y, ante el creciente fenómeno del mototaxismo, muchos ven a cualquiera que va en moto a un delincuente; los conductores del servicio público, los particulares en sus coches y los motociclistas, sean mototaxistas o no, odian al ciclista, y todos estos a su vez, odian al peatón; con el agravante, que nuestras ciudades están diseñadas para los vehículos, y no para el peatón – como debería ser – y finalmente el peatón va atemorizado por las calles, porque nadie le respeta sus espacios, ya que, todos los días vemos motociclistas transitando por andenes o vía peatonales, coches parqueados encima de los andenes, por lo que el peatón debe bajar a la calzada para transitar, corriendo el riesgo de un atropello, de un loco que viene a toda m… cuando nuestro código de tránsito dice claramente que la velocidad máxima en zonas urbanas es 30 Km/hora, conductores que no respetan las cebras, o simplemente conductores que les tiran el carro encima por osar atravesarse en su camino.
Entonces, ¿Qué nos hace falta?
En varias ocasiones me he referido a este tema, en el cual debo insistir: Nuestra sociedad colombiana toda, es decir no es un problema de tal o cual ciudad, si no el conjunto de la sociedad colombiana ha perdido algo esencial para la convivencia, me refiero a la CIVILIDAD, que no es otra cosa que el conjunto de normas explicitas e implícitas que debe cada ciudadano cumplir para poder convivir con los demás. Este concepto de CIVILIDAD, amplio de por sí, surge de un concepto mayor que es el RESPETO, es decir, si usted respeta como ciudadano a sus conciudadanos, si respeta las normas, si respeta a las autoridades, usted no tendrá conflictos con nadie, esto afecta la movilidad, porque la calle es un lugar de encuentro ciudadano, en donde todos somos iguales y tenemos los mismos deberes y derechos, y al ser pisoteados esos deberes y derechos, pues se generan los conflictos.
La propuesta entonces, es inculcar a los ciudadanos ese concepto de CIVILIDAD, que sociedades más avanzadas han conseguido y que esas sociedades lo entienden como algo normal, no extraordinario como sucede aquí, en donde un hecho de CIVILIDAD, por ejemplo, que un peatón ayude a un anciano a atravesar en una calle, se ve como algo inusitado y hasta provoca titulares periodísticos. Eso debe partir desde el principio, es decir desde la base de la sociedad, que es por un lado la FAMILIA, y por el otro los niños.
Pero no basta con programas y proyectos – como los hay en todas las ciudades – en donde las autoridades llevan a una persona o varias a las escuelas y colegios y les dan instrucción sobre normas viales, no. Tiene que ser una política estatal que busque que todos sus ciudadanos vuelvan a la civilidad perdida, los niños y jóvenes aprenden rápido, si la información es trasmitida adecuadamente, pero además, se convierten a la larga, en maestros de los adultos, porque en su conciencia quedan las enseñanzas (buenas o malas) que les son inculcadas a temprana edad.
Algunos de los que leen esto, no entenderán, pero debemos volver a las cátedras de CÍVICA, COMPORTAMIENTO Y SALUD, URBANIDAD, HISTORÍA DE COLOMBIA y todas esas materias que desde que fueron suprimidas de nuestro sistema educativo, nuestra sociedad se fue volviendo cada día más intolerante y menos respetuosa.
Y mientras ello ocurre, los alcaldes deberían implementar políticas públicas de movilidad, que incluyan además de la enseñanza en jóvenes y niños de normas de tránsito y movilidad, valores intrínsecos de toda sociedad civilizada como son la ética, la resolución pacífica de conflictos, el respeto, la honradez y el respeto.