¿Es usted un demonio? Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios.
GILBERT KEITH CHESTERTON
Barrancabermeja ha sido una ciudad golpeada salvajemente por la violencia, mucha sangre ha sido derramada sobre sus calles y veredas, muchos muertos de uno y otro bando han caído, muchas viudas, muchos huérfanos, mucho dolor y llanto.
No soy sociólogo, ni investigador social, ni mucho menos religioso, pero esa estela de muerte, dolor, sangre y desolación, creo que ha generado en el colectivo social una enfermedad terrible que nos ataca como sociedad y no nos deja progresar.
Se refleja en la virulencia como discernimos nuestras acciones individuales y colectivas. Las redes sociales, tan en boga hoy, son utilizadas como un escenario de francotiradores y sicarios, en donde ya no asesinan físicamente al otro, sino que lo masacran moralmente.
Sin ningún recato, ni reparo, atacan la vida íntima de las personas y si son personajes públicos le mancillan la honra, sin derecho a la defensa, se convierten en «fiscales», «jueces» y «verdugos» y utilizan toda la artillería para dejar al personaje inmerso en el escarnio público, muchas veces porque hace, otras porque no hace y algunas otras «por si acaso».
Como funcionario público de alto rango, he sufrido de estos ataques y por más que trato de no dejarme afectar por estos sicarios de la moral, no puedo evitar que mis familiares, especialmente mis hijos sean afectados por tanta virulencia. “Ojalá se muera ese perro hp” fue una de las frases utilizadas en una red social, por una persona que ni conozco, ni creo haberle hecho nada en la vida, con ocasión de una información falsa puesta por una “periodista” sobre mi estado de salud.
Algunos dirán que respiro por la herida, o que debo «atenerme a esas circunstancias al ser un personaje público», sin embargo, no escribo estas líneas, ni por lo uno, ni por lo otro, sino que me preocupa como ciudadano la degradación que se ve en la forma como son tratados ciudadanos de todo tipo tras la mampara de un perfil de una red social.
Se acusa, se juzga, se condena y se castiga sin medir consecuencias y lo peor es que cuando se demuestra que lo dicho por X o Y sobre alguna situación NO ES CIERTO, no hay ni el más remoto visaje de arrepentimiento, ni mucho menos una excusa pública o privada en la mayoría de los casos.
He conversado con varios amigos, esos si sicólogos, sociólogos o religiosos sobre esta situación y les he dado mi opinión sobre que la ciudad necesita urgentemente de un acto público muy grande de contrición, en donde esos demonios salgan por siempre del alma de nuestros ciudadanos.
No sé si deba ser un «exorcismo» o una «desintoxicación» o limpieza que permita que de nuestras almas salga tanto odio contenido y nos permita ver como hermanos el futuro de nuestra ciudad.
La «Ley de Víctimas» contempla —dentro de sus elementos más importantes para la reparación— actos públicos de reconocimiento por parte del Estado al grupo poblacional víctima y además actos de reconocimiento de que esa población —a pesar de ello— merece respeto y reconocimiento. ¿Será que puede ser posible un gran acto de reconocimiento para Barrancabermeja que permita quitarnos de encima esa estela de sangre y odio?
No sé si ello será posible, pero lo que sí sé, es que mientras sigamos con esa espiral de odio y venganza, no daremos pasos hacia el progreso y el desarrollo, que tanto necesita la ciudad.
Podremos tener muchas riquezas, muchas ventajas comparativas como ciudad, pero si los ciudadanos seguimos inmersos en el odio, seguiremos estancados y sin oportunidades de inversión y desarrollo.
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ALBERTO COTES ACOSTA, actualmente se desempeña como director del Instituto de Tránsito y Transportes de Barrancabermeja (ITTB).
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