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Un periodismo desconectado de la realidad revela la verdadera crisis de los medios tradicionales

La prensa tradicional tiene hoy ante sí un dilema: o reconecta con las luchas reales de la ciudadanía y se convierte en un actor clave en la construcción de una democracia más justa, o se encierra en una burbuja de autosuficiencia, donde la crítica se convierte en dogma y la desconexión, en costumbre.

En días recientes, una vocera de la prensa tradicional expresó su incomprensión ante la reacción de rechazo de amplios sectores de la ciudadanía hacia los medios de comunicación convencionales.

La periodista, desde su tribuna habitual, no logra entender por qué, según ella, cuando denunciaba la corrupción del gobierno de Iván Duque recibía aplausos, y ahora que critica al gobierno de Gustavo Petro, recibe ataques y descalificaciones.

 A su juicio, se trata de una muestra de incoherencia por parte de los defensores del actual presidente.

Sin embargo, lo que esta periodista parece no comprender —o no quiere reconocer— es que la razón de esta reacción ciudadana no es una cuestión de doble moral, sino precisamente todo lo contrario.

La diferencia fundamental radica en el contenido y las consecuencias de las políticas de cada gobierno.

Mientras el gobierno de Duque impulsó una agenda claramente alineada con los intereses de una élite empresarial, en detrimento de las necesidades de las mayorías, el actual gobierno de Petro ha planteado una serie de reformas sociales orientadas a reducir las históricas desigualdades que aquejan al país.

Por tanto, el tratamiento mediático que intenta equiparar los escándalos de clientelismo o errores administrativos del gobierno Petro con los abusos estructurales y sistemáticos del gobierno anterior, no solo resulta desproporcionado, sino que también se percibe como una estrategia orientada a minar la legitimidad de los cambios sociales que demanda el pueblo.

Se escudan en una aparente objetividad

Este tipo de periodismo, que se escuda en una aparente objetividad para atacar reformas en salud, educación, trabajo o justicia social, termina alineándose —consciente o inconscientemente— con los intereses de los sectores que históricamente han resistido cualquier transformación profunda en el país.

Más aún, cuando los medios tradicionales insisten en presentar una narrativa de “ambos extremos son iguales”, borran las diferencias fundamentales entre una agenda de transformación social y otra de conservación del statu quo.

No son neutrales

Este falso equilibrio no es neutral; tiene efectos concretos en la opinión pública y favorece a figuras políticas como Claudia López o Sergio Fajardo, quienes se han opuesto de manera abierta a las reformas del gobierno Petro, incluso aliándose en ocasiones con la extrema derecha para frenarlas en el Congreso.

La insistencia de los medios tradicionales en encontrar hechos aislados de clientelismo en el actual gobierno para construir un discurso de equivalencia moral con administraciones marcadamente regresivas, no hace sino profundizar su desconexión con la realidad de millones de colombianos.

En lugar de analizar los procesos de transformación con la complejidad que ameritan, se recurre a una crítica simplista y punitiva que deja por fuera el contexto histórico, social y político que da sentido a las reformas.

El resultado de esta desconexión es una creciente pérdida de credibilidad.

Los ciudadanos no rechazan la crítica por el simple hecho de ser crítica, sino porque esta parece cada vez menos informada, menos ética y más alineada con intereses políticos contrarios al bienestar común.

Cuando los medios dejan de ser puentes entre la realidad del pueblo y los centros de poder, para convertirse en voceros de una élite renuente al cambio, pierden su función democrática y se transforman en parte del problema.

El dilema de la prensa tradicional

La prensa tradicional tiene hoy ante sí un dilema: o reconecta con las luchas reales de la ciudadanía y se convierte en un actor clave en la construcción de una democracia más justa, o se encierra en una burbuja de autosuficiencia, donde la crítica se convierte en dogma y la desconexión, en costumbre.

En esa encrucijada, el periodismo decide su propio destino.

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