Por: Edgar Daniel Rodao.
Espero que esta historia sea leida en estos días de Navidad, cuando todos departen en sus casas el tan esperado reencuentro familiar, cuando Barrancabermeja esté encendida de luces, pólvora, juegos pirotécnicos y las calles adornadas de guirnaldas; cuando los niños esperan los regalos puestos sobre el pesebre, después de un día agitado, de compras, de mucho movimiento. Es la historia de Jimmy un barranqueño afligido en esta Navidad.
Capítulo No. 1.
Recuerdo que corría la década de los años 90, (quizás hace 15 años), yo trabajaba de músico con varios cantantes, troveros, bohemios, con quienes transnoché, ofreciendo serenatas, alegrando corazones.
Un día de aquellos tiempos, se me acercó el hijo de una amiga y me dijo desesperado: —Don Edgar, necesito que me dé trabajo en su grupo musical, así sea cargando las maletas de los músicos—. Yo, que sabía que los ingresos no eran tan altos como para darnos el lujo de contratar a un trabajador más, le respondí que debía consultar con mis socios. Al final, mis compañeros aceptaron la presencia del joven vacante, un muchacho llamado Jimmy Dávila, a quien los músicos le ofrecian un par de monedas por echarse sobre sus hombros todos los equipos e instrumentos.
Jimmy, acucioso, siempre fue diligente en su modesta labor. Hace pocos días que hablé con él, para sopresa mía me dijo que, gracias a los centavitos que se ganaba con nosotros en aquella época, pudo mitigar el hambre: —Don Edgar, usted no me lo va a creer, pero cuando ustedes me pagaban, muchas veces yo llevaba días sin comer—.
Los meses iban transcurriendo en medio de serenatas, fiestas, banquetes y reuniones sociales y llegamos al año 2.001, una época nefasta para Barrancabermeja, cuando los paramilitares entraron a la ciudad con toda su impetuosidad, dejando en muchas familias una estela de sangre y dolor.
Recuerdo que solo en ese año, —me refiero al 2.001— se registraron 680 homicidios que dejaron muy mal a nuestra ciudad en materia de estadísticas criminales. Para un pueblo grande, con apenas 300 mil habitantes, resultaban inadmisibles unas cifras violentas tan desproporcionadas. Personalmente, no recuerdo en toda la geografía nacional una ciudad que, en esos tiempos, haya padecido tanto como Barrancabermeja … y claro, la crisis nos tocó a todos incluyendo a los músicos y de paso le dio un fuerte coletazo a Jimmy, del que rapidamente prescindimos de sus servicios porque la gente, entre ellos nuestros clientes, temerosos de actos criminales, preferían cerras sus casas, dormir temprano y saber poco de fiestas y serenatas.
A partir de ahí comenzó la tragedia para Jimmy. Sin un peso en su bolsillo, sin trabajo, con nulas posibilidades de trabajar en Ecopetrol y en la Alcaldía (las dos únicas expectativas clavadas en el imaginario de gran parte de nuestros jóvenes), la vida de este joven barranqueño estaba bajo el sino trágico de la desconfianza, el pesimismo y la desilusión.
Aún así, en esa época, me refiero a hace 15 años atrás, Jimmy fue ayudante de albañiles, mensajero, cualquier otro día quedaba sin trabajo y suplicaba por un empleo, hasta que una mujer, propietaria de un bar lo enganchó de disc-jockey y mesero, una posición que, por supuesto, no le iba a resolver sus problemas, pero que mitigaba en parte sus carencias, como la de comerse un bocado diario y así paliar un poco su penuria.
Pero los problemas nunca faltan. Una noche cualquiera, un sujeto despiadado, cliente del negocio, al calor de unos tragos, golpeó brutalmente a una damisela que lo acompañaba en el bar. Jimmy, que presenció todo el grotesco espectáculo, no se contuvo en su ira y cometió el error de propinarle, al cobarde parroquiano un severo golpe en la cara, una adversidad que, en cuestión de segundos, le cambió para siempre su vida.
