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¡Manito…. colabooree!

calderonPor: Jaime Calderón Herrera

El verbo colaborar  en nuestra lengua castellana tiene al menos tres  acepciones, que denotan  la contribución  en equipo para obras del alma, o para el logro de cualquier fin, o para referirnos al simple donativo.

Los colombianos que tenemos tan olvidado el hacer el bien, hablamos de colaborar cuando pedimos limosna o queremos que nos ayuden a violentar alguna norma.

¡Colabóreme! Es el imperativo  escuchado en todos los semáforos del país. Pero cuando alguien investido con alguna autoridad  quiere sutilmente sobornarnos, entonces con voz meliflua entona: colaborémonos.  Pero si se trata de algún funcionario que quiere cobrar su peaje en alguna oficina del Estado, entonces, de manera categórica nos anuncia que hay que colaborar con el jefe. Peor aún, cuando se nos solicita complicidad ante una infracción o ante un delito, antes de agredirnos, amenazarnos o calificarnos de batracios, nos espetan la manida frase: manito, manito, colabore.
Somos expertos en los eufemismos. Nos encanta llamar a las cosas con un nombre diferente al verdadero o decirlas en diminutivo, para quitarles el peso de su significado.

Por eso decimos “regálame la cuenta” en lugar de pedir que nos la traigan. Denominamos “Bacrim” (nombre que sugiere un antibiótico) en lugar de hablar de nuevos o viejos paramilitares.  Decimos “falsos positivos” para referirnos a ejecuciones  extrajudiciales (claros asesinatos).  También exageramos para engañar. Calificamos de  “megaobras” a un corto viaducto o a unos simples intercambiadores viales, o simplemente decimos centavitos para referirnos a los pesos, o  hablamos de “carnitas y huesitos” para  mencionar seres humanos.

¡Usamos el lenguaje para engañar y para engañarnos! Tal vez por eso, según nos anuncian los medios, somos  una de las naciones más violentas del mundo, al  mismo tiempo que somos una de las más felices.

¿Seremos  felices, porque somos violentos?  O  ¿Seremos violentos, porque nos mata tanta dicha?  Seguro  es que somos violentos y tal vez no seamos tan felices, sino que usamos la distorsión de la lengua  para soportar tanta bellaquería, tanta corrupción y tanta mentira, y también para ser bellacos, corruptos y mentirosos.

La felicidad es un estado del ánimo,  que es individual. Una misma cosa puede hacer feliz a alguien e infeliz a otro. Hablar de una nación más feliz que otra es una estupidez. La violencia, en cambio, se mide  en tasa de homicidios, maltratos, accidentes.

Si dejamos de creernos tan felices y llamáramos a las cosas por  sus nombres de pronto seríamos capaces de ser menos violentos, más respetuosos de las normas y tal vez así, de pronto… tal vez , pudiésemos  hacer  feliz al vecino.

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