Por: Juan Manuel López C.
Tal vez la idea más atractiva que he escuchado recientemente es la de que el debate en este país no debería ser sobre si el Ex presidente Uribe debe ser juzgado e ir o no a la cárcel, sino si debe ser evaluado y enviado al manicomio.
Es casi obvio que ese es el dilema porque nadie puede sostener que su comportamiento es el de una persona en sus cabales, con control sobre sí mismo. Esto es un tema tratado de hace tiempo y lo único nuevo es el contexto en el cual se sigue manifestando su enfermedad.
Porque debe entenderse también que más que perversidad o de moralidad el caso puede ser –y parece serlo- de salud mental.
No se trata de hacer ninguna caricatura sino de estudiar una posibilidad que aparece evidente.
Mientras Hitler gobernó no fueron pocos los que señalaban las características de perturbación que mostraba. Hoy en día nadie discute que tenía varios rasgos que permiten calificarlo como enfermo. No tiene nada de raro que algo similar suceda con nuestro ex mandatario.
En este momento no se juzgaría en función de combatir o apoyar su gobierno –debate que subsistirá durante mucho tiempo-, sino de si hay un trastorno de la personalidad en quien gobernó durante ese periodo y quien hoy expresa su problema bajo el que se conoce como el síndrome de Santa Helena, en referencia a la locura en que acabó Napoleón cuando habiendo perdido el poder, y ya exilado en esa isla, todavía seguía expidiendo decretos con nombramientos, destituciones y ordenes administrativas o de batalla.
Lo grave es que también es usual que en casos similares el país dentro del cual se dan estos personajes sea también algo cercano a un manicomio. Es eso lo que no permite tomar la verdadera dimensión de la realidad.
Cuando Hitler mandaba exterminar a las ‘razas inferiores’ o asaltaba los países vecinos para ganar espacio para la raza superior, fueron más los compatriotas que lo vieron como cuerdo que como loco. Solo una locura colectiva pudo permitir los actos demenciales que acompañaron el régimen nazi. No se puede culpar –ni se culpó- a todos los que participaron de esa posición porque es inevitable aceptar que en alguna forma estaban enajenados. En otras palabras no puede uno aproximarse al comportamiento de un individuo sin tener en cuenta el colectivo al cual pertenece. Algo parecido a los jóvenes adolescentes que por adaptarse al medio en el cual circulan adquieren los vicios o modas de la tribu o pandilla de la cual desean formar parte.
También una vez despojado Bonaparte del poder lo que siguió fue la revolución en la cual todos los actores como los tiburones se comían –es decir se guillotinaban- unos a otros.
No sería malo reflexionar hasta que punto hay similitudes con esos casos en el proceso que significó el modelo de la ‘seguridad democrática’, pero entendiéndolo con todas sus anexidades y resultados y no solo como la abstracción vendida alrededor de sus slogans.
Siendo eso algo ya pasado –si bien no necesariamente superado- debemos aprovechar para intentar tomar algo de distancia y pensar en lo que hoy estamos viviendo.
Esos ocho años fueron caracterizados por un cambio en los valores de los colombianos. Lo que bien se bautizó como el espíritu del ‘todo se vale’ fue la impronta de la época. Para explicar el que prácticamente todo funcionario de ese gobierno sea hoy cuestionado hay que aceptar que no fue por perversión individual sino por ese cambio de valores y por el modelo que se implantaba. En alguna medida aparece como inverosímil que de un día para otro todas esas personas, hasta entonces de costumbres e historias respetables y que formaban parte de una selección altamente calificada, se volvieran una mafia y todos a una se dedicaran al delito. Hay una realidad algo más compleja detrás de esto, y deberíamos tenerlo en cuenta.
La respuesta no está entre quienes ven la inocencia detrás de todos los acusados o la de quienes por el contrario los ven como la encarnación de la corrupción y la malicia. Los hechos no parecen admitir la teoría de los primeros; pero la explicación de los segundos no parece la correcta.
Fuimos un país que se volvió loco, pero no es seguro que estemos saliendo de ese estado; más parece que por el contrario, esa posibilidad de locura colectiva no aparece en el diagnóstico. Por eso no es tan descabellado un examen al Dr. Uribe. Al fin y al cabo ese sería un comienzo para reconocer la posibilidad de incluir en nuestros análisis ese factor.