Amigos del victimario, arribaron al negocio y se lo llevaron borracho del lugar. Mientras tanto Jimmy, minutos después de la riña, recibió una estremecedora advertencia: —Te debes ir ya de Barranca, el hombre que golpeaste es un colaborador de los paramilitares y si sigues aquí, tus días están contados—, le dijo su patrona, la propietaria del bar.
Jimmy, a esa hora de la madrugada, angustiado por lo que le dijo la veterana meretriz, no dudó en ir rapidamente a su casa y buscar a su mamá: —Madre prepara mis cosas porque tengo que partir, acabo de golpear en la cara a un hombre que señalan de auxiliador de los paracos y me dicen que si que me quedo en Barranca soy hombre muerto—.
Deprisa, vertiginosamenrte, su madre, angustiada, llorando, le preparó una valija en donde acomodaron sus pocas pertenecias, una vecina, que Jimmy jamás olvida, les prestó $ 200 mil pesos, el único capital con el que contó para salir de Barranca. El joven mesero anocheció pero no amaneció.
Me dice Jimmy que ese día, cuando el bus de servicio intermunicipal salía por el portón de la terminal, pasando por la zona del Cristo Petrolero, con las manos que le sudaban frio, con un nudo en la garganta, no pudo contener las lágrimas de la tristeza que le producía la profunda amargura de dejar lo que hasta ese momento lo había sido todo en su vida: su madre, sus hermanos, sus amigos, en fin, su mundo. Lo último que recuerda de Barranca, según me dijo, fue su salida veloz por la vía a Bucaramanga, sabía que quizás era la última vez que estaba en su natal Barrancabermeja y eso le hizo temblar su cuerpo durante todo el viaje, hasta que llegó a su nuevo destino: Santa Marta: la capital del departamento de Magdalena. Al llegar a esa ciudad para él todo era nuevo, desconocido, extraño.
Capítulo No. 2.
Había escogido a Santa Marta porque allí vivia una tía con unos primos con los que esperaba relacionarse dados los vínculos de familiaridad que los unía. Sin embargo, se trataba de una familia pobre, de vivienda estrecha y con recursos limitados, que muy poca hospitalidad le podía ofrecer en ese momento. Por supuesto que cuando se gastó los $ 200 mil pesos de su inicipiente capital, a los quince días de pernoctar con su nueva familia, la tia fue clara en manifestarle que no podía tenerlo un día mas en la casa, sencillamente, porque no tenían los recursos para mantenerlo. No conseguía trabajo y se había vuelto una carga para sus familiares.
El desespero comenzó a cundir en Jimmy, los primeros días durmió en unos billares gracias a la generosidad de un empleado del lugar que le permitió pasar unos días allí, posteriormente, se vio obligado a dormir en la calle, en la banca de un parque, o a veces cerca a la playa escondido de la policía que los hostigaba por alojarse en lugares no permitidos. Los días pasaban y apenas podía ganar unos pesos para sobrevivir. Ya comenzaba a faltarle la ropa, su viejo par de zapatos exponía un boquete que sugería pronto cambio. Su cuerpo se notaba cada vez más flaco, enjuto y escuálido.
En Santa Marta, a diferencia de Barrancabermeja, los jóvenes desemparados no ven hacia adentro sino hacia afuera. En Barranca, como panacea, todos contemplan la refinería o la Alcaldía. En Santa Marta, por el contrario, los jóvenes infortunados ponen su mirada contemplando otro horizonte: El mar.
Sin duda, un hombre así, en las condiciones de Jimmy, piensa lo peor.
Jimmy, hasta ese momento, no sabía ni que el mar era de agua salada, pero se encontró con una disyuntiva que lo hizo vislumbrar, aparentemente, una luz al final del oscuro tunel de su penosa existencia. Una opción cargada de mucho riesgo, peligrosa, llena de aventura que podía terminar en fatalidad. Observó que de todas partes del país llegaban nutridos grupos de muchachos que se presentaban, encubiertos, al terminal marítimo de Santa Marta, dispuestos a esconderse en el interior de un barco de carga, sin ser vistos por el personal de seguridad apostados allí en esa área. Eran muchachos que pretendian salir del país en la búsqueda de un sueño, de un mundo mejor.
