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El Antipetrismo: El peor mal que le pudo pasar a Colombia

La oposición basada únicamente en la destrucción del otro, sin alternativas ni visión de país, no solo es estéril sino peligrosa. El antipetrismo no construye, solo sabotea. Y lo más grave: ha arrastrado al debate público a un terreno de mezquindad, donde los logros son invisibles y las mentiras, virales.

Colombia vive una paradoja política y mediática en la que el odio visceral hacia el presidente Gustavo Petro ha degenerado en una oposición sin argumentos, sin ética y sin propuestas. 

El antipetrismo, más que una postura ideológica, se ha convertido en una cruzada irracional que ha hecho que antiguos líderes progresistas terminen defendiendo lo indefendible, simplemente por llevarle la contraria al gobierno

Es el caso de figuras como Sergio Fajardo y Claudia López, quienes alguna vez representaron una alternativa de centro, pero hoy se alinean con sectores de derecha y con el uribismo más recalcitrante, proponiendo acabar con la paz total, reprimiendo la protesta social y saboteando cualquier iniciativa del gobierno actual.

Justifican todo lo que criticaban 

Este fenómeno político ha llevado a que muchos actores, que antes eran abanderados de causas sociales, hoy se dediquen a justificar el robo sistemático del sistema de salud por parte de las EPS, minimicen los logros sociales y económicos, y se resistan a reconocer avances que incluso ellos defendían en otros tiempos. 

El antipetrismo ha hecho que figuras como Humberto de la Calle y hasta el expresidente Juan Manuel Santos —premio Nobel de Paz— pidan suspender los diálogos de paz, ignorando los avances en desarme, desmovilización y reconstrucción del tejido social, y centrándose solo en los tropiezos, como si los procesos de paz no fueran, por definición, complejos y llenos de dificultades.

La desinformación y el sesgo han tomado por asalto a los medios tradicionales, convertidos en instrumentos de desprestigio sistemático. 

Se enfocan en noticias menores, muchas veces manipuladas, mientras ignoran datos tan relevantes como la histórica reducción del desempleo, la baja sostenida en la inflación o la estabilidad macroeconómica del país. 

Las incautaciones récord de drogas y el aumento del turismo internacional —un claro indicador de mejora en percepción y seguridad— son presentados como insignificancias o directamente ignorados.

El antipetrismo ha destruido el rigor en el análisis económico

Hoy vemos a economistas que se dedican más a profetizar crisis imaginarias y racionamientos energéticos ficticios, que a analizar con objetividad los indicadores reales. 

Mientras el país experimenta una de las mayores entregas de tierras en décadas, una política fiscal ordenada y un fortalecimiento del peso colombiano frente al dólar, los opositores insisten en sembrar miedo con narrativas apocalípticas que ya no calan en gran parte de la ciudadanía.

Es evidente que al antipetrismo no le interesan los resultados ni el bienestar del país. 

Lo que les incomoda es que alguien fuera del establecimiento tradicional esté logrando transformaciones profundas, muchas de ellas largamente postergadas. 

Les molesta que se cuestione el poder de los clanes políticos, que se regulen los abusos del capital, que se enfrente la corrupción estructural. Les resulta intolerable que haya un presidente que no juega bajo las reglas de los poderosos de siempre.

La oposición basada únicamente en la destrucción del otro, sin alternativas ni visión de país, no solo es estéril sino peligrosa. 

El antipetrismo no construye, solo sabotea. Y lo más grave: ha arrastrado al debate público a un terreno de mezquindad, donde los logros son invisibles y las mentiras, virales. 

Colombia merece más que una oposición ciega por el odio. Merece un debate serio, propuestas claras y un mínimo de honestidad intelectual. 

Porque el verdadero mal no es el gobierno que quiere cambiar las cosas, sino la ceguera de quienes prefieren ver fracasar al país con tal de no darle la razón a Petro.


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