
La decadencia de la oposición política en Colombia se ha vuelto cada vez más evidente. Lejos de presentar propuestas viables o construir alternativas para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, su accionar se ha reducido a repetir discursos vacíos, plagados de falsedades, lugares comunes y ataques sin sustancia.
Parecen más interesados en confundir al elector que en convencerlo con argumentos. Su mensaje es caótico, contradictorio y profundamente desconectado de las necesidades reales del país.
Piden sanciones para Colombia
La situación ha llegado al extremo de que sectores de la oposición han viajado a Estados Unidos para pedir sanciones contra Colombia. No se trata de una preocupación sincera por la democracia o los derechos humanos, sino de un acto descarado de traición nacional.
Ningún imperio actúa sin cómplices internos, y estos sectores opositores se prestan como peones de intereses extranjeros para debilitar al gobierno, no con argumentos en el debate público, sino por vías externas. Lo llaman diplomacia, pero no es más que sumisión y sabotaje.
El trasfondo de esta desesperación es claro
Están fuera del poder y fuera del juego político. Ya no tienen contratos, ni cargos, ni cuotas en el Estado. La “teta presupuestal” que por años mamaron se convirtió en un espejismo.
Esa desconexión del poder los empuja a gritar, a mentir, a clamar por sanciones que golpeen al país entero, solo para poder regresar al banquete del erario. No defienden principios, defienden intereses personales. No es ideología, es hambre de Estado.
El caso de Alvaro Uribe
Uno de los casos más reveladores de esta conducta es el juicio contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez. La narrativa de sus seguidores ha sido tan predecible como preocupante: si el juez absuelve, es independiente y valiente; si condena, es un activista de izquierda.
Así intentan condicionar el fallo desde antes de que ocurra. Presionan, deslegitiman, siembran dudas. No buscan justicia, buscan impunidad. Alegan que una eventual condena sería una crisis institucional, cuando en realidad, lo que fortalece una democracia es que ningún ciudadano —ni siquiera un expresidente— esté por encima de la ley.
La estrategia es clara: intimidar a la juez, presionar públicamente, construir un relato en el que la única sentencia aceptable es la absolución. Cualquier otro resultado será considerado persecución política. Es una forma cínica y descarada de manipular el Estado de derecho.
El caso de Claudia Lopez
Otro ejemplo bochornoso lo ofrece Claudia López. Su afirmación de que “Dios nos dio el petróleo, el carbón y el gas” no solo raya en el absurdo, sino que demuestra una ignorancia preocupante.
Los recursos fósiles no son un regalo divino, sino el resultado de millones de años de procesos geológicos. Usarlos como mandato celestial es irresponsable y peligroso.
Como si eso fuera poco, ahora propone tumbar a Nicolás Maduro en Venezuela aliándose con países que no tienen ese objetivo como prioridad, mientras ella misma tiene pocas opciones de lograr siquiera pasar a una segunda vuelta en Colombia.
Ni tumba a Maduro, ni logra posicionarse en serio en su propio país. Es una mezcla de populismo, grandilocuencia y desconexión.
Pero lo más insultante es el mensaje central de la oposición
Prometerle al pueblo que si vuelven al poder, le van a quitar todo lo que ha conseguido durante este gobierno “por su propio bien”. Dicen que lo hacen para ayudar, como si el pueblo no tuviera capacidad de entender lo que ha ganado o perdido. Subestiman la inteligencia del elector con un descaro que raya en el desprecio.
La oposición ha perdido el rumbo. No tiene ideas, ni principios, ni decencia. Solo tiene rabia, desesperación y una agenda orientada a recuperar privilegios perdidos, aunque eso implique traicionar al país, manipular a la justicia y mentirle al pueblo. La decadencia no es solo política, es también moral.





