Por: Juan Manuel López C.
Es hora de que pensemos que al igual que la frase de Turbay de ‘la corrupción a sus justas proporciones’ no era ni tan absurda ni tan descabellada –en la medida que se puede reducir pero no extirpar-, también tangamos algo de mesura en la capacidad de odio que hoy nos caracteriza y nos enceguece.
Parece evidente que la laxitud que se dio bajo el gobierno pasado tiene hoy el retorno del péndulo, y un extremo rigor caracteriza las actuaciones y el enfoque de la Justicia y los órganos de control.
Lo grave es que para la ciudadanía esto es un mayor factor de polarización, y lo que queda en la población son sentimientos de agresividad que no corresponden a la realidad de lo que los juicios significan.
Buena parte de los hoy enjuiciados son vistos por muchos colombianos como monstruos perversos de una naturaleza tan malvada que cualquier castigo es poco. A otros les sucede que ven a quienes producen los fallos como personas que han configurado la ‘conspiración criminal’ que dice Uribe, y que sedientos de venganza no se detienen ante nada para causar el daño.
Hay que tener en cuenta que estas percepciones nacen necesariamente de la información que se recibe, y que ésta tiende a producirse magnificando el escándalo y la controversia para aumentar el interés del público y en consecuencia el éxito como medio de comunicación.
Deberíamos partir de la base que es más posible un error –ya sea del acusado o del juzgador- que la mala intención. Que los errores se producen –y por ellos se paga-, pero que eso no significa que Colombia tiene el privilegio de producir más malvados y corruptos que cualquier otra sociedad. O en el peor de los casos, que si esto sucede no es solo por la naturaleza del colombiano sino por el modelo o contexto en el cual esto florece.
La verdad es que hemos llegado a extremos sorprendentes. Y me refiero concretamente al de la actitud ante Piedad Córdoba. Aun suponiendo que fuera la famosa ‘Teodora’ con la que tanto se ensañan, mal se la puede acusar por eso de guerrillera. Su trayectoria ha sido pública cual más, justamente por su protagonismo y su posición afirmativa políticamente.
Pero por lo mismo se debe diferenciar los contactos que puede haber tenido con las FARC de lo que sería una vinculación activa con la insurgencia. Conociéndose como se conoce su vida diaria y su trayectoria, ni se imagina uno ni menos se ve a qué horas o en qué época pudo involucrarse en movimientos subversivos.
Su aparición en los famosos computadores es en función de la búsqueda de la paz o de la liberación de los secuestrados, en esa condición fue designada por el Presidente Uribe como intermediaria y esa es la condición que se le reconoce en el mundo. Que tenga que salir del país, que sea vituperada en la forma que lo ha sido, que con la posibilidad de su muerte se regodeen algunos, es algo más que desmedido. Una cosa es no gustar de ella, de sus posiciones políticas, o aún de sus actuaciones dentro del conflicto armado en busca de soluciones; pero otra es lo injusto y lo desmedido del odio que contra ella se versa.
Tratemos de mantener nuestros odios en alguna justa proporción.