No es bien claro si lo que marca la evolución del ser humano son sus pensamientos e inquietudes filosóficas o la inercia de los intereses económicos.
Lo que sí es claro es que en nuestra época lo que caracteriza el homo económicus es la dependencia de lo que ‘vende’ la sociedad de consumo; algo como una moda que se impone en el comercio como si respondiera a -aunque es posible que más bien liderara- la orientación que toma la humanidad.
Esa reflexión ha llevado a la predicción de que una nueva era caracterizará las costumbres del consumidor.
Entre los pasos dados en la evolución de la humanidad tuvimos lo que podríamos llamar el cambio de la era tecnológica a la era ecológica; el paso en el cual la producción del conocimiento tenía por principal fin el aumentar la capacidad de generar más riqueza -incluyendo el cómo explotar al máximo los recursos naturales- a aquella en la cual la preservación del medio ambiente mediante controles para no acabar con el planeta se volvió la preocupación del Hombre.
A nivel de la raza humana el control de la natalidad permitió desviar el instinto de la reproducción para preservación de la especie y prestar la atención al presente del individuo mismo acompañando ese cambio con un énfasis en la belleza y la salud; florecieron los boditech y los spas, el jogging y las dietas, los gimnasios y la cirugía estética.
La actividad económica quedó condicionada a satisfacer -o crear- consumos que respondieran a esos marcos. Según su efecto en el medio ambiente un producto era aceptable o no para el mercado. La obsesión por lo sano y bello explotó al máximo -o creó- una nueva ola consumista.
El punto es que hoy se va más allá en la fusión entre esas dos tendencias y se comienza a avizorar lo que podríamos llamar una nueva era, la era holística. O más correctamente esa fusión y su extrapolación se complementó con una dimensión espiritual y el conjunto de éstas es lo que señala hoy el rumbo de lo que se ofrecerá al consumidor.
No solo se es vegetariano por razones fisiológicas sino porque para comer proteína animal es inevitable hacerle daño al animal que la produce. Como además los animales -en particular el ganado- colaboran al efecto invernadero, el consumo de carne se vuelve indeseable.
Por eso la meditación, el yoga, el raiki, las medicinas alternativas, el efecto mariposa, etc. serán nuevos referentes para la sociedad de consumo. Y las actividades alrededor de ellos pueden ser en el futuro cercano un gran renglón de la economía.
Ahí entran a la gran sociedad de consumo los mecanismos de comercialización y los alimentos tendrán que ser orgánicos, sin gluten, con calificaciones que garanticen el buen trato animal, la ausencia de elementos contaminantes, etc.
Tendremos -o tenemos- la lucha por acabar con el uso de derivados del petróleo (no más bolsas plásticas), y la industria automotriz producirá carros eléctricos y de hidrógeno; la promoción de los productos requerirá los sellos ‘responsabilidad social’, ‘responsabilidad ambiental’, etc., inicialmente como mecanismo publicitario y probablemente después como obligación controlada por el Estado mismo.
La ‘economía Naranja’ y la ‘economía azul’ -que aún no sabemos bien que son- formarán parte o serán integradas a esa nueva rama del consumo, al igual que los nuevos emprendedores se lanzarán a ese campo.
Pero toda esta evolución no aparece dependiente de la contribución de los pensadores y los filósofos sino de los comerciantes. Igual que los medios de comunicación con la forma de presentación crean las noticias, son los comerciantes y los publicistas quienes forman las características que tendrá el consumidor.
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