Por: Edwin Palma Egea
El principal problema que aspiraba resolver la I Conferencia Internacional de Planificación Urbana celebrada en New York en 1898 eran los líos de salubridad generados por tanto estiércol que producían los millones de caballos que halaban los taxis a finales del siglo XIX [1].
Luego llegó Ford, en 1903, y creó el carro de motor de gasolina y revolucionó el transporte. Así el mundo dejó de oler a estiércol. Y claro, vinieron problemas nuevos y otras soluciones.
Del petróleo aun depende el 93 % del transporte mundial y es un tercio de la energía primaria del mundo. Daniel Lacalle, un experto en energía, dice que la prueba de fuego de las energías alternativas será “cuando los aviones también utilicen combustibles sintéticos”. Entonces sabremos que el petróleo ha pasado a engrosar la lista de las fuentes de energías obsoletas. [2]
Cerrar los pozos de petróleo en 2018 y transformar radicalmente toda la cadena de valor petrolera suena, por lo menos, apresurado, aunque es cierto que debemos como país, acordar el tránsito a energías más eficaces y menos contaminantes. No lo ha propuesto ni Noruega que aspira a sacar de sus carreteras los autos movidos por combustibles fósiles hasta el 2025, pero que probablemente seguirá exportando petróleo que hoy representa el 40 % de su PIB.
Es apenas obvio que debemos detener o al menos reducir la velocidad del avance del calentamiento global y dejar de destruir el mundo como lo hemos hecho en los dos últimos siglos.
Nuestro lío es que la economía colombiana debe reducir radicalmente su dependencia de la extracción de minerales y eso no se resuelve solamente cerrando los pozos y minas, sino revolucionando la producción agraria e industrial, un camino que las élites económicas colombianas abandonaron hace casi 30 años. En eso no puede haber duda si nuestra mentalidad es de izquierda y progresista.
Y ese salto que debemos dar no puede hacerse sin acordarlo con los trabajadores y los millones de ciudadanos que reciben algún beneficio de la minería, por el trabajo o por las regalías que el sector minero genera.
El Acuerdo de París en 2015 implica básicamente que «el mundo debe caminar, progresivamente, hacia energías limpias y abandonar el consumo de combustibles fósiles». El abandono de la dependencia del carbón parece producirse de manera más veloz, pero las dos industrias, tarde que temprano, llegarán a su fin.
No creamos que es un problema que estamos enfrentando solo los colombianos. Los trabajadores del mundo, sobre todo en países desarrollados, ya han avanzado en ese debate y han considerado que ante la veloz transformación económica global, debe haber una transición justa. Es el término y el discurso que debemos apropiar, no solo los sindicatos y trabajadores, sino exigírselos a los empresarios y a los políticos, más, en tiempos electorales y más aún si son nuestros candidatos.
IndustriAll, la federación internacional de sindicatos de las industrias, de la cual hacen parte sindicatos como la USO y Sintracarbón, dice que “la transición justa, como única vía para llegar a ella, ya no es pues un deseo sindical, sino una necesidad absoluta”.
La nueva economía generará múltiples recursos y nuevos empleos y deben garantizársele derechos en la transición a los trabajadores provenientes de la economía fósil. Deberá haber reconversión de la mano de obra y cualificación de la misma, más, si al cambio de la economía, se le suma el cambio tecnológico. Ahí los sindicatos tienen oportunidad para renovar los contenidos de la negociación colectiva.
La Central Sindical Internacional (CSI), de la cual hacen parte las centrales sindicales colombianas CUT y CTC, también se ha pronunciado sobre el particular y lo que ha señalado, que se hace en un proceso de transición justa es:
1) Hacer inversiones para formular políticas industriales que resulten sostenibles a largo plazo.
2) Investigación temprana de las repercusiones sociales sobre el empleo en un cambio de economía.
3) Dialogo social institucional sobre la base del respeto de los derechos humanos y laborales.
4) Formación a los trabajadores sobre el futuro del mundo del trabajo.
5) Protección social a desempleados y trabajadores pobres.
6) No dejar todo al libre mercado.
Todo eso sin duda hay que empezarlo a hacer desde ya, para transitar. Por ejemplo, los sindicatos españoles (CC.OO. y UGT), el gobierno y los empresarios han creado una plataforma para el diálogo social tripartito sobre el cambio climático para prevenir, evitar o reducir los posibles efectos adversos que pudieran resultar del cumplimiento del Protocolo de Kioto, en particular los relacionados con la competitividad y el empleo y, aunque no lo crean, la Ley de energía limpia y seguridad de EE.UU de 2009 contiene un capítulo dedicado a “Empleos verdes y la transición de los trabajadores”.
Como lo destacó Gudynas [3], el cuestionamiento ambiental o los extractivismos en América Latina ocurrió bajo el tránsito político desde gobiernos conservadores a gobiernos alternativos y recuerda que algunos sectores del ambientalismo apoyaron y participación de esos cambios. Muchos militantes verdes ocuparon posiciones en los nuevos gobiernos, se fortaleció la atención política a algunos problemas ambientales e incluso se lograron innovaciones.
Entre las más destacadas están la aprobación de los derechos de la naturaleza en la Constitución de Ecuador o la apelación a otra lógica al denunciar el cambio climático que esbozó el gobierno boliviano; también hubo gestos emblemáticos, como el nombramiento de Marina Silva, una mujer militante y mestiza, como ministra de Ambiente en Brasil. Bajo estos gobiernos las compañías estatales cobraron un enorme papel en algunos sectores e incluso insistían que «el extractivismo era indispensable para combatir la pobreza».
Entonces, en un país tan pobre y tan desigual como el nuestro, si un gobierno alternativo llega al poder debe echar mano de lo que tiene para hacer las reformas sociales que propone.
Debemos transitar hacia un país productivo, industrial, hacia nuevas energías, garantizar los derechos de las comunidades y de los trabajadores y prepararnos para un futuro que no está tan lejos. ¿Qué mejor que hacerlo a través de una empresa estatal como Ecopetrol?
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[1] “The future of Oil”, en The Economist, 26 de noviembre de 2016.
[2] Daniel Lacalle es autor del libro La madre de todas las batallas: la energía, árbitro del nuevo orden. Barcelona, Deusto, 2014.
[3] GUDYNAS, Eduardo. “Los ambientalismos frente a los extractivismos” en Revista Nueva Sociedad 268. Marzo- Abril 2017. Pág. 114.
los sindicatos españoles (CC.OO. y UGT)
NOTA: Las opiniones expresadas en esta columna son de la responsabilidad de su autor y no de BARRANCABERMEJA VIRTUAL. (sección opinión).
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