Inicio Noticias ¿Periodista crítico o linchamiento mediático disfrazado de libertad de expresión?

¿Periodista crítico o linchamiento mediático disfrazado de libertad de expresión?

Y si el periodismo quiere ser parte de la solución, debe dejar de lado el insulto y volver a ser un espacio para el análisis, el contraste de ideas y la búsqueda de la verdad. Porque el país no puede permitirse seguir atrapado en la superficialidad del escándalo mientras lo fundamental sigue sin resolverse.

El periodista Gustavo Gómez, director de 6AM Hoy por Hoy en Caracol Radio, llamó en cuatro ocasiones “mercenario” al Ministro de Justicia, Luis Eduardo Montealegre, durante su intervención en un programa reciente. 

Las declaraciones, lejos de abrir un debate sobre el fondo de las propuestas del ministro o del Gobierno, desataron una ola de indignación en redes sociales, donde muchos usuarios cuestionaron el tono del periodista, calificándolo de agresivo, tendencioso y carente de ética.

¿Este es el periodismo que nos exige moderación en el lenguaje? 

Se preguntan múltiples voces en plataformas digitales, señalando que quienes desde los grandes micrófonos insultan y difaman luego claman por “mesura” cuando se les cuestiona. 

La incoherencia, para muchos, es evidente. Gómez, junto a otros comunicadores como Melquisedec Torres y Sebastián Nohra, ha venido liderando una campaña sistemática de deslegitimación contra el Gobierno y sus representantes, no desde la crítica argumentada, sino desde la burla, el ataque personal y la desinformación.

El blanco esta vez es Montealegre, exfiscal general de la Nación y actual Ministro de Justicia, a quien acusan —sin pruebas claras— de querer “violar la Constitución” y de promover “disparates demenciales”. 

No es un golpe institucional

Sin embargo, quienes respaldan el proyecto de reforma impulsado por el Gobierno insisten en que lo que se está planteando no es un golpe institucional, sino una ruta participativa para que el pueblo colombiano, a través de mecanismos legítimos, participe activamente en la transformación del Estado.

Montealegre ha defendido con argumentos jurídicos la posibilidad de convocar un proceso constituyente que permita saldar deudas históricas que la clase política ha ignorado: la redistribución de la tierra fértil, la implementación real y completa de los Acuerdos de Paz, el acceso a derechos fundamentales como salud, educación y pensión, una política ambiental acorde al cambio climático, y una reforma judicial profunda. 

Lejos de ser una “perorata absurda”, como lo califican sus detractores, estas propuestas recogen las demandas sociales que han movilizado a millones en las calles en años recientes.

No es la primera vez que el debate público en Colombia se reduce al insulto. 

Este caso recuerda lo que ocurrió hace poco con la Consulta Popular que buscaba devolver derechos laborales a los trabajadores. La oposición no debatió el contenido, sólo descalificó el mecanismo, saboteando así una restitución de derechos negados durante el auge del uribismo

Hoy, frente al proceso constituyente, ocurre lo mismo: se ataca al mensajero, se ridiculiza el método, pero no se ofrecen soluciones de fondo. 

El patrón es claro: cualquier intento de cambio estructural es demonizado, no por su contenido, sino porque amenaza la comodidad de un statu quo que beneficia a unos pocos.

El cinismo de ciertos sectores mediáticos es tan grande como el poder de sus micrófonos. 

Mientras el país enfrenta crisis estructurales, como la violencia rural, la precarización laboral, el colapso del sistema de salud y el abandono estatal en regiones enteras, los titulares y comentarios de algunos periodistas se centran en desviar la atención con ataques personales, insultos y narrativas que solo buscan mantener la polarización.

Los defensores del proceso constituyente insisten 

El Congreso no ha querido reformarse, y es por eso que el pueblo debe asumir ese rol. Pero frente a este clamor democrático, lo que reciben son burlas y difamaciones

El pueblo colombiano debe preguntarse: 

¿Hasta cuándo va a tolerar que sus necesidades sean ignoradas y despreciadas por una clase política y mediática que prefiere atacar al que propone soluciones antes que resolver los problemas?

Montealegre, más allá de las descalificaciones, ha puesto sobre la mesa temas cruciales. 

Y si el periodismo quiere ser parte de la solución, debe dejar de lado el insulto y volver a ser un espacio para el análisis, el contraste de ideas y la búsqueda de la verdad. Porque el país no puede permitirse seguir atrapado en la superficialidad del escándalo mientras lo fundamental sigue sin resolverse.

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