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El síndrome del Caguán

juanmaloPor: Juan Manuel López C

Que el Gobierno de Andrés Pastrana fue uno de los más opacos, frívolos y malos de nuestra historia es un hecho bastante aceptado y reconocido.

A lo que se ha dado menos énfasis es a que por culpa del fracaso del ‘proceso de paz’ fue también el más dañino.

A través de ese proceso sin rumbo ni responsabilidad que acabó produciendo lo que se ha conocido como el ‘Síndrome del Caguán’, se creó la idea de que cualquier intento de acuerdo dialogado con las FARC es caer en una trampa que ellos tienden. Como nunca se hizo un juicio de responsabilidad por la manera en que fue montado y manejado ese proceso, lo único que quedó fue esa conclusión. Se excluyó que pudo haber responsabilidad –y más probablemente irresponsabilidad- de parte del Gobierno, en cuanto a la falta de una ‘carta de navegación’ donde se establecieran unos pasos, y de unos negociadores con facultades  e instrucciones de lo que se debía adelantar; que fue más una operación de manejo de imagen y relaciones públicas.  Poco posible es que, bajo las condiciones en que funcionó, con una romería de asistentes que incluía desde la farándula, la ‘alta sociedad’, los periodistas estrella, hasta nobleza extranjera y el presidente de la Bolsa de Nueva York, y sin coordinación ni rumbo establecido, se hubiera llegado a alguna parte.

Lo obvio es que un fracaso como ese es un fracaso de ambas partes y culpa de ambas partes. Pero para los enemigos de la paz se convirtió en el argumento final para vender la idea que se debe renunciar a buscar una salida política al conflicto que vivimos.

Con la propuesta de Timochenko y la respuesta del Presidente Santos se confirma tanto la posición del actual Gobierno de no buscar una solución sino una victoria, como la función que cumple el uso del ‘Sindrome de Caguán’ para respaldar esa posición.

Porque varias paradojas o inquietudes se presentan:

Se dice que la guerrilla está derrotada militar y políticamente y por eso no es necesario abrir la posibilidad de diálogos. ¿Significa eso que para que valga la pena explorar algún otro camino para una paz sería deseable que fueran más fuertes?

Se dice que para hablar tiene que mostrar pruebas creíbles de voluntad de paz. ¿Cuándo o como se establecería qué es creíble y qué no, si no se dialoga?

Se exige un ‘cese de hostilidades’ pero esa figura normalmente es bilateral para iniciar conversaciones. ¿Se piensa tal vez que la guerrilla cese las hostilidades mientras los siguen atacando? (el caso de la ETA que se usa como ejemplo para decir que eso es posible no llevó sino al abandono de la guerra pero no hubo ni entrega ni amnistía ni nada parecido porque no pretendían ser unas ´fuerzas armadas´).

Se afirma –con razón- que habrá grupos armados ilegales mientras exista el negocio del narcotráfico, pero no se acepta –a pesar de que es igual o más evidente- que en parte similar dependen de la falta de respuestas del Estado a los problemas de exclusión, marginalidad, injusticia, etc.

En últimas, si no se hubiera producido el fracaso del Caguán ¿Cuál sería la razón para no ensayar la paz por el diálogo? La última paradoja es que lo que motivó la importancia de ese proceso –es decir el intento de encontrar una paz pactada- se convirtió en el argumento definitivo para excluir para siempre esa posibilidad.

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