Por: Horacio Serpa
Casi exactamente nueve años después de rotos los diálogos de paz en el Caguán, que significaron la más grande frustración de los colombianos frente a la posibilidad de una salida negociada al conflicto armado interno y el envalentonamiento de un sector de la sociedad que le apostó a la guerra, Colombia nuevamente ha vuelto a hablar de reconciliación.
El proceso de negociación iniciado el 7 de enero de 1999, bajo el liderazgo del Presidente Andrés Pastrana y el secretariado de las Farc, tras el despeje de 42 mil kilómetros del sur del país, correspondientes a cinco municipios, significó el mayor desafío impuesto a la guerrilla, el Estado, la sociedad civil, la Iglesia, los medios de comunicación y la comunidad internacional.
Su triste final, luego del secuestro el 20 de enero de 2002, del senador Jorge Eduardo Gechem Turbay, presidente de la Comisión de Paz del Senado, significó el cierre de la puerta de la paz y el surgimiento de un sentimiento de revancha colectivo que permitió el auge del paramilitarismo, la consolidación de los sectores más reaccionarios, la derrota política de las Farc y el alejamiento de cualquier posibilidad de negociación.
Ante las nuevas realidades generadas por la aplicación de la política de seguridad democrática, que generó el repliegue militar de esa organización guerrilla ante la ofensiva estatal y el abatimiento de sus principales dirigentes, el país entró en una histeria triunfalista y en el linchamiento mediático de quienes osaran hablar de negociación. Del lenguaje político nacional fueron abolidos términos como paz, despeje, acuerdo humanitario.
Por fortuna hoy nuevos vientos de paz soplan en Colombia. La elección del presidente Santos ha permitido un cambio en la agenda nacional e internacional. Hoy son importantes las víctimas, no los victimarios. La reconciliación, no la tierra arrasada. El reconocimiento del derecho a vivir en paz, lo que implica el fortalecimiento del Estado, el desmantelamiento de los paramilitares y el narcotráfico, y la persecución de la guerrilla.
Pero mucho más importante aún, abrirle nuevamente la puerta a la paz. El presidente Santos ha dicho que está dispuesto a sentarse con la guerrilla a hablar de reconciliación y ha puesto como única condición la liberación de los secuestrados y el respeto al Derecho Internacional Humanitario. Un giro radical luego de ocho años en que se cerró con llave cualquier posibilidad de diálogo y se privilegió el plomo a la palabra.
Las Farc están en su peor momento militar y político, pero tienen a su mando a un líder intelectual.
Ahora tienen la posibilidad de romper la cadena de la insensatez y sentarse a una mesa de conversaciones, en otras condiciones, con agenda precisa, con ayuda de la comunidad internacional y la Iglesia, sin zonas de despeje, secuestrados ni ataques a la población civil. Por eso tienen que avanzar y decirle sí al Presidente Santos. La liberación de cinco secuestrados debe venir acompañada de muchas más noticias positivas. La paz está de regreso. Abracemos esa esperanza.
Bucaramanga, 2 de Febrero, 2011