Jimmy, en medio del hambre y el desespero que padecia y que cada vez era peor, no tenía nada que perder. Los últimos rumores, que por esa época se oian en Santa Marta, era que a los habitantes de la calle los iban a matar. Se decía que un escuadrón de la muerte, que se hacia llamar ‘la mano negra’, iba a desenfundar sus armas contra todo aquello que estropeaba la llamada «imagen turística de Santa Marta». Comenzaron a circular unos panfletos que encendieron las alarmas de Jimmy, quien no lo pensó más y se decidió por la opción (quizás la más terrible) y que jamás había pasado por su mente en su mente: convertirse en un polizón.
Los barrios que están cercanos al puerto de Santa Marta y que colindan con el terminal marítimo son: el sector de Cuatro Bocas, el barrio San Jorge (el famoso Pescaito, cuna de glorias del fútbol colombiano como el Pibe Valderrama) y el barrio San Martin. Pero con San Martín ocurre algo muy particular y es que este tiene acceso, por la parte norte, con el puerto y esto facilita la acción de los polizones. Hasta allá, a San Martín, se fue Jimmy.
Las cosas no eran fáciles, pues los polizones deben primer llegar a la orilla y de allí nadar aproximadamenrte 1 kilómetro, mar a dentro, hasta arribar al barco. Posteriormente deben ingresar a escondidas por el bulbo de proa y evitar ser detectados para finalmente acomodarse en el hueco de la hélice del barco. Otros, los que tienen mejor suerte, penetran hasta el fondo del barco, en completa oscuridad, muchas veces compartiendo espacios pequeños con ratas, cucarachas y toda clase de fétidos olores.
Equipados con bolsas de agua y paquetes de galletitas, viven una travesía de largas semanas para cumplir su sueño: salir de su país. Muchos por error nunca llegan al lugar deseado. Lo peor es que cuando escogen un barco, no saben el destino final de la embarcación y la mayoría de las veces mueren por falta de agua o comida, escondidos durante semanas, sin certeza alguna de arribar a un destino seguro.
Los polizones prefieren ir en grupo porque de esa manera, en caso de una emergencia se pueden ayudar entre ellos mismos, pero viajar en grupo se torna complicado porque casi siempre la policía revisa milimétrica y rigurosamente cada uno de los espacios internos del barco antes de partir y los detectan, los hacen bajar esposados de la embarcación, los reseñan, terminando encarcelados en una prisión, especialmente cuando el capitan del barco presenta oficialmente el denuncio ante las autoridades.
Aunque no es común que trascienda la noticia de una tripulación que los arroja al mar antes de llegar a tierra firme, el hecho no sorprende. Para un capitán llevar polizones a bordo de un barco representa un error enorme que las empresas navieras le cobran caro, a veces, hasta pueden perder su puesto de trabajo.
Casi siempre —y eso es un secreto a voces— el capitán de una embarcación, una vez descubre, ya en alta mar, al interior del barco a polizones, prefiere atarlos de pies y manos y arrojarlos a la inmensidad del océano.
Aún asi, frente a tanta adversidad, Jimmy hizo cuatro fallidos intentos en compañía de otros polizones pero siempre fue detectado en el intento por personal de seguridad, incluso, en una de esas ocasiones apareció reseñado como polizón por parte de algunos noticieros locales de televisión en Santa Marta, pero contó con la suerte que jamás fue denunciado penalmente ante las autoridades colombianas.
Capítulo No. 3.
Dicen que «la constancia vence lo que la dicha no alcanza» y creo que, justamente, eso era lo que pensaba Jimmy.
Un día, después de 4 intentos en los que nunca pudo consumar su aventura, se asoció con un joven caleño de nombre Daniel, que también soñaba con partir. Ellos habían llegado a la conclusión que para no ser detectados, era mejor ir acompañados, pero solo de a dos (en pareja). Se pusieron una cita a la una de la madrugada a la orilla del mar para de ahí salir nadando casi un kilómetro, justo donde estaba estacionada la gigantesca embarcación.
En medio de la oscuridad, lograron arribar al barco y pudieron ingresar al bulbo, una protuberancia en la proa del barco, sección que está sumergida en el agua. Es la parte mas baja de la embarcación. Allí por una pequeña puerta ingresaron a la nave y caminaron hacia el fondo y se acomodaron, bien camuflados, en una inmensa bodega lleno de sacos.
