Duélale a quien le duela, Gustavo Petro es el primer candidato de izquierda que pasa a segunda vuelta en una elección presidencial.
Esto constituye un acontecimiento de trascendencia histórica, un verdadero tramacazo electoral, pues pone a temblar los cimientos del ‘establishment’ desde una opción democrática legítima, diferente al escalamiento subversivo que se vivió entre 1998 y 2002, cuando las Farc le metieron el dedo en la boca durante cuatro años al presidente Andrés Pastrana, cuyo estrepitoso fracaso trajo como consecuencia el nefasto régimen de Álvaro Uribe, quien se dedicó a perseguir a sus opositores y a llenar de sangre inocente la geografía nacional con más de 10.000 ‘falsos positivos’ mientras trataba de perpetuarse en el poder.
De aquí en adelante el petrismo no la tiene fácil, pues son más los malquerientes que los adeptos de otras fuerzas que se le quieran sumar entusiastas. En tal sentido ya Fajardo anunció que “ni Petro ni Duque” (en Antioquia sería pecado mortal si anuncia su voto por Petro), y Jorge Robledo cometerá de nuevo la torpeza de 2014, cuando invitó a votar en blanco en la segunda vuelta.
Ahora bien, si le metemos mercadeo político al asunto, la gran ventaja con la que arranca Petro es que él representa la novedad, el cambio, un producto nuevo que mucho abstencionista querrá probar, mientras que Iván Duque es producto viejo con empaque nuevo, un neoconservador vergonzante al que una de dos misiones le cabe si conquista la presidencia: convertirse en aprendiz de las mañas de su mentor, al estilo Corleone, o fungir de traidor, al estilo Santos. En cuyo caso sería digno de admiración, por avispado y por valiente.
Sea como fuere, ningún futuro político respetable le espera al que pretenda ‘repechar’ del inmerecido prestigio de un patrón cuya saga es un rosario de exfuncionarios investigados o condenados por los más diversos delitos, desde narcotráfico y paramilitarismo (su primo Mario, por ejemplo) hasta homicidios (los de su exdirector del DAS Jorge Noguera y su embajador en Chile, Salvador Arana), sin que sea posible omitir los numerosos crímenes (asesinatos, torturas y desapariciones) de los que es acusado su hermano Santiago.
Germán Vargas Lleras no pudo ser presidente pese a la poderosa maquinaria que construyó en los ocho años del gobierno de Juan Manuel Santos (y en los ocho de Uribe) porque descuidó las redes sociales, sin ser consciente de que en el reino de la postpolítica el que no cultive o cautive las redes sociales, está mandado a recoger.
De Humberto de la Calle solo se puede decir que estaba en el lugar equivocado, y su Partido Liberal entró en vías de extinción. Todo lo hicieron mal, desde la absurda consulta de “40.000 millones” de la que nació una candidatura precozmente quemada. Y lo siguen haciendo mal, cuando uno se entera de algunos congresistas ‘liberales’ que sin ruborizarse anuncian su inclinación por el monigote que un expresidente acorralado por la justicia quiere convertir en Presidente para asegurar su impunidad perpetua.
Pero no todo es caos y confusión, a falta de pan buenas son tortas. Fue precisamente Petro quien comenzó a calar en el imaginario colectivo con un mensaje verdaderamente liberal, al menos más liberal que el de los liberales vergonzantes que con César Gaviria a la cabeza han corrido a refugiarse presurosos bajo las enaguas protectoras del uribismo, sin ser conscientes de lo que nos viene pierna arriba (sin vaselina ni anestesia).
Petro representa entonces -con todos sus defectos y virtudes- al candidato verdaderamente ‘liberal’ que le hacía falta al país para enfrentar a la godarria nacional, esa caverna política donde un godo como Alejandro Ordóñez parece una monjita de la caridad al lado de un sujeto tan peligroso, tan retardatario y tan untado de toda clase de lazos criminales como Álvaro Uribe Vélez.
Hay dos opciones antagónicas, y en tal medida la segunda vuelta nos regresa a los viejos tiempos bipartidistas, mediante la confrontación de un programa conservador y otro liberal, de corte socialdemócrata. Las dos opciones son el antipetrismo o miedo a Petro, y el antiuribismo o miedo a Uribe.
¿Cuál ganará? Hablando en plata blanca, los votos de Duque y Vargas Lleras se dejan juntar porque pertenecen a la misma casta conservadora, son 8.977.533; y los de quienes están del lado no uribista (Petro, Fajardo, De la Calle) suman 9.840.130. Haciendo claridad en que no todos los votos de Vargas serán para Duque ni todos los de Fajardo para Petro, son casi 900.000 votos de diferencia a favor de la opción antiuribe, así que no resulta fácil entender el llanto y crujir de dientes que se ha apoderado de quienes creen que con Petro en segunda vuelta todo está perdido, apague y vámonos.
No señores (y señoras), que no cunda el pánico: las tres semanas que faltan para la segunda vuelta serán claves para que Petro se reinvente y neutralice la prevención de muchos votantes, pero sobre todo para que sorprenda y atraiga a los temerosos con un mensaje incluyente, que invite a la construcción de un gobierno de concertación nacional basado en la búsqueda de lo mismo que proponía el dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado: un acuerdo sobre lo fundamental.
Parodiando a Sergio Fajardo, se puede.
DE REMATE: Si la memoria no nos falla, fue Gustavo Petro el que le aconsejó a Antanas Mockus lanzarse a la alcaldía de Bogotá después de que este se hizo famoso al bajarse los pantalones y mostrarles el orto a unos estudiantes revoltosos de la U Nacional, de la que era rector. ¿Qué tal si ahora, en gesto de reciprocidad, a Antanas Mockus le diera por declarar que con Petro sí se puede? ¿O es que acaso Mockus piensa que con Petro no se puede…? Que alguien le pregunte, plis.
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