La prueba del insensato modelo de desarrollo que tenemos es que nos obliga a escoger entre dos males el menos peor: catástrofe ambiental o crisis económica.
El debate sobre la posibilidad de usar el fracking para encontrar nuevas reservas de petróleo y/o de gas ha llevado a nuevas polarizaciones.
Para los ecologistas el eventual riesgo de crear una catástrofe ambiental lo convierte en el mayor peligro que puede estar corriendo el país. Para los analistas económicos la estabilidad y el futuro de Colombia dependen de poder mantener la autosuficiencia energética, para lo cual la única solución sería el hallazgo y explotación de nuevas fuentes de hidrocarburos.
Pareciera que los sensatos son quienes propenden por que se consideren y se comparen los perjuicios y beneficios de lo uno y de lo otro; para éstos lo deseable sería conciliar los intereses opuestos, minimizando con estudios, conocimientos y garantías técnicas los daños y consecuencias negativas que traería esta forma de extracción, pero permitiéndola para no llegar al desabastecimiento.
Es la posición que tomó la Corte Constitucional al autorizar los ’pilotos’ que permitirían adquirir por vía experimental el conocimiento que hoy no se tiene.
La lógica de esto último no tiene discusión si se ve solo desde la perspectiva de cuál es la situación actual, pero no si consideramos por qué se llegó a ella y lo que se deriva de eso.
Es verdad que sin nuevos hallazgos estaríamos abocados a depender de importaciones, y que eso implicaría mayores angustias para una economía ya bastante vulnerable. Las actuales reservas probadas no dan para más de seis años (y eso renunciando a la repetida meta o promesa incumplida del millón de barriles diarios).
Sin el ‘fracking’, en efecto, se dispararía el dólar, se desbalancea aún más la balanza comercial y la cuenta corriente y el déficit fiscal, etc., es decir caemos en una crisis económica. Y también es cierto que la alternativa es entrar en un mundo en el cual se prevén consecuencias ecológicas inciertas y probablemente negativas. Pero más grave que cualquiera de las dos opciones es que en su origen está un mal peor, o sea el absurdo modelo económico o de desarrollo sobre el cual estamos montados.
Un país sin Petróleo mal hizo en contar con que encontraría nuevos depósitos y hacer depender su economía en ese supuesto. No se diga lo ilógico de complementarlo con la realización de las más grandes inversiones nacionales en la industrialización del crudo como son Reficar y Bioenergy. Porque el escándalo mayor en esos casos no debería buscarse en la ‘corrupción’; ni siquiera en que como proyecto económico no puede ser viable pues su rentabilidad en el tiempo siempre será igual a cero; sino en el gran absurdo de crear esos elefantes blancos sin tener idea de cómo se alimentarían.
La mejor prueba de lo insensato del esquema de desarrollo o del modelo económico que tenemos es justamente que nos obliga a escoger entre dos males el menos peor (o arriesgarnos a sufrir graves riesgos en los aspectos ambientales y sociales; o resignarnos a afrontar las dificultades de intentar manejar una coyuntura económica de crisis). Es decir que el posible error no estaría en escoger mal la razón que se acepte para tomar una decisión (alguna se impondrá), sino en mantener un esquema que sacrifica o minimiza la importancia de generar riqueza y valor agregado (agricultura, industria) siguiendo un modelo de subdesarrollo en el que dependemos principalmente de la extracción de recursos naturales.
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