Por: Uriel Navarro Urbina.
(Especial para Barrancabermeja Virtual).
La ciudad despertó con las notas musicales de una y más versiones de un ritmo de cumbia, (sincretismo musical indígena y africano originado en el Caribe colombiano), que sacudió y sigue sacudiendo el pentagrama armonioso de la música tropical. Desde la versión original, pasada por la de la Sonora Ponceña, Charlie Zaa y Bart Simpsons, hasta la de palmoteos de cantos de lumbalú, golpes de tambora, alegre y llamador. Estas anunciaban la muerte de Wilson Choperena (Plato, Magdalena, 25 de diciembre de 1923 / Bogotá, 6 de diciembre de 2011).
Con su muerte es el momento de unir unos tiempos que, a fuerza de su propio deslizarse, se hace necesario recuperarlos y conocer un poco acerca de esta figura, música y nombre, emblemáticos de la música colombiana. Es rendirle un tributo a su memoria y su talento con el que hizo posible mostrar la vida de la ciudad a partir de la música. Logró hacerle dar la vuelta al mundo, una vez, otra vez y otra vez, a una cumbia que la convirtió en símbolo nacional e identificarla con la localidad. La pollera colorá (1960, letra W.Choperena, música, Juan B. Madera Castro), se hizo fermento de voz e instrumentos, ritmo y cadencia, de gestas secretas y obreros (héroes) anónimos, de amores e ilusiones, de baile, velas, vinos y paladares. El lugar donde suene esta bella cumbia hará presencia un largo segmento de la historia de Barrancabermeja que de manera necesaria nos conducirá al momento actual.
Wilson Choperena fue un campesino que llegó al puerto petrolero a mediados de la década del 50, procedente de su natal tierra contaminado por el atractivo de las riquezas del petróleo. De estatura mediana, cuerpo rígido, piel cobriza, nariz angulosa y con la alegría perenne del hombre del litoral. Traía en su haber la aptitud histriónica del canto y por su torrente sanguíneo fluía el eco de porros y cumbias sonados en las bandas de su pueblo y de la región como en las orquestas ya afamadas del país. Sócrates Caballero, su abuelo, notó sus cualidades para la música y a muy temprana edad le mostró el camino que éste no tardó en seguir. Aquí en la ciudad encontró el complemento para volcar la expresión auténtica de las tonadas del litoral, sembró linaje con varias mujeres y parió la mejor cumbia del siglo XX y sonada hasta los confines del globo. Su voz se unió a la orquesta de Pedro Salcedo (Corozal 1909 – Bogotá 1998), y su mundo se hizo otro.
Combinó los compases del pentagrama con las labores de carpintería que ejercía a diario para solventar sus propios menesteres cotidianos. Sin embargo, persistía en sus sueños de perseguir la fama y con el correr de los días se hizo a ella con una cumbia; ese volcán de ritmos orquestales, clarinetes, trompetas, saxos y de percusión denominado La pollera colorá. Durante el día cruzaba las calles principales de aquellos tiempos, calles 10, 11 y avenida del ferrocarril, con carreras 18 y 19, barrio Colombia, (lugares de mayor concurrencia en la época, en un sitio que apenas alcanzaba los 50 mil habitantes), cargando cabeceras y largueros de camas, cajones de escaparates y roperos para construirlos, repararlos, luego pulirlos y taponarlos para cumplir con la clientela; llegada la noche cambiaba su papel de fustero para engalanarse, cubrirse de alegría, versos y regocijar los cuerpos y almas de los clientes de clubes y grilles de la localidad.
El grill fue la nueva expresión que surgió para denominar los lugares de lenocinio y enmascarar los avatares de la vida nocturna y prostibular muy usual en el puerto. Era el fastuoso lugar que albergaba una clientela que por capacidad de pago sufragaban los obreros petroleros hasta lo impensable por los servicios de una oferta de ilusiva apariencia.
El grill Hawai fue el más afamado de la época, (estaba situado en la parte derecha de la culminación de la carrera 34-C-, donde se encuentra con la carrera 52, punto donde comienza el barrio 1º de Mayo), allí se refugiaba la orquesta de Pedro Salcedo cuando los clubes de los petroleros, Miramar, Infantas, Internacional, De Mares, no la contrataban. Este lugar era decorado por un ramillete de damiselas llegadas de todos los rincones de la geografía nacional y venidas del exterior para satisfacer los apetitos eróticos de gringos y nacionales. Los obreros petroleros acudían a El Hawai en las noches después de haber terminado sus duras faenas habituales, haber luchado con llaves y tubos de hierro en sus tareas diarias, para entregarse como solaz al goce, al baile, a la libación y a las artes amatorias fugaces.
El puerto petrolero sigue cautivo de la historia oral, aún los mayores relatan sus vivencias, secuencias de un tiempo con un conjunto de acciones que ayudaron a construir esta ciudad como relatos de héroes venidos de alguna gesta heroica. Esas voces narran versiones de los orígenes de esta cumbia. Cuentan que en lo usual de los ensayos de la orquesta, al momento de la afinación, salían notas de los pitos, saxos, trompetas y clarinetes, que se combinaban en medio de la fanfarria que anunciaba la consecución de la purificación de la maquinaria musical. La leyenda comenzaba a construirse y Choperena hizo verosímil su relato de la negra Soledá, que acompañó con el alarido célebre, medido y tonificado, salido de su garganta que muchos intentan imitar, sin alcanzarlo. Al final sólo hubo necesidad de perfilar los arpegios de las notas urdidas por Madera y la obra estuvo cocinada, en su punto.
Pero las grandes obras nunca duermen demasiado tiempo sobre el lecho de sus laureles y la pollera colorá fue sacudida un día por cuenta de su propio creador. Su camino victorioso sufrió un traspié que terminó en los estrados judiciales. Una condena por derechos de autor ante demanda instaurada por Juan Bautista Madera Castro, coautor de la reconocida obra musical, fue fallada en mayo de 2010, en confirmación a una decisión de primera instancia, por el Tribunal Superior de Bogotá en contra del cantante plateño. Sin embargo, su grandeza sigue incólume con sus continuas versiones que la actualizan, la hacen renovada y vigente.
Choperena en su vida de errancia y cantaor fue sellando con su voz y sobre el espacio musical la historia de los cantos de los pueblos. Nuestra ciudad se identifica con un registro musical llamado cumbia, la pollera colorá, que en cualquier rincón del orbe donde suene estará rememorando las vivencias de hombres que alcanzaban largas jornadas de trabajo para luego emprender inenarrables expediciones babilónicas con ríos de vino. En la música también se inscribe la historia de los pueblos, forma inmaterial y espiritual de la cultura. El cantaor escribió una página más de nuestra historia.
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URIEL NAVARRO URBINA es un docente de Barrancabermeja, licenciado en Español y Literatura, amante y conocedor de la cultura ribereña de la costa norte colombiana. Puede ser contactado en el correo electrónico: [email protected]