Cuando ellos pensaban que ya nadie los podía sorprender, después de casi medio día de pasar escondidos, quietos en un mismo lugar, súbitamente entró un policía al interior del amplio salón quien después revisarlo hasta el último rincón, los ubicó alumbrándolos a la cara con una linterna.
El agente, lejos de sacarlos y ponerlos a disposición de las autoridades, los miró fijamente y luego de una sonrisa que simuaba entre admiración y sorpresa les dijo: —muchachos váyanse tranquilos, no voy a dedir nada, les deseo buena suerte … que vaina carajo … aquí en este país ustedes no tienen ningún futuro—.
Jimmy y Daniel descansaron profundamente de la tensión que les invadía. Era la primera vez que lograban penetrar a un barco y finalmente no ser capturados. Sin embargo, eso era apenas el comienzo de lo que sería una odisea que jamás olvidarían por el resto de sus dias.
Permanecieron ahí, agachados, escondidos, sin moverse un centímetro, casi que petrificados para evitar ser sorprendidos por tanto personal adscrito al barco que entreba y salía de la embarcación ajustando los últimos detalles antes de partir. Era un inmenso barco cargado de carbón cuya ruta de destino era totalmente desconocida para los dos nuevos acompañantes que seguían ahí en el fondo, quietos, respirando bajito para no ser sorprendidos.
Dice Jimmy que sucedió algo que ellos no esperaban: al momento de partir el barco, en la parte interna en donde ellos se encontraban, se comenzó a sentir un ruido ensordecedor, estrepitoso, retumbante y chillón que por momentos casi los hace arrepentir de la decisión tomada. A lo anterior se sumaba un fuerte zarandeo que estremeció fuertemente la nave, todo en medio de una total oscuridad y de una polvareda que los hacia toser continuamente.
Sin duda, iniciaban el tortuoso camino hacia una loca aventura. Sin ropa, sin zapatos, solo llevaban una botella litro llena de agua y unos paquetes de galletas que, según les habían advertido en Santa Marta, debían ir consumiendo poquito a poco para que les sirviera de abastecimiento en un largo viaje que ellos, evidentemente, no sabían cuando ni como terminaría.
Por fortuna, la fuerte sacudida que se sintió en el barco a la hora del arranque solo se percibió unos 20 minutos, después regresó la calma. Comenzaba así el viaje de Jimmy y Daniel hacia lo desconocido.
No sabían absolutamente nada del itinerario de la nave. La habían escogido al azar, simplemente porque era la más cercana al punto de acceso que ellos divisaron cuando arribaron nadando al barco y porque fue por donde se les facilitó ingresar a un área a la que ellos sabían les estaba prohibida la entrada.
El barco podía ir con destino a Africa o a Europa, (España, Francia o Portugal), o peor aún a las bajas temperaturas de los paises nórdicos, como también dirigirse al canal de Panamá para salir del mar Caribe y pasar al oceano Pacífico rumbo a China, Japón o Hawai, total los dos nuevos pasajeros del barco no tenían la menor idea hacia donde iban, pero era tal el desespero, la miseria, el abandono y la falta de autoestima en la que se hallaban que «cualquier cosa nueva era mejor al infierno que venían padeciendo en Colombia«, me dijo Jimmy muchos años después.
No todos los polizones cuentan con suerte. La gran mayoría mueren de hambre y sed dentro de los barcos al no resistir varias semanas de intenso viaje a través de los mares, entonces sus cadáveres terminan siendo sepultados en fosas de lejanos paises, cuando no arrojados a la profundidad del mar sin ser reportados a las autoridades. Otros polizones cuentan con mejor suerte porque son descubiertos en un puerto de escala intermedia, (como por ejemplo en Panamá), donde muchos barcos hacen una parada de descanso o de revisión mecánica y los jóvenes fuguitivos son detectados, puestos a órdenes de las autoridades y deportados a su país de origen.
Jimmy y Daniel permanecían dentro del barco, evitaban hacer ruido y cuando tenían pendiente una necesidad fisiológica la evacuaban ahí mismo, en la pequeña área en la que se encontraban, soportando incomodidades ante el inminente riesgo de ser sorprendidos por personal del barco.
