Por: Juan Manuel López C
En la presentación de mi último libro con ese título, Mauricio Cabrera acertó al mencionar que no debía referirse solo al aspecto económico del Neoliberalismo sino que detrás de la política y la persona del Presidente Uribe se habían infiltrado muchos otros males eventualmente más graves.
Por supuesto estuve de acuerdo porque ese es el sentido de esa recopilación de artículos, pero justamente, a pesar del título, lo que se trata es de salir del ‘Uribe sí o Uribe no’, de reelección sí o reelección no, de la solución es Uribe o el problema es Uribe.
No es casualidad que bajo su gobierno el paramilitarismo coronó en dos Ralitos (el primero para ‘refundar la Patria’ y el segundo para amnistiarse); o que los medios de comunicación tienen una concentración y un poder cada vez más creciente; o que el gobierno americano consiguió un aliado incondicional hasta para absurdos como la guerra de Irak o sus bases militares; o que las trasnacionales consiguieron los contratos de estabilidad jurídica; o los billones de exenciones para las empresas con poder económico; o el AIS para el sector terrateniente del campo; etc…
Pero debe entenderse que Uribe no es el jefe de los paramilitares, ni el que organizó la parapolítica, ni quien impone el neoliberalismo, ni quién manda en los medios de comunicación; ni orienta las políticas americanas; ni controla las compañías trasnacionales, etc. sino la persona propicia para encarnar todos esos intereses porque comparte los principios (‘el fin justifica los medios’ ‘todo se vale’), simpatiza con los propósitos, y es igual de indiferente a los costos.
Estamos es ante un modelo que define perdedores y ganadores y con prelaciones claras: Competencia vs. Solidaridad (según encuesta el 85% de los colombianos prefiere tener individualmente 17 mil pesos que compartir 30 mil entre dos); Crecimiento vs. Distribución; Desarrollo económico vs. Desarrollo social y político. En lo político –y en consecuencia en lo jurídico- lo funcional y pragmático y no lo ético (recompensas, ‘Justicia y Paz’ vs Reparación y Verdad, principio de oportunidad).
Es de destacar que ningún grupo de vulnerables o excluidos tiene cabida o influencia en ese modelo (ni sindicatos, ni campesinos, ni minorías, etc.) y que tampoco cuentan los partidos políticos que suponen coordinar a quienes no tienen suficiente poder para representarse a sí mismos (se remplazan por el clientelismo con los parlamentarios).
Cambiamos la función del Estado responsable del bienestar de los ciudadanos y de la armonía entre los asociados por un estado promotor del darwinismo social, al servicio de la consolidación de los factores de poder y no de la democratización y redistribución de ellos.
Consecuencia de ello es que acabamos en un modelo de subdesarrollo.
En lo económico el desarrollo consiste en avanzar en la cadena del valor agregado, escalando de las actividades extractivas, a la agricultura, a la manufactura, a la industria, a los servicios, al desarrollo tecnológico, hasta las industrias del conocimiento. Como el cangrejo nosotros avanzamos de para atrás: con un crecimiento basado en el sector minero (y las alzas del petróleo, del carbón, etc.), en las ayudas o donaciones extranjeras (primer receptor de recursos de los Estados Unidos) y en las actividades ilegales; con la reducción de los presupuestos de educación e investigación, llegando incluso a desaparecer los centros donde se habían acumulado estudios a lo largo de decenios como en el caso de Carimagua; y con una ‘globalización’ que consiste en el exilio como política de empleo (más colombianos encuentran trabajo en el exterior que en Colombia y es el renglón mayor generador de divisas), y la venta de nuestras empresas para que la demanda nacional rente a trasnacionales extranjeras (hipermercados y servicios públicos).
En lo social un modelo de desarrollo supone propender por que se cierre la brecha entre los pobres y los ricos de una misma sociedad; la política expresa y sobre todo el resultado que confirman el coeficiente Gini tanto de ingreso como de riqueza es que bajo el mandato de la ‘seguridad democrática’ la política ha sido la de agrandar la brecha: siguiendo la premisa de que los ricos son los que producen la riqueza se ha volcado el Estado en su favor mientras se anestesia con limosnas a los desfavorecidos.
En lo político el desarrollo es el asentamiento de las instituciones y, en el caso del sistema democrático, el fortalecer los partidos, el equilibrar el sistema de pesos y contrapesos y la independencia de los poderes. Nada más evidente que el retroceso en ese camino.
Propósito del desarrollo y condición para él es la capacidad de propiciar acuerdos que permitan trabajar armónicamente con quienes tienen visiones o convicciones diferentes, es decir buscar consensos con los contradictores y la paz con los enemigos. Claramente está nuestro gobierno alineado en la orientación contraria y se dedica a la polarización, respecto a la guerrilla, a la oposición y, en el campo internacional, con los vecinos.
Ejercer la soberanía, afirmar la independencia y la autonomía, y defender la propiedad sobre los recursos naturales es característico del desarrollo de una Nación. La sumisión a los intereses y las políticas de los Estados Unidos da más fuerza a un gobierno pero va en contravía de estos propósitos; igualmente sucede al crear para las trasnacionales condiciones y prebendas superiores a las del resto del mundo.
Por supuesto el desarrollo también debe manifestarse por progresos en el campo del respeto por los Derechos humanos y por la promoción de una ética ciudadana. Es decir lo opuesto a las políticas que propiciaron los falsos positivos, o al ejemplo de cómo sacar las leyes de la república mediante compra del voto de los parlamentarios.
Pero además de la orientación hacia el subdesarrollo otra gran consecuencia del modelo es la corrupción.
El nivel de corrupción siempre es inherente a qué modelo se aplica.
El primer problema en Colombia es la corrupción (cobija y genera violencia, delincuencia, criminalidad), pero el modelo no se interesa en sus causas sino solo en atacar por vía de la represión sus manifestaciones.
El ‘todo se vale’ y ‘el fin justifica los medios’ que se proclaman como ‘ética’ del gobierno se convierten en ética de la sociedad; coincide con los intereses de los grupos de poder; y, ante quienes no tienen los privilegios de la fortuna, de la educación, etc., legitima la necesidad es desconocer las reglas y acudir a la violencia. Eso explica lo sorprendente de la apatía ante lo que sucede en Colombia, la falta de reacción ante la violencia, la impunidad y la corrupción.
Pero la ‘corrupción’ no solo es problema por el tamaño, sino también porque su connotación va más allá de la descripción de un comportamiento y traslada el tema al campo moral donde se califica y valora al individuo; lleva a un mundo de ‘malos’ y ‘corruptos’ en el que los ‘buenos’ tienen que acabar con los malos.
Uribe es el Caballo de Troya porque se deja de pensar en el modelo y se le presenta como el regalo de Dios para luchar contra el mal (‘la corrupción y la politiquería’, y el terrorismo que remplaza al comunismo).
Por eso el peligro es salir de Uribe sin cambiar el modelo; no verlo como el Caballo de Troya.