En medio de esta pandemia, han salido miles de mensajes que hablan de un renacer de la Humanidad, de un cambio sustancia en los procederes de los seres humanos, mensajes, post, memes, videos, audios, canciones y toda suerte de mensajes esperanzadores.
Desde hace unos días estoy pensando, que Dios debe estar ¡muy bravo!, emputado diríamos. Miles de muertos, por la pandemia, temblores de tierra, inundaciones, incendios forestales, heladas, todo aquello que llamamos desastres naturales se ciernen sobre nuestro planeta; y vemos que a raíz del aislamiento los “seres inferiores”, es decir los animales y los vegetales, han tomado un respiro y se ven hoy rejuvenecidos y se toman los espacios de los que lo habían desplazado, por nosotros los seres humanos.
El ver en redes sociales, como algunos de los agitadores de odio de nuestra sociedad, hoy hablan de justicia social y reclaman cambios significativos en nuestros sistemas de administrar el gobierno, alimenta la esperanza de que esta situación tan tremenda ha tocado las fibras de los seres humanos y que estamos dispuestos a cambiar nuestra forma de actuar y de no representar cabalmente nuestra esencia de HUMANOS.
Sin embargo, siempre sale alguno que desmorona toda esa esperanza, que de un tajo nos lleva a la realidad de nuestra naturaleza poco empática, insensible y para nada humana.
El sentido de esta columna era otro, pero lo que voy a contar a continuación, es el reflejo vivo de lo que estoy diciendo.
Esta noche, antes de sentarme a escribir esta columna, debí salir a comprar una medicina que necesitaba urgentemente, las droguerías a donde llamé no tenían, al parecer está escaseando el producto, a pesar de que es de venta libre, tanto así que se consigue en cualquier tienda de esquina.
En el sector donde vivo, la única droguería que estaba atendiendo tampoco la tenía, así que decidí desplazarme hasta la Droguería que queda en toda la esquina de la Calle 50 con 28.
Después de esperar unos minutos que atendieran a otro paisano, me atendieron y conseguí lo que estaba buscando.
Al montarme en mi vehículo, un joven de esos de la calle, de los que cuidan vehículos en cualquier esquina o en cualquier lugar donde haya afluencia de personas, se me acercó a pedir ayuda, por un momento pensé en que no podía darle nada, pero el muchacho antes de que pudiera decir algo me dijo que no quería pedirme dinero, sino que le regalara un plato de sopa, que en el Restaurante de enfrente lo vendían por dos mil pesos, que yo mismo podía ir y pagarlos.
El aspecto de ese muchacho reflejaba el hambre, reflejaba el hecho que tenía varios días sin comer, así que decidí ir hasta el frente y pedirle al señor del asadero que por favor le diera un plato de sopa al muchacho.
La verdad no tenía más que dos mil pesos, pero al acercarme y solicitar la sopa, el dueño del establecimiento dijo que la sopa costaba $ 5.500 pesos, le dije que si no podía venderle $ 2.000 de su sopa al muchacho y su respuesta fue: Vale $ 5.500.
Tengo un Restaurante, en muchas ocasiones he regalado un plato de sopa a alguna persona que pasa y que no tiene con que comprar, o que se le nota que lleva días sin comer.
No digo esto para buscar indulgencias, ni reconocimiento, sino que lo digo, porque no es posible que, en esta situación tan tremenda, en donde se necesita de la solidaridad, la empatía y la colaboración entre todos, una persona pueda ser tan tremendamente inhumana para negar un plato de comida, que además se le está pagando.
¿Acaso no podía sacar un cucharón de sopa y dárselo a ese pobre cristiano, cuyo pecado es ser pobre?
Creo que Dios, seguirá emputado…
Los dejo con esta frase: «Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo»- Lucas 3, 11
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