Inicio Amylkar Acosta ¿Cuál será el “nuevo amanecer”?

¿Cuál será el “nuevo amanecer”?

Sample ImagePor: Juan Manuel López C

No sabemos aún hacia dónde se orientará el ‘Nuevo Amanecer’ prometido por el Presidente Santos, pero si podemos tratar de establecer el punto donde comienza.

A diferencia de lo que muchos creían no parece continuar la ‘era Uribe’.

Y en efecto lo que terminó ya se ve como ‘una negra noche’. El balance en casi todos los aspectos así lo muestra. Sobra repetir lo que deja el atraso en inversión en infraestructura; la pobrísima atención a los aspectos sociales; el caos institucional que se creó; la corrupción y el abuso del poder tanto para negocios como para maniobras políticas; más distancia con una solución con la guerrilla que nunca, y buena parte de la guerra que con ella se libraba transformada en una violencia y una delincuencia disparada en las ciudades; el horror de hasta dónde llegó la actuación del Estado en cuanto a ‘falsos positivos’, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, indiferencia al desplazamiento, y hasta ‘leyes de Justicia y paz’ para beneficio de los victimarios e indiferencia ante las víctimas.

Y lo positivo empieza a quedar en entredicho, cuando se ve que aspirar a una imposible derrota o rendición total de la guerrilla -en vez de aprovechar el que esté disminuida para negociar una paz-, solo refuerza el ciclo de la guerra con toda su insensatez y barbarie; y que la supuesta ‘confianza inversionista’, concentrada solo en el sector minero y comprada a altísimo costo (contratos de estabilidad jurídica, exenciones tributarias absurdas, reducción de las regalías), ha mostrado más efectos de ‘enfermedad holandesa’ que de bonanza.

No es casualidad que, como le sucedió a Pinochet, tanto internamente como en el exterior se dan manifestaciones espontáneas de repudio al expresidente Uribe por las políticas de su gobierno y/o por los medios que las caracterizaron.

Hasta ahora el nuevo Gobierno ha mostrado intentar corregir tanto en la forma como en el contenido prácticamente todo lo cuestionado y cuestionable del gobierno anterior. En particular buscar la unidad en vez de la polarización.

Pero la incógnita y lo que determinará si en realidad hay Nuevo Amanecer es si de verdad hay una nueva visión de los objetivos que se persiguen. Y eso amerita algo de análisis.

Las diferencias de mundo entre ambos mandatarios hace que si bien los dos tienen razones para defender el statu-quo, ellas son de origen diferente: para Uribe alcanzar y ejercer el poder fue triunfar dentro un sistema del cual solo forma parte (de terratenientes, empresarios, funcionarios públicos, etc.), y, como ese se identifica con su modo de vida, se fijó como meta acabar con quien lo sabotea; mientras Santos, como parte de quienes siempre lo han controlado y manejado, aspira a algo más que simplemente mandar, su temperamento (¿vanidad?) lo motiva a buscar dejar huella histórica de su paso por el cargo, y su inteligencia le hace claro que eso solo se puede logrando la paz.

La esperanza es que por eso no solo la manera de gobernar sino también la misión que se asignen pueden ser diferentes. El uno declaró y confirmó hasta la saciedad que su obsesión y objetivo único era ‘matar la culebra’. Con motivaciones menos personales, y bajo esa diferencia de perspectivas, el nuevo mandatario puede ser que entienda que los conflictos internos- ya sea armados o sociopolíticos- se manejan con soluciones concertadas, y que una convivencia pacífica y no razones para justificar peleas es lo que anhela y necesita el país.

La aclaración de algunos conceptos puede contribuir a ello:

-El más elemental y punto de partida: Colombia sí vive un conflicto armado.

-Hay quienes ven que en tales conflictos se violan los Derechos Humanos; otros consideran que justamente por estar bajo estas condiciones nace la obligatoriedad de aplicar el Derecho Internacional Humanitario; y existen pacifistas que por principio están contra la guerra. Lo que sucedía es que un Gobierno que aspiraba a una victoria total militar (ni siquiera la victoria política del rechazo nacional e internacional a la guerrilla permitió abrir otras posibilidades) los veía como enemigos por ser quienes cuestionaban esa fijación guerrerista.

-En cuanto al DIH, éste rige porque existe el conflicto armado. Y en nuestro caso lo primero que éste obliga es a intentar el acuerdo humanitario para aliviar la situación de los retenidos por la guerrilla (es lo primero por ser lo más evidente, lo más concreto, y en lo que más camino recorrido como antecedentes hay).

-A la luz de los Códigos Internacionales (Derecho Internacional Humanitario y Estatuto de Roma –o Corte Penal Internacional-) ni existe la categoría de ‘secuestrados’, ni los cautivos en manos de la guerrilla podrían ser vistos como los clasificamos aquí: los uniformados por ser parte en el conflicto serían prisioneros de guerra, o alternativamente rehenes políticos. Lo importante de la categoría que se les atribuya es el régimen bajo el cual se podrían liberar: al aplicar la perspectiva del derecho penal colombiano y catalogarlos como ‘secuestrados’ lo que se logra es cerrar los caminos que permitirían una liberación diferente de ‘a sangre y fuego’.

-En todo conflicto armado hay acciones que quienes las padecen las pueden calificar de ‘terrorismo’ y quienes las ejecutan no lo reconocen así. Por eso no existe una definición aceptada universalmente de terrorismo, ni existe tal delito en los códigos internacionales.

-Como en la noción de ‘conflicto armado’ en el DIH, la valoración o denominación de los actos que podrían calificarse como ‘terroristas’ no la determina la naturaleza de quienes los cometen. En tal sentido los ataques con minas o morteros (como en El Doncello o Putumayo) son tan actos de guerra como las bombas que se lanzan desde los aviones fantasma.

-Lo que sucede es que no todo en la guerra es válido y por eso, aunque sin entrar aún en vigencia, existe en el Estatuto de la Corte Penal Internacional la clasificación de los Crímenes de Guerra.

-La inmensa mayoría de los guerrilleros rasos no están enlistados porque aspiren o crean que van a llegar a tomar el poder. Es solo una opción de vida a la que los llevan sus circunstancias personales, a veces simplemente como fuente de empleo, a veces por resentimiento o reacción ante lo que la sociedad les ofrece, a veces por simples venganzas personales, a veces porque dentro del medio en que viven no se les presenta otra oportunidad.

-Los líderes sí pueden tener más la idea de cambiar por la violencia la sociedad, pero es poco probable que alguno aún crea en la toma del poder y menos en imponer otro sistema que en el mundo ya no existe: su máximo éxito sería negociar ciertas reformas, y que, respecto a los delitos que en función de ese idealismo hayan cometido, alguna benevolencia se les reconozca.

-No es verdad que buscar o aceptar un dialogo significa ceder o conceder algo, y menos que debe ser visto como una derrota del Estado (o del Gobierno). No es exacto que quienes desde el exterior ofrecen mediaciones es porque tienen una visión ‘romántica’ (y por ende equivocada) de los insurgentes. No es cierto que quienes dentro del país apoyan la solución política es porque simpatizan con la guerrilla. Es simplemente que como lo dijera un ex presidente, lo que se requiere no es una victoria sino una solución.

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