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Obama mata el miedo

horacioPor Horacio Serpa

El 11 de septiembre de 2001 el mundo presenció el más atroz ataque del terrorismo contra Estados Unidos. Las Torres Gemelas se derrumbaron ante las cámaras de la televisión como castillos de naipes, luego que dos aviones comerciales fueran estrellados contra ellas, dejando miles de muertos y cientos de desaparecidos. El terror se apoderó del planeta. El poder fue asumido, entonces,  por halcones que iniciaron guerras en Irak y Afganistán, que aún no terminan.

El 11-S, como se conoce ese criminal acontecimiento, fue ejecutado por comandos de un grupo terrorista llamado Al Qaida, liderado por un hombre excéntrico al que sus seguidores consideraban casi como un profeta musulmán. Un veterano combatiente en Afganistán, ex aliado de Estados  Unidos, cruzado contra occidente que había jurado destruir el poderío de los infieles. Osama Bin Laden, apareció entonces como la reencarnación del mal. Se desplegó contra él la más ambiciosa cacería humana y se construyó el mito del talibán invisible que desafió al imperio y lo arrodilló.

Esa historia terminó el pasado domingo con una de las operaciones de inteligencia más audaces de los últimos tiempos, autorizada directamente por el presidente Obama, que terminó con la muerte del enemigo público número uno de Estados Unidos y Occidente. La muerte de Osama es el hecho más importante en toda la historia de la lucha contra el terrorismo, con un impacto tal que puede ser el detonante para asegurar la reelección de Obama, tan caído en las encuestas por su supuesta debilidad en la estrategia militar y su culpabilidad en la erosión del poderío político y militar de esa superpotencia, hoy amenazada por el empoderamiento de China y otras potencias regionales.

En pleno proceso de reelección de Obama, la muerte de Osama es el argumento esperado para garantizar cuatro años más de permanencia en la Casa Blanca, habitada por primera vez en su historia por un afroamericano con un perfil político diametralmente opuesto a los halcones republicanos que llevaron a ese país a asumir un papel de policía del mundo y a gastar su riqueza en invadir países a nombre de la libertad. Basta recordar que Bush, hijo, invadió Irak con la mentira de supuestas armas de destrucción masiva en poder de Sadam Hussein. Y de Irak y Afganistán no han podido salir victoriosos los marines.

Obama se ha anotado un enorme éxito político. Tiene razón al señalar que el mundo es más seguro sin Osama. Esa muerte, que ha sido manejada con enorme responsabilidad, sin morbo publicitario ni discursos disonantes,  es una espléndida ocasión para repensar el papel de Estados Unidos en la lucha antiterrorista, porque demuestra que es más poderosa la inteligencia que la fuerza y que no es necesario invadir un país para combatir a un enemigo.

Obama mató al miedo. Pero aún queda mucho por hacer para reconstruir la confianza global en las instituciones y convertir, de manera pacífica, a la democracia como el modelo que nos garantizará la libertad.

Bucaramanga, 3 de Mayo de 2011

 

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