Por: Juan Manuel López C.
La crisis griega tiene no solo lecciones de lo que no se debe hacer –difíciles de aprender, por lo demás-, sino ilustran y permiten análisis interesantes de la etapa de la evolución de las economías (o sea del post capitalismo que vivimos). La más inmediata tal vez es que los problemas internos ya no existen aisladamente sino se trasmiten a las zonas donde hay una moneda común, y que en consecuencia no se pueden resolver autónomamente por uno u otro país sino depende de la decisión de quienes comparten la misma divisa.
Obviamente la recíproca es igualmente interesante puesto que ya no es solo por bondad que se ayuda al socio en dificultad sino porque de no hacerse eso será esa divisa común la que perderá valor o credibilidad y en consecuencia cada uno de los consocios será afectado.
Una segunda constatación es que al asegurar la supervivencia de la economía del país en riesgo –Grecia en este caso- e intentar ‘blindar’ el Euro contra el efecto dominó, lo que no se define es quién pagará los platos rotos. Las negociaciones las hace el gobierno pero lo que entrega afecta de diferentes maneras los diferentes sectores, los que en eso poca participación tienen; eso es lo que se ve con las huelgas y paros con violencia en Atenas, y con el llamado a la solidaridad internacional de los sindicatos y grupos que se sienten castigados. Por eso el apoyo a las protestas desde el sector laboral francés (a pesar de ser los bancos galos los principales acreedores) y posiblemente lo mismo se espera de los italianos.
Pero lo más característico de esta nueva época es que la forma en que se crea la crisis y hasta cierto punto dónde se da el enfrentamiento, no es entre países, ni entre sectores sociales, sino que a quien tienen enfrente quienes intentan impedir que se agrande y se vuelva inmanejable la situación es a los especuladores que tratan de atacar cualquier unidad débil de las economías para hacer banquete con ella. Por eso la denominación de ‘tiburones financieros’ al conjunto de jugadores que apuestan a tumbar una economía (de una empresa, de un país o, aun ahora, de una divisa como el Euro) para ganar a costa de ella; y cómo los tiburones se muerden unos a otros sin importar el pedazo de quién es que se comen –la famosa orgía de lo tiburones aplicada a este campo-.
La mecánica es que los intereses que debe pagar ese país para poder mantener viva su deuda, suben en la medida que más posible se ve su quiebra. Así todos los especuladores (lo que llaman ‘el mercado’) juegan a que cada día valgan más esos intereses, los unos entrando con esa esperanza y los otros colaborando con salirse liquidando ganancias que vuelven más atractivo prestar a ese cliente pero cada vez mas caro. Por eso la dificultad que encuentran los salvadores de contrarrestar esa tendencia del ‘mercado’; y por eso en el caso de Grecia el aumento bastante insólito a la cifra impensable del préstamo inicial considerado de 45 billones de Euros el 24 de Marzo, a 110 billones de Euros al 19 de Mayo.
Así mientras los gobiernos y los bancos centrales tienen limitaciones para crear obligaciones o para responder emitiendo moneda, los jugadores –o los tiburones- pueden intervenir sin limitación alguna en lo que juegan en contra de una economía.