La situación presentada por la expansión del Covid-19, “considerada un rebote de coronavirus como una pandemia según anunció por primera vez la OMS, que generalmente no declara una pandemia, “porque Pandemia no es una palabra para usar a la ligera o descuidadamente” como lo dijo el director del organismo mundial de la salud, Tedros Adhanom, quien además, venía advirtiendo la gravedad del crecimiento exponencial del contagio y muertes provocadas por el coronavirus, como una forma de presión para que los gobiernos tomaran medidas preventivas que evitaran el contagio mundial.
Finalmente, su clamor se oyó, cuando la tozuda realidad probó que la pandemia era un hecho categórico que se tenía que afrontar de manera inmediata por todos los países.
En los registros de anteriores brotes de virus similares, la OMS informaba sobre la evolución de las infecciones y su gravedad, más no declaró o anunció pandemias, como lo hizo ahora.
Como en efecto ocurrió con la influenza A(H1N1) de 2009, cuya tasa de mortalidad llegó 0,02%. El VIH sida de los años 80, de la que han muerto 32 millones de personas, de ellas 770 mil en 2018. La gripe “asiática y de Hong Kong de 1957-58 con rebote en 1968; de las que se calcularon entre 1 hasta 4 millones de muertes en los dos brotes. Y la influenza de 1918 mal llamada “la gripa española”, como se quiera que esta no provino de este país, sino los soldados de Estados Unidos y Francia, que entraron a la primera guerra mundial de 1917.
Esa pandemia dejó entre 20 y 50 millones de muertos, más que el total de civiles y militares muertos en dicha guerra. Esta pandemia infectó a más de 500 millones de personas, un tercio de la población mundial de la época. Según registra la Enciclopedia Británica y la propia OMS.
En el caso del Covid-19, para cuando la OMS declara la pandemia el 11 de marzo, reportaba 118.000 casos de infectados y 4.291 personas fallecidas, con un índice un 3,63% de mortalidad y una extensión por los cinco continentes.
Seis días después, a la hora de escribir esta nota, la pandemia va en 194.029 casos confirmados y un número de 7.865 muertes, que representan una tasa relativa de mortalidad del 4.05%.
Esa tasa exponencial de mortalidad es considerablemente grave y empeora si la curva no empieza a decrecer.
Una situación de semejante panorama debería tratarse como si estuviéramos ante un escenario como el de un siglo atrás…, es decir como si estuviéramos en la primera guerra mundial.
Lo anterior porque se desconoce hasta donde pueda crecer el factor exponencial de esta pandemia. Hágase el solo ejercicio aritmético y su resultado es aterrador. Sí se observa el impacto que una tasa del 4.05% de mortalidad sobre una población de 1 millón de personas infectadas, el número de muertes, si no creciera el exponente de la ecuación de hoy, ascenderían a 40.500 personas. Si esta sube a 10 millones de infectados llegaría a 405.000 y si infecta a 100 millones, tendremos 4 millones 50 mil muertes. Y eso que 100 millones de personas, solo representan el 1.3% de la población mundial de 7.700 millones de habitantes según el último informe demográfico de las Naciones Unidas de 2019. Esta pandemia puede resultar en la más grave de los últimos 100 años.
El oscuro panorama que se presagia requiere de los gobernantes un alto grado de desprendimiento de los cartabones ideológicos, políticos y económicos que acompañan sus decisiones gubernamentales. Que generalmente privilegian el mercado antes que, a la gente, olvidando que sin gente no hay mercados.
Las personas necesitan los recursos básicos como los son los ingresos del trabajo o actividad económica pequeña o grande de la que hoy derivan el sustento suyo y el núcleo familiar. Las empresas de todo, tipo los auxilios del gobierno para no desparecer y poder seguir después de superada la crisis y los centros hospitalarios, los elementos esenciales para atender los enfermos.
Es hora de que la otra pandemia, la del neoliberalismo, tan global como el Covid-19, le empiece a devolver a la gente lo que le ha despojado durante los últimos cuarenta años para entregárselo al 1% de los que concentran la riqueza en el globo terráqueo. Las mezquindades del FMI frente la petición del presidente de Venezuela y la de la Unión Europea ante la de Serbia no puede ser el comportamiento ante una situación tan grave como la que está viviendo la humanidad en esta pandemia.
Todo esto exige que la gente reclame ante los organismos internacionales y los gobiernos, medidas de atenciones oportunas y eficaces. Así mismo como que, también cada persona guarde la suficiente conciencia de la gravedad del asunto. En primer lugar, evitar el contagio, y si por asuntos ajenos a su voluntad llegara a ser contagiado, hay que ser consciente de no convertirse en un multiplicador del virus a su círculo familiar, amigos, allegados, vecinos o en general a otras personas.
El aislamiento social es como la criptonita que le quita las fuerzas a Superman: con la diferencia, de que la criptonita ni Superman existen; pero el aislamiento social sí. Por esta razón exigir a los gobiernos, patronos, banqueros y parlamentarios, es decir a los del poder, suficientes condiciones favorables para que el aislamiento sea una garantía de superación de la pandemia, y no una patología de una especie de coma social, donde igual se padece como si llevara el virus mortal, se convierte en una urgente necesidad colectiva.
En Colombia se debe demandar del gobierno nacional todas las garantías sociales, económicas, informativas y políticas para que los 50 millones de habitantes, a los que según proyecciones del DANE llegó el 12 de febrero pasado el país, que habitan en este territorio de 1.142 millones de km2, tengan con que sortear favorablemente la grave situación que se vive con el Covid-19 y poder afrontar los otros graves problemas que tiene la nación, que no se pueden olvidar ni ocultar detrás de la pandemia, tal como lo expuso en la réplica de la oposición a través del senador Juan Luis Castro Córdoba a la intervención del presidente Duque.
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