El sitio donde pernoctaban era totalmente oscuro, ellos no sabían si era de día o de noche, mucho menos el tiempo que llevaban de viaje. Sin embargo Jimmy había tenido la precausión de llevar consigo un sencillo reloj digital chino que le servía para orientarlo en el tiempo. El cronómetro marcaba una semana de viaje, entonces el abasto de agua y galletas ya se agotaba y comenzaba lo peor: la sed y hambre en medio la oscuridad.
Angustiado, Daniel trató de salir de la parte baja del barco donde se hallaba buscando agua o algo de comer, pero, desesperado, sin darse cuenta, tropezó con una caja que produjo un estampido que alcanzó a ser detectado por personal de turno que vigilaba a esa hora el barco. El celador bajó rápido y sorprendió a Daniel. Jimmy mientras tanto permanecía en el fondo quieto, estático, inmóvil, respirando muy suave.
Capítulo No. 4.
Daniel no pudo escapar del accionar del hombre encargado de la seguridad, fue sorprendido y llevado directamenrte al cuarto de control de la tripulación, sucio, grasiento, hediondo.
En el barco nadie hablaba idioma español, solo un miembro de la tripulación lo platicaba muy moderadamente, quien se valía de las palabras básicas de nuestro idioma para hacerse entender.
—¿Usted viene viajando solo o vienen otros mas escondidos allá abajo? le dijo el hombre a Daniel en un regular español y en presencia del resto de la tripulación.
— Conmigo solo viene un acompañante, respondió Daniel.
Inmediatamente bajaron otros 2 miembros más de la marinería buscando, con afán, al otro polizón, hasta que lo ubicaron, lo arrestaron y lo subieron también al cuarto de control.
Cuando Jimmy subió a la sala donde estaba el capitán del barco, sintió un halo de tranquilidad al observar, al interior del salón, un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús que el capitán tenía colgado muy cerca a los controles de mando de la nave. La mamá de Jimmy, mujer devota cristiana, siempre le había advertido desde niño que ‘un santo y seña‘ para dar con una persona de corazón noble es que lleve consigo una imagen cristiana. — En ese momento me acordé de mi madre —me dijo muchos años después Jimmy contándome su historia.
El capitán se quedó mirándolos con una total y absoluta incredulidad, acto seguido mandó a llamar al miembro de la tripulación que balbuceaba algo de español. Luego de más de una hora, tratando de explicarles a los dos muchachos la gravedad de lo que estaba sucediendo, el capitán les advirtió que, por cuenta de los lejos que estaban ya de la costa colombiana, no regresaba el barco a tierra firme para entregarlos a las autoridades, pero que en cuanto arribaran al próximo puerto para una escala técnica, se veía en la penosa obligación de transferirlos para su respectiva deportación.
Sin embargo, les dijo, faltaban aún 8 días más para tocar tierra firme, por lo que a los muchachos les suministraron ropa, zapatos, jabón de baño, crema dental y una toalla. Igualmente, como no conocían la conducta de los dos nuevos acompañantes, los tripulantes acordaron que durante las horas de la noche los jóvenes debían estar asegurados en una pequeña celda que el barco disponía al lado de unos camarotes.
Cuando ya pasaron tres días del inusual viaje, Jimmy y Daniel entraron en confianza con el personal de la tripulación. Por fortuna, hubo un vículo universal, global, absoluto y colectivo que los unió y que rompió el hielo de esa relación que hasta el momento era llena desconfianza, sospecha, recelo y temor, ese vínculo fue: El fútbol.
Gran parte del equipo del barco era amante del balonpié. Sobre la plataforma del barco habían armado una bien dotada cancha de microfútbol con sus lineas bien demarcadas y unas porterias de acero dispuestas a ambos costados, ahí, los miembros de la tripulación, se entretenían y duraban jugando varias horas del día. Ellos no le vieron problema en reforzar los equipos con la presencia de estos dos integrantes. Jimmy y Daniel se sintieron a gusto con la invitación a divertirse.
