
En el escenario electoral colombiano, aparecen actores políticos que se autoproclaman como “ni de izquierda ni de derecha”, construyendo su identidad sobre la supuesta neutralidad ideológica.
Son personajes que ostentan con orgullo su condición de independientes, repitiendo en cada discurso que representan la voz de la sensatez frente a los extremos. Sin embargo, detrás de esa narrativa progresista y conciliadora, sus acciones legislativas, alianzas y votaciones en el Congreso los ubican firmemente en el lado funcional del neoliberalismo más salvaje.
Estos políticos buscan posicionarse como un fenómeno mediático gracias a su estrategia discursiva calculada
Se venden como defensores del medio ambiente, promotores de la libertad religiosa y protectores de los derechos de las minorías, al tiempo que se autodenominan enemigos de la polarización.
Sin embargo, sus comportamientos legislativos y las coaliciones que los respaldan demuestran que, cuando se trata de temas cruciales, su lealtad está con las élites económicas y los grandes grupos de poder que históricamente han dictado las reglas del juego en Colombia.
Basta con revisar cómo votan en las reformas estructurales
Se oponen a los avances en materia de salud, trabajo y pensiones, defendiendo indirectamente los intereses de los empresarios, las EPS, los fondos privados y las concesionarias que se enriquecen a costa de los ciudadanos.
Cuando llega el momento de debatir sobre tarifas de energía, apoyan la concentración en pocas manos; cuando se habla de peajes, avalan concesiones lesivas para el bolsillo de los colombianos; y cuando se propone incrementar el salario mínimo, apelan a un discurso de “cuidado de la economía” que protege más a las utilidades empresariales que a los derechos laborales.
Estos “NI-NI” son un producto político diseñado para confundir al electorado
Se presentan como conciliadores y enemigos del ruido, pero viven en campaña permanente, alimentando su propio mesianismo con la promesa de ser el punto de equilibrio en un país polarizado.
Sin embargo, su ambigüedad conceptual dificulta la identificación de sus verdaderos intereses y los convierte en un riesgo mayor que los propios representantes de la ultraderecha, quienes, al menos, muestran abiertamente su ideología y su agenda.
Mientras los partidos tradicionales luchan por sostener sus bases, esta especie capitaliza el desencanto ciudadano con los extremos. No obstante, lo que parece una propuesta de renovación es, en realidad, un mecanismo sofisticado para preservar el status quo.
Siempre del lado de la derecha
A través de un lenguaje inclusivo y moderno, logran atraer votantes cansados de la confrontación política, pero al final, sus decisiones favorecen siempre a los mismos grupos económicos que mantienen a Colombia entre los países más desiguales de la región.
Uno de los aspectos más peligrosos de estos actores es que se disfrazan de progresistas cuando el contexto lo exige, pero traicionan esas banderas en los temas más sensibles.
Defienden la intermediación financiera de las EPS que ha arruinado el sistema de salud, bloquean cambios para democratizar el acceso a la energía, protegen a los fondos privados de pensiones y ponen freno a cualquier intento de redistribución de la riqueza.
Guardianes de los privilegios
Bajo el argumento de la moderación, operan como guardianes de los privilegios de los grandes empresarios y de los monopolios que abusan del sistema tributario.
En apariencia, incomodan tanto a la izquierda como a la derecha, pero en la práctica, siempre terminan alineados con la derecha económica y política.
No representan un camino intermedio ni una tercera vía real, sino un disfraz cuidadosamente diseñado para manipular la narrativa pública y canalizar la frustración ciudadana hacia intereses que perpetúan la desigualdad.
En la jungla política colombiana, esta especie representa un riesgo silencioso
Su capacidad de camuflaje ideológico les permite avanzar sin resistencia, mientras consolidan los mismos modelos económicos que han empobrecido a millones. Son políticos de sonrisa amable y discurso incluyente, pero funcionales a los poderes que concentran la riqueza y profundizan las brechas sociales.
Es fundamental que la ciudadanía mantenga un sentido crítico y no se deje seducir por la retórica de la neutralidad.
Estos supuestos NI-NI “ni de izquierda ni de derecha” no son una alternativa real de cambio. En su ambigüedad conceptual y su habilidad para disfrazar intereses, radica su mayor peligro.
La advertencia es clara: hay que vigilarlos de cerca y evitar que alcancen el poder, porque detrás de la máscara conciliadora se esconde el rostro más sofisticado del neoliberalismo colombiano.





