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La lección de una tragedia: cuando la ideología choca con la realidad

Que la tragedia de esta pareja sirva como espejo para todos aquellos que aún creen que el bienestar es un lujo y no un derecho. Porque el día que la enfermedad o la desgracia toquen a su puerta, tal vez descubran, como ellos, que el verdadero enemigo no era el Estado que ayuda, sino el que los abandona.

La lección de una tragedia: cuando la ideología choca con la realidad

En Estados Unidos, millones de inmigrantes latinos representan lo mejor del espíritu humano: son trabajadores incansables, respetuosos de la ley, solidarios y profundamente comprometidos con la idea del esfuerzo personal como vía para alcanzar el llamado “sueño americano”. 

Llegan con la esperanza de construir un futuro mejor, pagan impuestos, se adaptan a una nueva cultura y contribuyen de manera significativa a la economía del país. 

Sin embargo, cuando la salud o la desgracia tocan la puerta, muchos de ellos descubren que la meritocracia por sí sola no basta, y que un Estado que no protege a sus ciudadanos en los momentos más vulnerables es un Estado que les da la espalda.

El caso de una pareja inmigrante ilustra crudamente esta realidad

Durante años, trabajaron sin descanso manteniendo su hogar. Pagaban sus impuestos, no pedían ayuda y defendían con orgullo sus valores conservadores. 

Se consideraban ejemplos de autosuficiencia y eran firmes creyentes en que los programas sociales eran un despilfarro propio de sistemas comunistas. Pero la vida, con su cruel ironía, les mostró otra cara del país que tanto amaban.

Un diagnóstico devastador de Alzheimer cambió todo. 

En menos de un año, la enfermedad consumió al esposo, llevándolo a un estado crítico, intubado y sin memoria. Él perdió su empleo; ella, sin días libres remunerados, tuvo que decidir entre trabajar o cuidar al hombre con el que compartió su vida. 

El Estado, ese mismo que defendieron por considerar que no debía “regalar nada”, les cerró las puertas. No calificaban para asistencia pública, no tenían seguro médico suficiente y quedaron abandonados a la suerte de la caridad de amigos y compañeros de trabajo.

La paradoja es dolorosa. 

Aquellos que rechazaron las políticas sociales por considerarlas innecesarias ahora sufren las consecuencias de un sistema que no protege a los más débiles. 

Mientras tanto, los gobiernos que ellos apoyaron insisten en recortar presupuestos de salud y educación, al tiempo que destinan miles de millones de dólares a políticas migratorias punitivas y a conflictos bélicos en el extranjero. 

La defensa de la “libertad individual” se convierte, así, en un eslogan vacío cuando esa libertad no incluye el derecho a una vida digna.

Esta historia debería hacernos reflexionar sobre las verdaderas funciones del Estado y sobre cómo votamos. 

Los discursos de odio, el miedo al diferente y las banderas morales que tanto utilizan ciertos políticos solo sirven para distraer a las clases trabajadoras de lo que realmente importa: salud, educación, vivienda y pensiones

No hay libertad posible cuando un ciudadano teme enfermarse porque no puede pagar un hospital.

Votar no es solo un acto ideológico

Es una decisión práctica sobre qué tipo de sociedad queremos construir. Un Estado que protege no es comunista: es humano. La moral y la religión pertenecen al ámbito privado; la justicia social, en cambio, es responsabilidad pública

Que la tragedia de esta pareja sirva como espejo para todos aquellos que aún creen que el bienestar es un lujo y no un derecho. Porque el día que la enfermedad o la desgracia toquen a su puerta, tal vez descubran, como ellos, que el verdadero enemigo no era el Estado que ayuda, sino el que los abandona.

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