Sin entender absolutamente nada el idioma de sus adversarios en el campo de juego, Jimmy y Daniel pateaban el balón e incluso lograron hacer varios goles que les valieron el reconocimiento de la tripulación.
Los días pasaban, y siempre jugaban apasionantes partidos amistosos que entrecruzaron aún mas la relación entre ellos, hasta que por fin, el jefe del barco los mandó nuevamente a llamar para informarles que estaban próximos a arribar a un puerto en tierra firme.
— ¿Ustedes saben a que país vamos a arribar en un par de horas?— les dijo el capitán con el intérprete que hacia esfuerzos por hacerse entender en idioma español.
— No —, contestaron Jimmy y Daniel.
El capitán, calmado, en tono muy sereno, les dijo: — señores, vamos a arribar a los Estados Unidos de América —
Capítulo No. 5.
Jimmy dice que ese momento fue quizás el más emocionante de su vida, porque nunca se imaginó que fueran los Estados Unidos el país que, al azar, resultara siendo el destino final del barco escogido por ellos en Santa Marta. Los polizones, aunque se resignan a llegar a cualquier país, siempre tienen dentro de sus preferencias al coloso del norte, por la fama, los dólares pero especialmente por las historias que oyen del llamado «sueño americano».
Ellos pensaban que arribar a USA era fácil. Se imaginaban que el capitán los soltaba y arrojaba al mar unos kilómetros antes de fondear el gigantesco barco y que nadando, podían alcanzar la playa, llegar a una zona quizás pobre con tugurios, pasar de inmediato a la zona comercial y vincularse rápidamente con el nuevo país.
El capitán fue claro al advertirles: — Este país es muy distinto a Colombia, han violado la ley de los Estados Unidos y yo debo entregarlos a los autoridades. Lo único que puedo hacer es informar que considero ustedes tienen un «temor razonable» de persecución por motivo de pertenecer allá (en su país de origen) a un grupo social oprimido y que por la misma razón no pueden regresar a Colombia. —
Pasadas las 2 horas, el barco arribó a la costa y ellos, Jimmy y Daniel, estaban pisando suelo norteamericano. Habían anclado en la ciudad costera de Jacksonville en la Florida y eran formalmente presentados ante las autoridades de inmigración de ese país.
Jimmy no lo podía creer. No aceptaba, lleno de emoción, que ese mismo Jimmy tan barranqueño como la cancha de La Floresta, El Milo de La Rampa, el parque del Descabezado o el boyo limpio de la Victoria estuviera ya de entrada, caminando, por el impetuoso terminal marítimo de Jacksonville, limpio, pavimentado, con grandes avenidas y amplias zonas verdes, inmensas bodegas impecablemente ordenadas y muchos trabajadores, todos uniformados, perfectamente sincronizados en sus labores. — Eso parecía el cielo — me diría muchos después Jimmy aún emocionado de su aventura.
Sin embargo, la felicidad les duró poco a estos dos polizones. Un grupo de agentes de inmigración, en compañía de miembros del FBI, se encargaron de detenerlos y esposarlos. Como advirtieron que ninguno de ellos hablaba inglés, llamaron a una señora de origen puertoriqueño, también funcionaria de inmigración, quien se encargó posteriormente de recibirlos y reseñarlos en las planillas de indocumentados.
La mujer, ella si en perfecto español, les leyó, en una serie de enunciados, las concesiones a las que tenían derecho, pese a que habían violando la ley de los Estados Unidos al presentarse en territorio norteamericano sin los correspondientes papeles en regla.
En medio de esa larga espera, esposado de pies y manos, ya listo para ser deportados a Colombia, Jimmy recordó que en Santa Marta, en medio de la vagancia, la desocupación y el ocio, muchos de los frustrados polizones decían que lo mejor al llegar a Estados Unidos era declararse «perseguidos políticos» porque así le daban un mejor tratamiento.
Jimmy no lo pensó más y actuó rápido, mandó a llamar a la funcionaria puertoriqueña y le dijo que «se habían escapado de Colombia porque grupos allá, miserablemente llamados de limpieza social, los estaban persiguiendo para matarlos debido a que ellos en Santa Marta vivían de la mendicidad«.
