
No hay dignidad en aceptar ni justificar agresiones extranjeras. Esta frase debería ser un principio fundamental en la política exterior de cualquier nación que busque preservar su soberanía, su integridad y el respeto a sus ciudadanos.
En el caso de Colombia, la dignidad nacional se ve constantemente puesta a prueba, no solo por los constantes intentos de injerencia extranjera, sino también por una clase política que, en ocasiones, parece dispuesta a ceder ante cualquier agresión sin levantar la voz.
La dignidad de un país no puede supeditarse a complacer a socios que humillan, chantajean y cambian las reglas del juego comercial y político según su conveniencia. Los intereses de las naciones poderosas, no deben prevalecer sobre la autodeterminación de los pueblos.
Defender sus intereses nacionales con firmeza
En lugar de actuar como súbditos obedientes, los gobiernos de las naciones deben defender sus intereses nacionales con firmeza, sin someterse a presiones externas que atenten contra su soberanía.
Esto es lo que está en juego cuando algunos sectores políticos en Colombia parecen estar dispuestos a vender la dignidad nacional en aras de mantener una relación «estratégica» con quienes no vacilan en agredir a su país.
Es preocupante observar cómo, en algunos círculos de la política colombiana, ciertos precandidatos a la presidencia dan la espalda a su nación, arrodillándose ante quienes la ofenden.
Los que piden intervención extranjera
La reciente postura de algunos sectores de la derecha colombiana, que incluso han solicitado intervención extranjera, e incluso bombardeos sobre territorio nacional, es un claro ejemplo de cómo el pragmatismo y los intereses económicos pueden llevar a la deshumanización de las decisiones políticas.
No se pueden ignorar las consecuencias humanas y morales que tendría tal intervención. Una postura tan extrema y destructiva no solo es irresponsable, sino que carece de la mínima dignidad que un país debe exigir en su defensa ante el mundo.
La posición de los neoliberales
Los neoliberales, por su parte, parecen más preocupados por los negocios y el mantenimiento de relaciones económicas que por la preservación de la dignidad de su país.
No importan las humillaciones ni los cambios arbitrarios en los acuerdos, lo único que buscan es mantener a su «socio» y preservar sus intereses personales. De esta manera, han transformado la política exterior en un ejercicio de obediencia servil. Esta actitud apátrida no merece el favor popular ni la confianza del pueblo colombiano en las urnas.
Este tipo de políticas no solo son incoherentes, sino que también representan un grave peligro para el bienestar y la seguridad de los colombianos.
Los que dicen que Petro es débil
Si algunos sectores critican al presidente Gustavo Petro por defender la soberanía de Colombia, diciendo que su ideología está por encima de los intereses del país, se olvidan de la verdadera naturaleza de la política exterior: defender los intereses nacionales frente a cualquier agresión, sin importar la ideología del gobierno de turno.
Decir que Petro actúa desde una postura «débil» es una falacia, pues en realidad está desafiando el poder imperial para proteger la dignidad de Colombia.
Los que posan de «inteligentes» o «estratégicos»
Lo que más indigna de esta situación es que, bajo la excusa de ser «inteligentes» o «estratégicos», algunos políticos opten por subordinarse a un poder extranjero que, a lo largo de los años, ha demostrado un desprecio sistemático por los acuerdos internacionales y por los derechos de los pueblos soberanos.
Esta postura incoherente no es solo un error diplomático, sino también una traición a la patria. Colombia necesita líderes que defiendan sus principios, que no se sometan a presiones externas y que promuevan una política exterior basada en el respeto mutuo, no en la sumisión.
Agresión a ciudadanos colombianos en alta mar
Un claro ejemplo de esta sumisión es la reciente agresión contra una embarcación de pescadores colombianos en alta mar, un incidente en el que una operación de la marina estadounidense confundió a unos ciudadanos colombianos con narcotraficantes.
En lugar de exigir explicaciones y responsabilidad por este abuso, sectores de la derecha colombiana han salido a justificar lo injustificable.
Esta actitud refleja una falta de solidaridad con la gente común de Colombia y una disposición a ignorar los atropellos que, de manera constante, se cometen contra el pueblo colombiano.
No son episodios aislados
Este tipo de comportamientos no son episodios aislados, sino parte de una tendencia preocupante que muestra el desprecio de algunos poderes extranjeros hacia Colombia.
El verdadero problema, sin embargo, no es solo la agresión externa, sino la postura interna de aquellos que, en lugar de defender a su país, optan por callar o incluso justificar estos ataques.
Colombia merece dirigentes que, más allá de los intereses personales, antepongan la dignidad de la nación
Es inadmisible que políticos colombianos, aspirantes a la presidencia, respalden tales agresiones y, al mismo tiempo, reproduzcan discursos de odio contra su propio país.
La dignidad de Colombia no está en juego solo en las relaciones internacionales, sino también en la forma en que su propia clase política enfrenta estos desafíos.
Defender la soberanía de un país implica rechazar cualquier tipo de agresión extranjera y, más aún, denunciar la complicidad de aquellos que justifican tales agresiones por intereses mezquinos.
La patria debe ser defendida con firmeza y con la dignidad que le corresponde. Los colombianos merecen un futuro en el que su país sea respetado, no solo por su fuerza económica o geopolítica, sino también por la integridad moral de su pueblo y sus líderes.





