Por: Juan Manuel López C
Las actuaciones de Álvaro Uribe son motivo de muchos calificativos. Para unos es una especie de loco del Twitter; para otros un obsesivo del poder que no se ha dado cuenta que ya no es quien manda; para otros la esperanza de volver a un ‘gobierno fuerte’; en todo caso para todos es, en su condición de expresidente, un personaje inusual cuyo comportamiento es difícil de explicar.
La verdad es que su presencia permanente en el escenario depende menos de él que de los medios que multiplican y dan despliegue inusual a cada palabra que el Dr. Uribe pronuncia o twittea.
Pero lo inexplicable no es solo el porqué le dan tanta beligerancia y mantienen esa expectativa alrededor de él. Lo que más desconcierta –o debería desconcertar- es como puede tener esa vigencia la cabeza de un gobierno con el registro de cuestionamientos que éste muestra.
Por un lado por haber entregado un país con una de las desigualdades mayores del mundo; con el desempleo más grande del continente; con un retraso de infraestructura que no es previsible recuperarlo ni en los próximos 10 años; totalmente descuadernados los sectores de salud y de educación con reformas pendientes no atendidas durante ese mandato; con los niveles de corrupción más grandes que se tengan en la historia de Colombia; con un número que parecería inimaginable de altos miembros del ejecutivo llamados a los estrados judiciales; con una desinstitucionalización que pide a gritos nuevas reglas entre las ramas del poder; con una polarización que incluso los más críticos de lo que sucedió en ese periodo no pueden menos que calificar de cacería de brujas, cuando no de revanchista. En fin con un caos general en el que lo único que se reivindica es una supuesta ‘seguridad democrática’ que de lo segundo no tiene nada, y de lo primero se limita a la presencia de la fuerza armada y a los sitios donde ella puede estar (como si la seguridad alimenticia, la seguridad social, la seguridad económica, la seguridad jurídica, y todas las otras que fueron afectadas negativamente no merecieran esa denominación o ese interés).
Pero por el otro, más grave, porque el prontuario de violaciones y de barbarie durante ese periodo hace que seguir dando despliegue a las propuestas que la generaron es ofensivo: más debería perseguirse a los que montaron y respaldaron al monstruo del paramilitarismo que a los que obtuvieron beneficios económicos indebidos.
Según los observadores internacionales (que aún si no fueran objetivos e imparciales sí lo serían más que los locales) desde el principio de ese mandato Colombia está descalificado o en entredicho en materia de Derechos Humanos a los ojos de Amnistía Internacional, de Human Rights Watch o incluso de Tribunales como la Corte Interamericana de Derechos Humanos (solo salimos de la lista del Gobierno Americano por el interés que ése tenía en que se firmara el TLC, cosa que estaba vetada si mantenían la calificación). Tuvimos todos los records en cuanto a la lista de desapariciones forzadas, de muerte de sindicalistas y de defensores de Derechos Humanos. Según recientes declaraciones de Iván Cepeda ya son más de cien las sentencias por ejecuciones extrajudiciales realizadas por miembros de la fuerza pública (los ‘falsos positivos’); se suma esta información a la ya conocida de que son más de 2.000 los casos en proceso con más de 2.000 uniformados los enjuiciados. Y lo que la impunidad representa cuando sobre 5.3 millones de víctimas del desplazamiento forzado sólo se habían producido 40 sentencias por este delito.
Como si no fuera suficiente la responsabilidad mediata por la jerarquía que ostentaba, la acusación que se rumoraba sobre el vínculo directo del Dr. Uribe con el paramilitarismo la convirtió el Dr. Iván Cepeda en demanda penal por participación en la conformación del Grupo Metro.
Por eso sí sorprende que la prensa –todos los medios en general- que aseguran regirse por pautas que implican no dar despliegue ni promover entrevistas o declaraciones que inciten al delito o a la violencia, parezcan ciegos o no tener en cuenta tanto lo que se reivindica del pasado con las posiciones que asume el Dr. Uribe, como lo que significa como propuestas a futuro la divulgación de sus ideas. Que la libertad de defender cualquier ideología debe ser respetada es una cosa, pero otra es colaborar a promoverla. Más culpa tienen los medios que el mismo Uribe, no solo en que no nos permita un descanso a los colombianos, sino en que en vez de ser enjuiciada la gestión y el resultado de su gobiern,o se permita seguir presentando como posibilidad volver a lo mismo.