
En Colombia, la política está plagada de contradicciones, es desconcertante ver a muchas personas actuar con aparente normalidad, indiferentes a sus propias necesidades más urgentes —empleo digno, salud, pensiones, educación— y, sin embargo, movilizarse con una «solidaridad» casi ciega hacia figuras como Miguel Uribe, representante de los mismos sectores políticos que les han quitado esas garantías básicas.
¿Cómo entender que haya colombianos que, mientras sufren las consecuencias del modelo neoliberal impulsado por partidos como el Centro Democrático y sus aliados, se vuelquen a defender a quienes han sido protagonistas en desmantelar el Estado social?
¿Cómo explicar que se alce la voz con fervor por Miguel Uribe, pero se guarde silencio ante las reformas que buscan precisamente restituir derechos?
La paradoja no termina ahí. Tras el atentado contra Miguel Uribe —un hecho que merece el más profundo rechazo, sin ambigüedades— la oposición ha entrado en un frenesí mediático que raya en la indecencia.
Vicky Dávila, Ingrid Betancourt, Andrés Pastrana, entre otros, han aprovechado el momento para salir a señalar culpables, sin pruebas, con una voracidad oportunista alarmante. No hay espacio para la reflexión, ni para la empatía con un país herido, solo para la politiquería más cruda.
Ver a una persona debatirse entre la vida y la muerte debería convocar al silencio respetuoso, a la prudencia, incluso al recogimiento.
Pero para ciertos sectores de la derecha colombiana, cada crisis es una oportunidad para azuzar el miedo, sembrar desconfianza y debilitar al gobierno, sin importar si eso significa hacer uso instrumental del dolor o la tragedia.
Desde el día del atentado, han desfilado por la clínica donde está hospitalizado Miguel Uribe más de 30 figuras políticas, muchas de ellas aspirantes presidenciales.
Lo hacen no por solidaridad genuina, sino para ocupar la pantalla y las portadas.
Antes del ataque, veían en Miguel Uribe un competidor, un obstáculo. Ahora lo utilizan como símbolo para presionar al gobierno de Gustavo Petro, exigiendo el retiro de las reformas sociales, la cancelación de una posible Consulta Popular, y el fin del proyecto de cambio que este representa.
Es un espectáculo bochornoso. No les interesa realmente el bienestar del país. Les interesa torpedear cualquier transformación que ponga en peligro sus privilegios.
Colombia atraviesa una etapa crítica donde se hace cada vez más evidente que hay una élite política que se niega a soltar el poder, dispuesta a instrumentalizar cualquier situación para perpetuar sus intereses.
El uribista pobre
Mientras tanto, sectores de la población afines a la derecha, aún golpeados por la precariedad, parecen actuar en contra de sus propias causas, confundidos por una maquinaria mediática que sabe cómo moldear la percepción.
Este no es solo un debate sobre un atentado. Es una discusión sobre el alma de la democracia, sobre qué tipo de país queremos construir y sobre la necesidad de actuar con coherencia, memoria y dignidad.
Porque la verdadera solidaridad no se mide por cuántas cámaras hay alrededor, sino por qué causas se defienden cuando nadie aplaude.