Inmediatamente la funcionaria cambió la actitud. Se quedó paralizada y les dijo: —Oh my God, entonces el caso de ustedes es totalmente diferente, no se pueden ir de este país— Empero, la mujer les advirtió que seguirían privados de la libertad en una cárcel federal mientras se les verificaban los antecedentes penales, además les advirtió que una solicitud de asilo político debía ser primero estudiada y analizada rigurosamentre por un juez de inmigración quien era el que, finalmente, daba la última palabra.
Jimmy y Daniel fueron traslados a la prisión. Una vez instalados en el centro carcelario los ubicaron en unas celdas, pero les dijeron algo que ellos no esperaban: —Ustedes disponen de un teléfono público que se usa con tarjeta prepago, tienen derecho a llamar a sus familiares si así lo desean—.
Así las cosas, Jimmy procedió a llamar a Barrancabermeja, tuvo dificultades al comienzo porque nadie en esa cárcel de Jacksonville sabía el indicativo telefónico de nuestra ciudad. —La verdad, Barrancabermeja en el plano internacional es totalmente desconocida y a la gente hasta le cuesta trabajo pronunciar el nombre de nuestra tierra—, me dijo después Jimmy contando sus anécdotas.
Finalmente marcó y le contestó allá su hermana Lucia, que no lo podía creer cuando escuchó la voz de Jimmy y arrancó en llanto muy conmocionada : —Mami está vivo, mami está vivo, mami está vivo, Jimmy está vivo, corra corra corra aquí al teláfono y se lo paso—, decia su hermana presa de la emoción.
Jimmy, antes de partir, había encargado a un amigo en Santa Marta la misión de pedirle el favor de informarle a su madre de su partida en un barco con rumbo desconocido. Como ya habían pasado mas de 3 semanas y nadie daba razón de Jimmy, su madre y sus hermanos en Barranca pensaron lo peor. Entonces, diariamente, veían los noticieros de la televisión esperando un fatal desenlace, ellos creían que a Jimmy lo habían lanzado al mar y había sido presa de los tiburones.
La realidad fue otra, Jimmy estaba vivo y en los Estados Unidos y su mamá ya lo sabía.
Pasado un mes largo en la cárcel, las autoridades, que aún no habían definido el asilo político para Jimmy, decidieron concederle libertad condicional, hoy en día considerado un milagro que muchos se resisten a creer y que solo Jimmy tiene claro se lo concedieron por 2 razones, la primera: «porque Dios es grande y siempre está conmigo« , (dice confiado y seguro) y la segunda: «porque su llegada a los Esatdos Unidos se dió el 11 de junio de 2.001, tres meses antes de los antentados del 9-11« (11 de septiembre de 2.001).
Jimmy, piensa que si su arribo a los Estados Unidos fue exitoso, se debió, sin duda alguna, a que fue antes de que se produjeran los atentados terroristas en las torres gemelas en el Bajo Manhattan en la ciudad de Nueva York, cuando las autoridades eran quizás confiadas, no tan prevenidas con los inmigrantes.
Hace ya 13 años los dos jóvenes colombianos abandonaron la ciudad de Jacksonville, sin dinero, sin hablar inglés, sin conocer a nadie, solo con la vitalidad de los años mozos, Jimmy apenas tenia 23 años de edad.
Pidiendo chance, (a puro dedo como se dice en Colombia), a tractomuleros en los modernos ‘expressway‘ de los Estados Unidos, Jimmy recorrió toda la costa este norteamericana, conociendo pueblos y ciudades, hasta que decidió quedarse en la más populosa de todas, la tierra de Lady Gaga, Billy Joel, Mark Anthony, Prince Royce, Romeo Santos, a la que la cantó Frank Sinatra: New York New York.
Allí, en la capital del mundo «ha hecho de todo, menos robar«, me dice orgulloso. Se ha caminado toda Nueva York, de punta a punta, conoce perfectamente Bronx, Broklyn, Manhattan, Queens y Staten Island, pero le ha tocado vivir siempre en la clandestinidad porque al abandonar Jacksonville y no presentarse ante el juez, su caso migratorio quedó sin resolver y hoy forma parte de esos 11 millones de indocumentados que han sido la manzana de la discordias entre el Presidente Obama (demócrata) y el Congreso norteamericano (de mayoría republicana).
