Por: Juan Manuel López C.
Sobra insistir en las capacidades del Dr. Álvaro Uribe para motivar o confundir a la opinión pública.
Pero no deja de ser interesante el ver la forma como las desarrolla en la versión libre que presenta ante la Comisión de acusaciones. Por un lado tiene la facilidad de salirse completamente del contexto en el cual supone ser oído.
El tema a tratar es el de las chuzadas y su condición no es la de acusado. Es decir que se supone que debe referir se a lo que sabe sobre ese caso, y por supuesto, lo que podría relacionarlo con ellas.
Él lo transforma en un debate sobre su gobierno e incluso se sale del análisis sobre los hechos ocurridos durante su periodo para dedicarse a la defensa de sus convicciones. Y no es difícil reconocer que actuó en función de ellas y no de intereses mezquinos… pero no es eso el motivo de su citación.
Siguiendo la misma manera que usó para no responder a los medios de comunicación, acude al mecanismo de buscar desviar la atención atacando y cuestionando a las personas que considera sus enemigos y de no referirse a lo concreto sobre lo cual se espera su respuesta o su información. Así hace el listado de todas las personas que en algún momento disintieron de su manera de gobernar, descalificándolos, acusándolos, como si lo esencial fuera el acusador y no la acusación.
Y paralelo a ese papel de acusador se presenta en el papel complementario de víctima. Su versión es la de que las personas a quienes ataca no se encuentran alejados de él por diferencias con sus manejos o con sus orientaciones sino por animosidad y/o deseo de venganza personal. Es más, todo lo que aparece hoy como fallas de su gobierno son acusaciones injustas motivadas por una especie de conspiración para acabarlo.
Tampoco abandona el sistema de hacer comparaciones con el tratamiento que se dan a otros casos –siempre de delincuentes o de ‘enemigos de la Patria’- como si el no averiguar como él quisiera otras chuzadas (al General Naranjo, a Luis Camilo Osorio, etc.) fuera un exonerante de lo que sucedió bajo su mandato.
También es fiel a su tradición y al dicho de que si no hay forma de convencer al interlocutor hay que abrumarlo. Curiosamente fue una de las características de Adolfo Hitler, la capacidad para citar cifras, datos, fechas, con lo cual para contradecir o incluso simplemente para seguir el punto central es necesario estar al tanto de todos los detalles que se mencionan, como quien sigue en un laberinto a un guía que no sabemos para dónde va.
Pero paradójicamente si se depura su declaración de todas estas artimañas, lo que realmente queda es una especie de confesión. En la medida que lo que hace es justificar los hechos y no desvirtuar su existencia, acaba es ratificando que sí se dieron los delitos que se investigan. Sigue así su tesis de que como habría sido en función de defender la institucionalidad no se habría configurado un abuso de poder.
Lo otro que queda es que ante lo sincero de su sentimiento de inocencia y su obsesión paranoica de ser un perseguido (su línea central fue que viene una conspiración desde el comienzo de su gobierno cuando ‘Macaco’ dijo que tocaba acabarlo) queda evidente su tendencia patológica.