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Si Álvaro Uribe se callara ¿qué pasaría?

Por: Juan Manuel López C.

 

El continuo despliegue de los medios de cuanto dice y opina el expresidente Uribe ha producido una distorsión que no permite ver la realidad de lo que vivimos

 

Si el expresidente Uribe dejará de tuitear y de dar declaraciones respecto a lo que pasa y no pasa en el país, sería mucho más clara la situación nacional en todos los aspectos.

 

O mejor dicho si los ‘comunicadores’ no se dedicarán a promoverlo. Porque no es tanto su propia participación sino el despliegue que le dan los medios lo que ha producido una distorsión que no permite ver la realidad de lo que vivimos.

 

No solo confunden sino acaban además incidiendo, creando una realidad virtual que produce consecuencias, aunque no corresponda a lo que realmente acontece.

 

El mayor efecto hasta el momento es volver cierta una polarización que de otra manera no tendría la profundidad ni las dimensiones de lo que se ve en el momento. La presencia mediática del expresidente la han asumido como representativa de toda la oposición al Gobierno y como vocera de todos quienes votaron No en el plebiscito, lo cual no es correcto.

 

Por ejemplo, respecto a la Paz, no es cierto que la mayoría de los colombianos esté en contra de ella.

 

Por el contrario, es obvio que son muy, muy pocos quienes no la desean. Pero la interpretación que se da al asumir que la actitud de Uribe la respaldan quienes están insatisfechos con el gobierno lleva a creer o dar la impresión que también tienen la misma posición respecto a la Paz.

 

Se repite y continúa con la presentación errónea de lo que pasó cuando el plebiscito. De los más de 5 millones de votantes que dieron el triunfo al No, no son ‘uribistas’ ni la mitad; sin embargo mediáticamente pareciera que lo fueran los cristianos que, confundidos o no, votaron molestos por los temas de la identidad de género; o la cantidad de votantes que comprendieron el absurdo de pretender incluir un documento de más de 350 páginas con sus anexos como parte de la Constitución; o los defensores del orden jurídico que entendían que la pertenencia al  ‘bloque de constitucionalidad’ la define la naturaleza de una norma justamente cuando esta no se encuentra en el texto de la Carta; y en general fueron muchísimos quienes podían estar en contra de uno o varios de los puntos que también molestaban a Álvaro Uribe (elegibilidad política, poco castigo, etc.) pero que no por eso eran sus seguidores.

 

Hoy ninguno de estos grupos adhiere al sabotaje que intenta Uribe y sus furibistas a la implementación al proceso de paz. Es más: no son pocos los miembros del Centro Democrático y aún de los mismos admiradores del expresidente que no comparten ni ese propósito ni los argumentos y métodos que se usan para ello.

 

Las encuestas (a pesar de las dudas que se puedan plantear respeto a su validez) son bastante dicientes: al tema de eventuales candidaturas presidenciales cuando se pregunta por ‘el posible candidato que escoja el Centro Democrático’, la respuesta tanto para el ‘quien desea’ como para el ‘quien cree que será’ lo ubica en el sexto lugar y con un porcentaje de apenas el 2 % (mientras los punteros varían del 7 % al 10 % y del 9 % al 22 % según la pregunta).

 

Lo grave es que quien más interesado está en esta polarización –y por lo tanto en la continuidad de la figuración permanente de Uribe en los medios- es el presidente Santos, ya que eso permite que sea alrededor de su política de paz y sobre las condiciones personales de cada uno que giran –y espera, girarán- los debates; en esto la opinión se divide probablemente por mitades o a favor de él, mientras en cualquier otro aspecto solo se encuentran mayorías opositoras o que descalifican su gestión.

 

Sin embargo, se insiste, esta actuación de los medios tiende a condicionar el comportamiento de los ciudadanos alrededor de la falsa realidad que presentan. No son pocos quienes olvidan que los problemas del país van más allá y son más complejos que esa polarización. Hasta cierto punto la permanente presencia mediática de Uribe hace olvidar que hoy Colombia perdió completamente su institucionalidad; que no existe en la práctica la Administración de Justicia; que nadie cree en los partidos políticos; que los escándalos son el pan de cada día porque de eso se alimenta el rating  de la prensa; que no se sabe cuál está más desprestigiado de los poderes del estado; que no hemos logrado las reformas a la salud, a las pensiones, a la Justicia, al sistema electoral; que el modelo económico fracasó; etc.

 

Si se mantiene la complacencia de los medios con la estrategia de figuración permanente de Uribe en la escena pública, seguiremos en la misma incapacidad de salir adelante pues son pocas las esperanzas que podamos atacar los verdaderos males que nos aquejan.

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