Por: Jorge Silva Besil
En 1810, en la catedral Notre Dame de Paris, Napoleón se caso por segunda vez, ahora con María Luisa de Austria. Cinco Reinas europeas llevaron la cola del vestido nupcial. Murmuraban en todo el continente que los reyes abyectos envidiaban a las reinas y se lamentaban de que Napoleón no tuviera cola, para ellos, en su servilismo ante el poderoso, pudieran sostenerla y llevarla en las gradas del histórico templo. Sin embargo años antes de esta demostración de soberbia y poder, el ejercito francés invadió España, y obligo a Fernando VII rey del imperio Español y soberano de las provincias en el nuevo mundo, a salir corriendo de Madrid y refugiarse en el campo, mientras se planteaba cara a la guerra napoleónica.
Esta noticia llego a las provincias españolas en la America, cuyos lideres bajo la influencia de la revolución francesa, y el poco interés de José Bonaparte en mantener el control en estas tierras debido a su dipsomanía concupiscente, temprana viudez y falta de experiencia en la política, sirvieron como detonantes para que los criollos, bajo el sofisma de la libertad, y el reconocimiento de los derechos del hombre y del ciudadano ( Don Antonio Nariño, primer deudor fiscal de la nueva nación y de quien nunca se supo donde pararon los diezmos de Santa Fe de Bogota), expulsaran al gobierno aun leal a Fernando VII.
Se creó una junta de notables integrada por autoridades civiles e intelectuales criollos. Los principales personeros de la oligarquía criolla que conformaban la junta eran: José Miguel Pey, Camilo Torres, Acevedo Gómez, Joaquín Camacho, Jorge Tadeo Lozano, Antonio Morales, entre otros. Comenzaron a realizar reuniones sucesivas en las casas de los integrantes y luego en el observatorio astronómico, cuyo director era Francisco José de Caldas. En estas reuniones empezaron a pensar en la táctica política que consistía en provocar una limitada y transitoria perturbación del orden público y así aprovechar para tomar el poder español. La junta de notables propuso promover un incidente con los españoles, a fin de crear una situación conflictiva que diera salida al descontento potencial que existía en Santa fe contra la audiencia española. Lo importante era conseguir que el Virrey, presionado por la perturbación del orden, constituyera ese mismo día la Junta Suprema de Gobierno, presidida por el señor Amar e integrada por los Regidores del Cabildo de Santa fe.
Don Antonio Morales manifestó que el incidente podía provocarse con el comerciante peninsular don José Gonzáles Llorente (persona de notoria personalidad arrogante e insolente, quien tenia por costumbre insultar a todo aquel que no fuera español) y se ofreció "gustoso" a intervenir en el altercado.
Los notables criollos aceptaron la propuesta y decidieron ejecutar el proyecto el viernes, 20 de julio, fecha en que la Plaza Mayor estaría colmada de gente de todas las clases sociales, por ser el día habitual de mercado.
Para evitar la sospecha de provocación se convino que Don Luis Rubio fuera el día indicado a la tienda de Llorente a pedirle prestado un florero o cualquier clase de adorno que les sirviera para decorar la mesa del anunciado banquete a Villavicencio. En el caso de una negativa, los hermanos Morales procederían a agredir al español. A fin de garantizar el éxito del plan, si Llorente entregaba el florero o se negaba de manera cortés, se acordó que don Francisco José de Caldas pasara a la misma hora por frente del almacén de Llorente y le saludara, lo cuál daría oportunidad a Morales para reprenderlo por dirigir la palabra a un "chapetón" enemigo de los americanos y dar así comienzo al incidente.
Las cosas salieron a pedir de boca. Llorente cayó en la trampa y con su andanada de insultos provoco a los preparados dirigentes, quienes ahora solo tenían que incentivar al populacho. Mientras tanto los principales conjurados se dispersaron por la plaza gritando: ¡Están insultando a los americanos! ¡Queremos Junta! ¡Viva el Cabildo! ¡Abajo el mal gobierno! ¡Mueran los bonapartistas!. La ira se tomó el sentir del pueblo. Indios, blancos, patricios, plebeyos, ricos y pobres empezaron a romper a pedradas las vidrieras y a forzar las puertas. El virrey Antonio Amar y Borbón desde su palacio, observaba con alarma la situación que se escapaba de sus manos; la guardia que era por cierto muy escasa, estaba al mando de un tal Baraya, quien rápidamente puso las tropas al servicio de la revolución, a tal punto que los cañones se enfilaron hacia el palacio del virrey. Así llego la primera etapa de la independencia.