Con el Coronavirus dando palos de ciego nos preparamos para lo que sigue, y para ello es bueno saber en qué estamos, las opciones a tomar y la experiencia de otros países.
Sentimos que pasamos ya una etapa del coronavirus, aun cuando ni siquiera podemos saber o decir cuál. En todo caso nos preparamos para ‘lo que sigue’ dando ciertos pasos que continúan siendo ‘palos de ciego’. En todo el mundo se van tomando medidas que en alguna forma definirán un nuevo modo de vida que permita convivir con la pandemia mientras encontramos cómo salir de ella.
Es bueno tener claro en qué estamos.
Ante todo, entender y aceptar que no hemos avanzado prácticamente nada en el control del Coronavirus. Hasta tanto no se encuentre un tratamiento para combatirla y una vacuna para erradicarla, el mal estará presente y con la misma fuerza. Más claro: que nada hemos remediado sino solo diferido o pospuesto una solución.
Respecto al contagio está establecido y reconocido que es de los casos más violentos por su velocidad y por la dificultad para controlarle. En cuanto a su letalidad o tasa de mortandad, que es menos de la temida, proporcionalmente mucho menos preocupante que la cantidad de contagios (entre el 1 % y el 4 % de los casos), y comparativamente parecida a cualquiera de las influenzas que periódicamente atacan a la población (menos de 1 por 50.000) habitantes.
Sabemos el periodo de incubación del coronavirus (14 días); la forma de transmisión (las mucosas de la cara); el desarrollo de esta (afectación de los pulmones). Y sobre todo sabemos que mientras no se encuentre tratamiento y vacuna tendremos que convivir con la enfermedad y adaptarnos a ello. En lo que sí hemos avanzado-así solo sea parcialmente- es en el conocimiento teórico y la experiencia sobre cómo evoluciona la pandemia misma.
La pregunta es ¿qué sigue?
Se han presentado informes sobre posibles formas de disminuir el contagio o tratar el mal sin que ninguna haya sido confirmada como válida. Hacer gárgaras de agua salada porque se descubrió que el virus dura 4 días en la garganta antes de trasmitirse a la sangre; que el Interferón que sirvió para el Ébola disminuye el riesgo en un 30 %; que los virus nacen de la saturación de ondas electromagnéticas y por eso se originó en Wuhan, la única ciudad cubierta totalmente por el 5G; que el tomar detergentes o hydroxychloroquina acaba la enfermedad, según el presidente Trump; que son pequeños trombos lo que taponan el pulmón y con un anticoagulante -cardioaspirina- y un antibiótico se cura en 24 horas; que con transfusiones de enfermos que hayan sobrevivido se logra multiplicar las defensas antivirus.
Todas estas hipótesis, descubrimientos o simplemente fake news no han sido reconocidas como reales o efectivas.
En cuanto al manejo que debemos dar estamos como el día en que se descubrió el primer caso, solo que con millones de casos más. En lo que sí hemos avanzado -así solo sea parcialmente- es en el conocimiento teórico y la experiencia sobre en qué consiste la pandemia misma.
Las opciones de medidas a tomar están en el abanico de lo que nos enseñan las ya tomadas.
O continuar manteniendo formas de aislamiento sin que se esperen mejores resultados, pero aspirando a que se estabilice una tasa de contagio no creciente para que no se saturen los sistemas de salud mientras se espera la aparición de vacuna y/o tratamiento que contengan el mal.
O intentar seguir el ejemplo de los manejos exitosos de masificar los tests o pruebas para confinar solo a los portadores, concentrándose más en minimizar los daños económicos que derivan de la paralización económica y buscar la generalización de los tests a toda la población y no solo a los que ya muestran síntomas dejando en libertad a los sanos.
El punto es que el primero se acompaña de la parálisis económica con consecuencias que ya se sabe que serán más catastróficas que las causadas por el coronavirus.
Y respecto al segundo, la escasez de disponibilidad de Kits de prueba lo hace imposible.
Sin embargo, si se parte de la base de un supuesto no probado que la situación sin el aislamiento general -es decir de sanos y enfermos sin discriminar- a la larga es peor, existe la opción de que la detección aleatoria de enfermos y la suspensión selectiva de ciertas actividades pueda producir a la larga mejores resultados.
El único caso experimental para comparar los efectos del aislamiento general versus la motivación en el interés personal en disminuir el riesgo propio y el llamado a la solidaridad para no convertirse en peligro público es el de Dinamarca y Suecia. En la primera se acudió al aislamiento general y en el segundo no se tomó ninguna medida restrictiva o coercitiva por parte del Estado.
Los resultados son comparables -un poco más contagio en el primero y la misma proporción de muertes sobre casos confirmados- pero mientras la vida sueca siguió a plena marcha, los daneses están además pendientes de los perjuicios que traerá la recesión producida.
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