
La reciente publicación de Humberto de la Calle ha desatado una ola de críticas por su tono condescendiente, su falta de compromiso con las reformas sociales y su visión profundamente elitista sobre temas fundamentales para millones de colombianos.
Su publicación, donde afirma que “con el telón de fondo del odio de clase, el Pacto Histórico necesitaba una bandera”, no solo es desafortunada, sino reveladora de un político que, mientras posa de ilustrado y progresista, actúa con la lógica y el discurso del statu quo.
Lo primero que omite De la Calle es su responsabilidad y la de su bancada en el hundimiento de las reformas sociales propuestas por el gobierno del presidente Gustavo Petro.
En particular, la reforma a la salud, una de las más discutidas y necesarias, fue saboteada sistemáticamente desde el Congreso por quienes, como él, se llenan la boca hablando de democracia y deliberación, pero cierran filas cuando se trata de tocar intereses establecidos.
Acusa al gobierno de instrumentalizar el “odio de clase”, como si la indignación legítima de millones de personas ante un sistema de salud ineficiente y excluyente fuera una pose política y no una realidad cotidiana.
Desvirtúa la gravedad del problema de la corrupción.
Si bien es cierto que existe corrupción, De la Calle omite que los intentos del gobierno por atacar estas prácticas han sido claros y reiterados.
Irónicamente, muchos de los protagonistas de escándalos han estado ligados a los clanes políticos tradicionales y a estructuras cercanas a figuras como él.
El argumento de la corrupción, entonces, no es utilizado con ánimo de mejora, sino como una cortina de humo para oponerse a los cambios de fondo.
De la Calle también afirma con liviandad que el tema de la salud “sirvió para indignar pero no para movilizar”.
Esto desconoce, de manera arrogante, las manifestaciones, discusiones públicas y debates ciudadanos que se han dado en torno a este asunto. La salud, lejos de ser un tema menor, es una prioridad para millones de colombianos, sobre todo para los sectores más vulnerables.
Enemigo de la reforma pensional
En otro pasaje preocupante de su publicación, se refiere al tema de las pensiones con desdén, señalando que “todavía los viejos son pocos y los jóvenes se creen inmortales”.
Esta frase resume la lógica de los defensores de los fondos privados de pensiones: una lógica fría, calculadora, desprovista de sentido social.
La reforma pensional del gobierno busca precisamente garantizar una vejez digna para quienes hoy no tienen ninguna cobertura, y sin embargo, De la Calle opta por el sarcasmo antes que por la empatía.
Su crítica a temas como el pago de horas extras y dominicales, que califica como “un tema relativamente menor”, es una afrenta a los trabajadores del país.
Para millones de colombianos, estos ingresos representan la posibilidad de vivir con algo más de dignidad. Minimizar esta lucha es una muestra del profundo desapego de De la Calle con las realidades del país.
No le interesa el bienestar de la gente
Pero tal vez la frase más cínica de toda su columna es aquella donde afirma que “si el Senado niega la consulta, es el gobierno el que gana. Gana por punta y punta.”
Esta afirmación deja claro que su preocupación no es el bienestar de la gente ni el futuro del país, sino simplemente hacer oposición, sin importar el costo social. Su objetivo no es construir, sino bloquear, frenar y desgastar.
Indignación y respuesta ciudadana
En respuesta, la ciudadanía ha reaccionado con fuerza. Le recuerdan a De la Calle que el llamado “odio de clase” no es un capricho, sino una consecuencia de décadas de desigualdad, exclusión y privilegios.
Lo que él califica como radicalismo es, en realidad, el clamor de quienes nunca han tenido voz.
Así, Humberto de la Calle deja caer la máscara. Ya no es el jurista ponderado ni el político moderado que algunos admiraban. Hoy se muestra como un defensor de los privilegios, un opositor sin argumentos sólidos, y un enemigo de las reformas que buscan devolver derechos a quienes históricamente han sido despojados. La farsa se cae, y su verdadero rostro queda expuesto.