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La negación, la descalificación y la reproducción de estructuras patriarcales como forma de comunicar

El periodismo no puede limitarse a ser un eco de las voces dominantes de la derecha colombiana; debe ser una herramienta para cuestionar, desafiar y transformar las estructuras de poder que perpetúan las desigualdades.

La comunicación y la política son dos áreas profundamente influidas por las estructuras sociales y culturales que predominan en una sociedad.

En este contexto, el patriarcado, entendido como un sistema de organización social en el cual los hombres mantienen posiciones dominantes en la jerarquía, ha desempeñado un papel central en la forma en que se comunican ideas y se ejercen formas de poder político. 

La labor del periodismo debería basarse en una búsqueda constante de la verdad, el rigor intelectual y la capacidad de ofrecer análisis profundos sobre las realidades que afectan a la sociedad. 

Sin embargo, existe un tipo de periodismo-activismo  que carece de estas características fundamentales y que, lejos de contribuir a un debate constructivo, se posiciona desde la negación, la descalificación y la reproducción de estructuras patriarcales y dominantes, lo que genera un efecto intimidatorio en lugar de fomentar el diálogo y la reflexión.

Al hablar de periodistas y políticas  que carecen de refinamiento intelectual y sabiduría, nos referimos a aquellas que, en su práctica, no muestran una verdadera capacidad de análisis ni aportan valor desde la reflexión crítica. 

Estas personas suelen limitarse a reproducir discursos simplificados, a menudo alineados con los intereses de sus partidos, agencias de noticias o medios de comunicación, sin una visión crítica o independiente. 

Una de las características más preocupantes de este accionar político-periodístico  es su inclinación hacia la negación y la descalificación como herramientas discursivas. 

En lugar de construir argumentos sólidos basados en hechos o en análisis profundos, optan por descalificar las posturas contrarias o por minimizar la importancia de temas complejos. 

Lejos de enriquecer el debate público, lo empobrece, pues reduce las posibilidades de un diálogo genuino. 

Este activismo que practica la oposición en Colombia, se convierte en un ejercicio de poder basado en el descrédito de la otra parte, sin aportar ideas o alternativas viables.

Esta oposición disfrazada de periodismo se vuelve un reflejo de las dinámicas de poder y control presentes en la sociedad. Al carecer de una autocrítica o una reflexión sobre su propio papel en la reproducción de estas estructuras, las políticas-periodistas  que siguen este enfoque contribuyen, de manera consciente o inconsciente, a reforzar las jerarquías patriarcales. 

Su papel como activistas políticas  debería ser una herramienta para cuestionar estas jerarquías y dar voz a los sectores más vulnerables de la sociedad, pero cuando se limitan a reproducir los discursos dominantes sin una verdadera reflexión, se convierten en agentes que perpetúan las desigualdades.

El poder intimidatorio que se ejerce a través de esta forma de comunicar es también un tema relevante. 

Cuando la práctica activista se basa en la descalificación y el uso de narrativas simplistas, se crea un ambiente en el que el cuestionamiento o la disidencia son castigados. 

En lugar de fomentar un espacio donde se puedan discutir diferentes puntos de vista y donde la diversidad de opiniones sea valorada, se genera un entorno hostil en el que sólo prevalecen las voces que se alinean con sus intereses políticos. 

Este es un claro reflejo de la lógica patriarcal que ha dominado históricamente muchos ámbitos de la vida pública, donde el poder se ejerce no a través del diálogo o la persuasión, sino mediante la intimidación y la supresión de voces disidentes.

El periodismo tiene el potencial de ser una fuerza transformadora en la sociedad. 

A través de la investigación, el análisis crítico y la capacidad de cuestionar las realidades del país, estas voces pueden desempeñar un papel clave en la creación de una sociedad más justa y equitativa. 

Sin embargo, cuando  se convierten en activismo se reduce a la negación, la descalificación y la reproducción de dinámicas de poder intimidatorias, perdiendo su potencial emancipador. 

Terminan como un medio para consolidar el poder de estructuras políticas obsoletas que destruyeron el país, en lugar de ser una plataforma para amplificar las voces de quienes históricamente han sido marginados.

Es necesario que la prensa tome conciencia de su papel y de la responsabilidad que conlleva su profesión. 

El periodismo no puede limitarse a ser un eco de las voces dominantes de la derecha colombiana; debe ser una herramienta para cuestionar, desafiar y transformar las estructuras de poder que perpetúan las desigualdades. 

Para lograrlo, es imprescindible que se alejen de la negación y la descalificación como estrategias discursivas, y que abracen un enfoque más reflexivo y crítico, capaz de enriquecer el debate público y fomentar una sociedad más democrática.

Este mensaje, no sólo empobrece el debate público, sino que contribuye a la perpetuación de estructuras de poder injustas. 

Aunque muchas mujeres han desafiado el patriarcado y luchado por la igualdad, otras, al ascender en estructuras políticas patriarcales, optan por adoptar las herramientas de negación y descalificación para mantener su posición. 

Al hacerlo, no solo obstaculizan el progreso hacia la igualdad, sino que también perpetúan un sistema que sigue oprimiendo a las mujeres y marginando sus voces. 

Para cambiar verdaderamente esto, es crucial que las mujeres con poder de comunicar utilicen sus plataformas para desafiar y transformar, en lugar de reforzar, las dinámicas que perpetúan la desigualdad.

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