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La corrupción en los tiempos del neoliberalismo.

Sample ImagePor: Juan Manuel López C.
 
A juzgar por lo que uno oye y ve en las noticias, en Colombia la corrupción encontró el terreno más fértil y más feraz para desarrollarse. No hay día en que no aparezcan nuevos escándalos que, aunque presentados solo como fruto de abusos de los funcionarios públicos, tienen necesariamente un complemento en los actores privados. En otras palabras es posible que sea más correcto ver el problema como el de una cultura o un modelo de sociedad y de economía basado en la corrupción, que una deformación de algunas ‘manzanas podridas’ que se toman el sector político y el sector oficial.

Hoy nos sentimos en el reino de la corrupción y no sabemos a qué atribuirlo. Buscamos chivos expiatorios –al punto que estamos ya más cerca de las cacerías de brujas-, sin intentar siquiera alguna explicación de porqué se ha multiplicado en esa forma.

Por donde deberíamos empezar es por reconocer que ese aumento en esa modalidad de delitos es coincidente con la implantación del modelo neoliberal, y con el avance de los intereses de a quien él beneficia. Por lo tanto es interesante buscar cómo se explica esa correlación

Alguna vez oí un pensamiento según el cual, haciendo referencia a la riqueza, lo único que de verdad acaba siendo de quien la tiene es lo que se logra gastar en darse gustos; que del resto del patrimonio solo se es un administrador. Claro que para prácticamente todo el mundo uno de los gustos es tener el poder decisorio, pero la idea es que nadie puede destinar a la propia persona más que la capacidad del propio consumo.

Es un argumento para descartar la necesidad de los políticos pues al fin y al cabo el otro origen del poder decisorio es el sistema político. Y es también una forma de reivindicación del capitalismo y de la tesis de que lo que se requiere no es que el Estado tenga control sobre los medios de producción como lo proponía el socialismo, sino que los administren los individuos más capaces de generar riqueza en forma eficiente.

Extrapolado ese pensamiento al nivel del conjunto de la economía, lo importante y lo relevante no es quién es el propietario de los recursos sino el cómo se administran. Esta es típicamente la visión de un economista puro para el cual el desarrollo económico, y el aumento del producto en forma de bienes y servicios para la población, automáticamente solucionan los problemas de una sociedad. En otras palabras que lo importante es generar suficiente riqueza para que por derrame les llegue a todos los pobladores la satisfacción de sus necesidades vitales. Y que, como consecuencia de que los ricos tienen un límite de consumo –no importa cuán alto sea-, su excedente de riqueza además de la función productiva a favor de la colectividad tendrá que llegar a manos quienes no son los propietarios, reduciendo en alguna forma las desigualdades.

Quien ve el panorama desde la economía política tiene una apreciación diferente puesto que parte de la base que el manejo de la economía no solo es la ciencia o el factor que determina la producción, sino que es también, y con  mayor importancia, lo que determina el orden y las relaciones sociales.  Pero además porque siempre se hace la salvedad de que existen funciones políticas del Estado diferentes del desarrollo económico.

Porque hay esa responsabilidad adicional es que no es una buena propuesta la de acabar con los políticos y dejar en manos de los ‘tecnócratas’ y los empresarios exitosos la dirección de un país.

Sin embargo el hecho es que la confrontación entre los ejemplos de modelos de capitalismo y socialismo llevó a que fracasó más el modelo del último que el del primero. Entre los estímulos de la ambición personal dentro de un  marco de gran liberalismo y la rigidez de un sistema de planeación central administrado por una burocracia con poderes absolutos, el primero mostró mejores resultados tanto en lo económico como en lo político, tanto en la capacidad de generar riqueza como de producir un orden social más satisfactorio.

Infortunadamente se asumió que el fracaso del uno significaba la bondad del otro y se olvidó que si existió una alternativa fue precisamente por la importancia de los otros aspectos que debían ser atendidos, ya que la respuesta a los problemas sociales no los daba el modelo triunfante. Nació el neoliberalismo como un extremismo del orden liberal y se proclamó al Mercado como el gran ordenador de la sociedad.

Nos encontramos entonces con que la modalidad de entregar la administración pública a quienes su capacidad y mentalidad les permitió ser exitosos en el sector privado –es decir, su vocación a enriquecerse-, los acompaña al llegar al sector oficial.

Esta condición que se podría llamar la estructura latente se disparó con una coyuntura de ‘pescar en río revuelto’ por las políticas del ‘octenio pendenciero’.

Desde el análisis de economía política los protagonistas individuales son solo accidentales y lo que determina los procesos históricos son los modelos de desarrollo, y los conflictos y confrontaciones entre los diferentes grupos de intereses de la población. En ese sentido el ex presidente Uribe fue solo el administrador de una coyuntura sin que sea ni el determinante ni el único responsable de lo sucedido en estos años. Tan solo prestó al modelo imperante –el neoliberalismo-  una fachada para venderla a la opinión popular del momento. La ‘seguridad democrática’ fue solo una expresión afortunada para justificar la guerra contra la insurgencia, pero sin ningún contenido respecto a un cambio de modelo de Estado o a una propuesta de organización social. Ese vacío fue tan evidente que solo al final del gobierno (y como propuesta para intentar prolongarlo) aparecieron los que suponían ser los complementos, la ‘confianza inversionista’ y la ‘cohesión social’. Es decir que bajo la idea de que padecíamos una ‘inseguridad democrática’ se ocultó el qué al concentrar todo el poder del Estado en combatir a la FARC se dejaba aún más abandonada la función del Estado no solo de buscar la cohesión social sino de controlar la ética en el manejo de la cosa pública.

Al fin y al cabo si el poder económico permite el acceso al poder de decidir, es consecuente con la idea del mercado como rector de todas las relaciones que el poder de decidir se vea como un camino para enriquecerse.

Y si el ejemplo del abuso y la impunidad se ven en el manejo del mundo institucional político, es natural que esto se refleje en todos los campos.

La coyuntura puede pasar y la tónica que ha marcado el inicio del nuevo gobierno es, en alguna forma –aunque sin volverlo explícito-, el mostrar mayor preocupación por reinstitucionalizar el país y atender los problemas del ciudadano que por asegurar el desarrollo económico.

Pero mientras sobreviva y subyazca la noción de que el Mercado es el creador del mejor orden y que no se debe controlar ni intervenir; y en ausencia de un Estado Fuerte organizado alrededor de un modelo de desarrollo en el cual las orientaciones políticas defiendan principios de justicia social, inclusión, de ética pública, etc., lo previsible es que ésa corrupción se manifestará en todos los frentes; y podremos encontrar indefinidamente chivos expiatorios sin  acercarnos a una solución.

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