Luego de muchas conversaciones en las regiones, me atrevo a asegurar que estamos repitiendo el mismo error histórico de la izquierda y el centro: dividirnos
Que las encuestas no nos detengan. Ellas no logran medir, ni hablan nunca de la influencia muy importante de la corrupción en las registradurías, la masiva compra de votos que realiza buena parte de la politiquería tradicional con recursos públicos de los que se apropian con empresas de fachada como las de la hoy famosa Unión Temporal Centros Poblados, ni de la cantidad de contratos de prestación de servicios que a partir de ahora se empezarán a firmar a cambio de votos en las parlamentarias y luego en las presidenciales.
Deseo equivocarme, pero luego de muchas conversaciones en las regiones, me atrevo a asegurar que estamos repitiendo el mismo error histórico de la izquierda y el centro: dividirnos. O no nos bastó la derrota del 2018 o creemos que ya el paro demostró que vamos a ganar.
Ojo, como nos dicen los expertos en marketing político, gana el que menos errores comete. Y además de no cometer errores, la oposición debe vencer en un tablero muy inclinado en su contra por los billones que se gastarán en corrupción, la persecución judicial a la que se nos está sometiendo y la violencia que se ejercerá contra nosotros.
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Mi apuesta personal y colectiva en 2022 es sacar al uribismo y sus aliados del gobierno para después reducir su poder a la mínima expresión.
Es la única forma de iniciar una serie de transformaciones para modernizar y democratizar el país y sacarlo de la profunda crisis social, ambiental, económica y política que padecemos. Es la única forma de transitar hacia la paz.
Si no tenemos claro que ese es el principal y más grande objetivo, nos estamos distrayendo en problemas menores, mientras la derecha colombiana se divierte por nuestra infantil incapacidad.
Muchos, románticamente, aspiran que en 2022 se hagan todas las reformas que se necesitan para transformar prácticas y políticas arraigadas después de dos siglos de vida republicana, incluso desde cuando éramos colonia: el autoritarismo, la acumulación de la tierra y la riqueza, la desigualdad social, la segregación racial y de género, o el clasismo.
Parémosle al delirio, la extrema derecha armada y desarmada, el establecimiento se moverán como nunca para detener el cambio. Lo que se juega es mucho, sacarlos del gobierno por primera vez.
Insisto y no hay que ser profeta, la extrema derecha vendrá contra todos los sectores progresistas en este año preelectoral. Mientras tanto estamos enzarzados en batallas internas y sin cuartel como lo sugiere Gustavo Bolívar al responder el bien producido video de su ex amigo Bruno Díaz, o las batallas de las listas al congreso.
Las divisiones al interior de Comunes que ya plantean una escisión de la misma manera que pasa en el Partido Verde, no auguran el triunfo, más bien la derrota.
Tanto la izquierda, como el centro, y algunos sectores de la derecha civilista y democrática son necesarios para pasar la horrible noche del uribismo.
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Pero algo que está pasando en las regiones debe llamar la atención del centralismo político, de quienes tienen el deber de mirar el país como un todo y no como una comunidad de Twitter o los que creen que todo lo que pasa en Colombia ocurre es en Bogotá.
Muchos territorios ya entendieron que el único camino es unirse sin vetos ni exclusiones para alcanzar la mayoría del Congreso derrotando a los clanes.
En los directorios municipales y departamentales de los partidos no se ve la rapiña que protagoniza todos los días el liderazgo progre de Bogotá, ojalá seamos capaces de adoptar esa especie de pragmatismo político descentralizado.
En la periferia se está hablando con el que piensa distinto, con el que votó en blanco en 2018, con los que nunca han votado y con los nuevos votantes.
Los jóvenes, ahora, están muy interesados en el proceso electoral, organizando primero listas a los Consejos Municipales de Juventudes.
Mientras estamos perdidos en las peleas entre las oposiciones, el gobierno acaba de vender ISA a Ecopetrol, violando todas las normas constitucionales, legales y éticas y $14.5 billones de pesos entrarán al ministerio de Hacienda en vísperas de elecciones.
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Esos billones no son para calmar a las calificadoras de riesgo, son, seguramente, para financiar las campañas de los clanes, pero nadie se da cuenta en la oposición.
Los 70 mil millones de pesos que se le “perdieron” a la ministra de las Tecnologías de la información y las comunicaciones, son una bobada en comparación con el cheque que recibirá el gobierno nacional por cuenta de esta mega transacción.
Mantengo algo de esperanza porque en la vida real las personas son más racionales que en la virtualidad, que millones de ciudadanos que desean el cambio no están en las redes creyendo leer con exactitud lo que está pasando.
En los territorios donde ni el internet llega, los liderazgos piensan primero en sobrevivir, en que no los maten y en que, algún día, los que tienen la posibilidad de cambiar el país, dejen tanto egoísmo, tanto ego y tanto orgullo personal y piensen en millones que dependen de una decisión que ahora más que nunca es necesaria: la de unirnos, la de soportarnos, es decir, ser capaces de hacer cosas en conjunto a pesar de las diferencias.
Pero como vamos, perderemos.
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