Por: Juan Manuel López C
Lo que sucede en Egipto y Libia muestra la diferencia entre noticia e información.
El despliegue noticioso –y lo que se convierte en la única realidad para nosotros- es lo que interesa a dos enfoques o dos poderes: el mediático, de que llame la atención al público, que despierte emociones y consiga ‘rating’; y el político, que muestre como alternativa deseable la conversión de esos países a un régimen ‘democrático’.
La preocupación no es informar, sino, por parte de los medios, el cómo presentar lo que sucede para vender más; y, por parte de los gobiernos que sienten que se afectan sus intereses, el que esa presentación se oriente hacia sus propósitos. A ninguno interesa el pasado, presente o futuro que dan contexto a esos eventos. Por eso solo se nos presenta como el levantamiento de una nación contra un tirano.
No nos explican que es una región de pueblos adaptados a gobiernos autocráticos y en la práctica vitalicios, que responden a una cultura y una visión del mundo que nunca ha conocido nada cercano a un sistema democrático, ni siquiera a un estado de derecho o a un régimen constitucional (Oman, Bahrein, Jordania, Arabia Saudita, Marruecos son todavía reinos, y tanto en ellos como en Irán, Irak, Siria, Yemen el poder ha sido y es así). Mal pueden anhelar o tener como meta construir algo que, como para nosotros el paraíso, apenas imaginan como abstracto e ideal (‘el gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo’).
Tampoco nos informan respecto al posible futuro. En el caso de Egipto el verdadero poder está y continúa en el ejército que depende de la ayuda norteamericana –y por supuesto de servir sus políticas- y eso fue lo que sostuvo durante sus 30 años a Mubarak. Poco probable es que esto cambie, y, si lo hace, la tendencia sería a un régimen fundamentalista como Irán, que, a más de lo que nos escandaliza como cultura, daría un vuelco a la poca estabilidad que existe en esa región.
Y Gadaffi forma parte de una tribu en un país de tribus. Y, como Hussein, pertenece a una minoría que adquirió preponderancia sobre otras minorías pero sin que represente la mayoría. Su eventual caída dejaría un caos parecido a lo vivido en Irak (y, si depende de una participación de los americanos, parece poco probable que ellos acepten involucrarse).
El explica que no puede abandonar su cargo pues no es primer Ministro, ni Presidente, ni Monarca, ya que su país funciona alrededor de congresos populares, y que él no tiene sino la categoría de líder, la cual no tiene mecanismo para ser remplazada. También dijo que su gente moriría defendiéndolo.
Y al entrevistador de la ABC respondió que no era verdad que entendiera lo que él trataba de explicar. Que reconocer que una cultura es diferente, con costumbres diferentes, con valores diferentes, etc., no significa que uno entiende esa cultura, esas costumbres o esos valores. Como tampoco sus relaciones sociales o su concepción de un ordenamiento político.
Más que calificar si es ingenuidad o perversidad hablar de esa manera, lo interesante es buscar entender lo que ven él y su gente. Pero eso no es noticia, y el informarnos al respecto revelaría que a pesar de que las democracias de Occidente institucionalizaron y se fundan sobre el principio de la tolerancia, no son capaces de tolerar una cultura y una idiosincrasia diferente a la propia.