Por: Juan Manuel Lopez C
Poca atención se ha prestado en el mundo, pero sobre todo aquí, a la renuncia del Primer Ministro Japonés por no haber podido cumplir una promesa de campaña. A solo 8 meses de haberse posesionado Yukio Hatoyama entregó el puesto por considerar que al haber aceptado la imposición de los americanos y conservar sus bases en Okinawa había incumplido el compromiso adquirido con el electorado que votó por él.
Se puede decir que es un harakiri político, una versión moderna de la gran tradición de los Samurai que, antes que vivir con la vergüenza de haber fallado a su deber, se suicidaban clavándose su espada en el estomago y sacando sus intestinos al aire.
Mockus hizo una declaración juramentada en notaría que lo podría llevar al mismo resultado. Pero lo hizo más con el propósito de invitar o forzar a Santos a hacer algo similar con su promesa ‘grabada sobre piedra o sobre mármol’ de que no subirá los impuestos.
Tal gesto debería ser inútil puesto que la ley dice que los partidos deberían inscribir un programa, y el gobierno elegido plasmar en los primeros cuatro meses de gobierno un plan de desarrollo.
Tiene sin embargo el sentido de diferenciar metas de compromisos. Algo va de no lograr alcanzar una meta a no honrar una promesa.
De hecho es poco lo que Mockus arriesga pues pareciera que se hubiera adelantado a hacerse ese harakiri. Con las propuestas de aumentar el I.V.A, desmejorar los salarios de los médicos, la confesión de su admiración por Chávez, y su ‘adoración’ por 4 por mil logró el equivalente a sacarse los intestinos después de su presentación de letanías y saltitos el día de las elecciones en primera vuelta en la que realizó lo que sin duda quedará como la mejor de todas las contribuciones a la campaña de Juan Manuel Santos.
No hay en Santos semejante tendencia.
Nunca un candidato había tenido tanto poder ayudándole en una campaña como él: el Gobierno, los grupos empresariales, los Estados Unidos, el sector financiero, toda la clase política y en general todos los voceros del ‘establecimiento’ unidos a su favor; también con él está el paramilitarismo o más correctamente la parapolítica; incluso pareciera que la oposición, ya fuera de las FARC y Chávez o de el Partido Liberal, se hubiera puesto de acuerdo para favorecer esa candidatura; pero lo más irónico es que realmente el mejor aporte y la garantía de éxito la aportó el candidato contrario, Mockus.
El otro contexto dentro del cual se mueve es que los países acuden a gobiernos de unidad nacional después de una hecatombe, de grandes catástrofes, de Golpes de Estado, de polarizaciones cercanas a la guerra civil, etc., y el Gobierno Uribe está entregando el país en una ‘complicación de males’ que incluye todos estos.
Hara kiri sería para Santos amarrarse a la suerte de Uribe y del juicio histórico (y probablemente legal) que recaerá sobre quienes tomaron la decisiones más cuestionadas y cuestionables. Pero al mismo tiempo requiere el respaldo de la popularidad y liderazgo de Uribe ante la opinión pública –del cual aquel carece totalmente- y de los parlamentarios que maneja para ‘blindarse’ tanto en las decisiones a futuro como por sus responsabilidades en el pasado.
De ahí su posición de ‘sí pero no’, de declararse continuista pero prometiendo cambiar casi todo.