El dia que recibió su primer pago, como empleado limpiando la basura de varios parqueaderos, no podía creer que en sus manos tenía $ 600 dólares ($ 1 millón, 200 mil pesos colombianos). Fue en ese momento cuando comprendió que desde los Estados Unidos podía ayudar a su madre y a sus hermanos a salir adelante.
Cuando llegó de Barranca, dice Jimmy, era tan inocente que no sabía ni que en el mundo se hablaban muchos idiomas. Hoy este barranqueño criado en el barrio Torcoroma habla perfecto inglés, ha trabajado en todo, ha sido plomero, jardinero, pintor, recolector de basura, vigilante y acomodador de carritos en los supermercados, niñero. Actualmente, cuenta con la protección de una comunidad religiosa que lo tiene trabajando en una escuela de housekeeping (encargado del aseo), su especilaidad es el mantenimiento y brillo de pisos (floorman).
Cuando le pregunté por Daniel, el amigo caleño que lo acompañó hace 13 años de polizón me dijo: —«Ese man se portó mal, se puso a trabajar con mafiosos, estuvo preso y lo deportaron, jamás volví a saber de él«— me dijo defraudado.
Por cuenta de estos 13 años de arduo trabajo, Jimmy ha contribuido con el sostenimiento de su casa en Barrancabermeja y ya han adquirido 3 modestas casas en el sector nor oriental de nuestra ciudad, además le paga los estudio universitarios a sus sobrinos quienes han venido aprovechando los recursos económicos que, quincenalmente, y sin falta, Jimmy les envia a través de remesas desde el extranjero.
El dile de Jimmy en esta Navidad.
Jimmy tiene un problema grave y es que no puede regresar a Colombia hasta tanto no resuelva su situación legal, hecho que cada día se dificulta mas dada las pésimas relaciones del presidente Obama con los congresistas nortemaericanos republicanos que son los únicos que, en la práctica, hoy, pueden resolver el problema aprobando una amplia y profunda reforma migratoria.
Si Jimmy decide coger un avión mañana mismo rumbo a Colombia lo puede hacer, pero no podrá regresar a los Estados Unidos, por lo que prefiere quedarse en USA antes de tener que volver a Colombia, quedarse y enfrentar un futuro incierto.
Aún así quiere volver a su Barrancabermeja del alma: —«Me hace falta mi casa, mi hogar, el lugar donde me siento totalmente a gusto, donde no me siento extranjero ni recien llegado, donde siempre soy bienvenido, donde no me tengo que presentar a cada rato, donde no tenga que explicar mi acento, ni disculparme por mi forma de ser, donde pueda ser yo mismo sin máscaras»— ¿si me entiende? Me manifestó Jimmy casi llorando el último día que hablamos.
Por eso, he querido que esta historia sea leida en Barrancabermeja hoy, en estos días de Navidad y visperas de año nuevo, cuando todos departimos en nuestras casas el tan esperado reencuentro familiar, cuando nuestro terruño está encendido de luces, pólvora, juegos pirotécnicos y las calles adornadas de guirnaldas; cuando los niños esperan los regalos puestos sobre el pesebre, después de un día agitado, de compras, de mucho movimiento, para que desde nuestra ciudad le digamos de todo corazón a Jimmy allá lejos en Nueva York que lo respaldamos, que lo apoyamos, que le reconocemos todo lo bueno que ha sido con su madre y con su familia, que no se sienta solo, que tiene todo el derecho a reinventar su vida y a escoger su destino, que su vida es ejemplo y que puede ser calificado, incluso, como un excepcional personaje de Barrancabermeja por su capacidad de lucha y su noble corazón.
Jimmy a esta hora debe estar triste, desesperado, sumergido en un pozo de soledad, con dinero en sus bolsillos, pero quizás llorando bajo el fuerte frio invierno neoyorquino, añorando a su Barranca del alma, la tierra que lo vio nacer y en donde aún está puesto su corazón.
En fin, si eres barranqueño o vives en Barrancabermeja, exprésale unas palabras de aliento a Jimmy, hoy, ahora, aqui mismo.
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