Sobre algo que puede haber coincidencia en la mayor parte de los seres humanos, es sobre la ilusión de que es posible un mundo mejor.
Unos lo tienen simplemente como una visión de algo deseable, otros como una misión que deben cumplir, otros simplemente como una ambición egoísta o altruista, pero para todos, el poder supone ser el camino para lograrlo.
Pero el ‘mundo mejor’ que cada cual contempla no es el mismo para todos. Todos desearíamos cambiar el actual pero no coincidimos en el hacia dónde ni en el cómo.
Es esto lo que lleva a que la humanidad viva con una permanente confrontación entre convicciones enfrentadas que inevitablemente terminan en conflictos y muchas veces se manifiestan forma de guerras.
Y es esto lo que motiva la obsesión por alcanzar el poder.
La única posibilidad de una verdadera paz universal sería que en vez de pretender que existe un posible mundo mejor, todos aceptáramos eso: que tiene más sentido acomodarse al que existe que aspirar a cambiarlo.
Por supuesto se dirá que eso es negativismo, que es fácil decirlo cuándo el que tenemos nos conviene, que eso no es válido para quienes se encuentran en sectores desfavorecidos y que desearían o necesitarían cambios en su condición.
Sería equivalente a que la paz depende de que cada uno se resigne a vivir con las condiciones que hoy tiene, lo cual choca con la idea de que todo ser humano aspira a mejorar sus condiciones de vida.
Pero si la felicidad del ser humano es el propósito de su existencia, la realidad y la experiencia muestran que son muy pocos los cambios que han mejorado la capacidad o la posibilidad de alcanzarla.
Desde que se ‘descubrió’ la noción de ‘clase media’ como categoría de la economía, su crecimiento ha sido constante – incluso se puede decir exponencial – pero no se puede decir que quien llega a esa ‘categoría’ alcanza más felicidad que la que tenían antes las clases sociales más bajas; pueden tener más ámbitos de libertad, o menos desigualdades respecto a los más ricos y poderosos, pero no por eso están más cerca de ser felices que el pobre campesino o el pobre siervo o el pobre esclavo de otros tiempos.
Cada cual vive su propia vida y sus propios problemas dentro de un marco en el cual solo la idea de comparaciones y de cambios produce la conciencia de que existen situaciones diferentes que generan expectativas e insatisfacciones.
O con la categoría del feminicidio, o las cuotas obligatorias, o el ‘@me.too’ se puede haber cambiado la relación de género y la condición social de la mujer, pero no por eso son más felices que cuando encontraban satisfacción en ser buena esposa o buena ama de casa.
Al igual que los conflictos de la humanidad nacen de la idea de que un mundo mejor es posible, las frustraciones del individuo nacen de la errada expectativa de que para encontrar respuestas a sus insatisfacciones debe cambiar su status (su statu quo) y así se acercará a ser más feliz.
Tal vez sea mejor solución para los problemas sociales o individuales el renunciar al prurito de que con el cambio llegan las mejoras, y pensar más en desarrollar las condiciones positivas que tiene la situación presente.
Concentrarse en lo bueno que existe y no en esperar que tal o cual cambio producirá beneficios solamente, olvidando que se acompañará de otros tantos nuevos inconvenientes.
Reconocer que como la perfección no existe, y/o como cada cual la concibe de manera diferente, el pretender alcanzarla es origen de conflictos y frustraciones y no de satisfacciones.
Es lo que proponen los gurús orientales: la felicidad individual y la paz colectiva no se encuentran en los cambios sino en la depuración de lo que existe para reforzar lo positivo y eliminar lo negativo.
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