La pandemia que estamos atravesando permite hacer unas reflexiones sobre como enfrentamos y sobrellevamos los problemas.
La realidad es que somos bastante inflexibles, es difícil cambiar nuestras costumbres y nuestros hábitos, las adaptaciones a las nuevas circunstancias son superficiales o temporales. La realidad es que el aislamiento social fue un corto momento de ajuste, que no pudo ser sostenido en el tiempo.
Y no solo por la costumbre y las tradiciones sociales, sino también por la realidad económica.
La mitad de la población vive del día a día, tal vez más. Desde profesionales hasta informales de todo tipo. Si se deja de trabajar un día, el siguiente se lamenta y se sufre. Las deudas ante el sistema financiero y los gota a gota no dan espera, así como el resto de gastos, así que cada día se debe producir para sobrevivir.
Además, las relaciones sociales pasan por la cercanía social, compartir bebidas y comida se hacen esenciales en el desarrollo de cualquier relación.
Cuando se decretó la cuarentena y se estableció el aislamiento social, de golpe, se prohibió las actividades económicas y sociales a las que la abrumadora mayoría no solamente estaba acostumbrado, y estaba a gusto, sino de las que dependía para su supervivencia física.
Y como consecuencia, producto del golpe repentino, se obedeció la orden en medio del miedo al contagio y la incertidumbre del futuro. Pero con el pasar de los días, las necesidades físicas superaron los temores, tanto al contagio como a las sanciones legales. Y lentamente se ha regresado a la normalidad, en medio de la ilegalidad como estamos acostumbrados.
Porque si, la regulación social no funciona siempre y necesita la coacción, o la amenaza de coacción. Hace falta cultura o educación, pero así es la costumbre. Así que en medio de un proceso, que más o menos ha empezado, de flexibilizar las medidas de aislamiento social, la población ya ha venido regresando a la normalidad.
Algunos cambios se han registrado, tapabocas, los sitios públicos restringidos (como bares o restaurantes), nuevos saludos, entre otros. Pero esos son solo aspectos formales, superficiales. En el fondo seguimos siendo los mismos. Los tapabocas se usan en algunos lugares; la gente se reúne en sus casas o las de amigos o familiares; los domicilios abundan y el contacto entre personas se mantiene.
Todavía no entendemos que es necesario cambiar de fondo.
La discusión no es volver a la normalidad, a como éramos a principios de marzo. Hay que cambiar el mundo de verdad. Hay que cambiar el sistema laboral y de salud, para que realmente favorezca a la población. Hay que cambiar nuestro sistema productivo, donde se apoye al pequeño productor rural y al microempresario, y también al gran empresario y productor agrícola (para que no se presente lo de Finagro, por ejemplo).
Y hacer otros muchos cambios más, porque esta pandemia sí que dejo en claro la precariedad del sistema productivo y de la vida misma. Pero difícilmente pasara algo. Todo cambiara para seguir igual. Habrá cambios decorativos y de fondo todo seguirá igual. No aprenderemos nada realmente. Somos demasiado inflexibles.
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