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El drama humanitario y la persecución política tras el discurso antiinmigrante en EE.UU

El derecho a la protesta, la libertad de expresión y la garantía de un debido proceso son principios fundamentales que deben ser defendidos con firmeza. La comunidad internacional no puede seguir mirando hacia otro lado mientras crece un régimen que persigue opositores, encierra personas inocentes y criminaliza la disidencia.

En los Estados Unidos, un país que alguna vez fue considerado un referente global en libertades civiles y derechos humanos, se está desarrollando una de las más preocupantes y sistemáticas campañas de persecución contra inmigrantes y opositores políticos. 

Todo esto bajo una narrativa que intenta desviar la atención de los verdaderos abusosviolaciones de derechos humanos, uso excesivo del poder legislativo y criminalización de la disidencia— mediante el uso del miedo y la estigmatización.

Mientras las cámaras de televisión repiten una y otra vez discursos cargados de odio contra los inmigrantes, miles de personas son encerradas en campos de detención ubicados en zonas remotas y peligrosas, el más novedoso, en plena selva pantanosa, donde abundan las víboras, caimanes y todo tipo de amenazas naturales. 

Campos de concentración 

Lejos de garantizar derechos básicos o procesos humanitarios, estas instalaciones se convierten en verdaderos campos de concentración modernos, donde las personas sobreviven sin garantías legales, sin atención médica adecuada y bajo constante amenaza.

Todo esto ocurre mientras la retórica republicana —especialmente de su bancada más radical en el Estado de Florida— insiste en deslegitimar a cualquier voz crítica, ya sea nacional o extranjera. 

Señalan, acusan sin pruebas, insultan y difaman, pero jamás responden por la realidad de los abusos cometidos contra miles de personas, muchas de ellas trabajadoras, perseguidas solo por buscar una vida digna o por pensar diferente.

No se trata únicamente de inmigrantes sin documentos. 

Esta cacería humana y política también apunta a empresarios, activistas y figuras públicas que se atreven a cuestionar el régimen de mano dura. El magnate Elon Musk y Zohran Mamdani,el futuro alcalde de Nueva York , entre otros, han sido objeto de amenazas veladas de extradición simplemente por no alinearse con las políticas impuestas desde los sectores más extremos del Partido Republicano. 

Si eso le ocurre a quienes tienen poder y visibilidad, ¿qué se puede esperar para el ciudadano común que decide alzar su voz?

Generar miedo para justificar el autoritarismo

Se aprueban leyes que recortan los beneficios sociales, se eliminan protecciones para las comunidades vulnerables, y al mismo tiempo se otorgan exenciones fiscales a las grandes corporaciones. Todo esto se hace mientras se agita el espantapájaros del inmigrante “criminal” para justificar cada medida. 

Es un mecanismo antiguo, pero tristemente efectivo: generar miedo para justificar el autoritarismo.

El resultado es un clima de terror en muchas comunidades

No solo hay temor a la deportación; ahora también hay miedo a hablar, a opinar, a participar en política. Hay miedo a ser señalado por tener una bandera diferente, por acompañar una protesta, o simplemente por pedir respeto por los derechos humanos.

Estados Unidos, que alguna vez se proclamó como “la tierra de los libres”, hoy se acerca peligrosamente a un modelo de represión y censura política. 

Un SOS a las fuerzas democráticas

Es por eso que desde diversos sectores —organizaciones sociales, académicos, medios independientes— se lanza un llamado urgente: un SOS a las fuerzas democráticas dentro del Congreso, al Partido Demócrata, a las organizaciones internacionales y a la sociedad civil global.

El derecho a la protesta, la libertad de expresión y la garantía de un debido proceso son principios fundamentales que deben ser defendidos con firmeza. 

La comunidad internacional no puede seguir mirando hacia otro lado mientras crece un régimen que persigue opositores, encierra personas inocentes y criminaliza la disidencia.

Hoy más que nunca, levantar la voz no es solo un derecho, sino una obligación ética. La historia juzgará a quienes decidieron callar, pero también reconocerá a quienes lucharon por devolverle la dignidad a un país que parece haber olvidado sus propios principios.


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