¿Tiene sentido una hamburguesa sin carne? ¿Una albóndiga de garbanzo?
La duda no es solo relevante a la hora del almuerzo. También azuza una batalla que trasciende los caprichos de la dieta de moda.
Renunciar con virtuosismo a la carne —o aferrarse a ella con los colmillos que nos dio la evolución— es un asunto de dinero, política, cultura y, también, de identidad.
En Colorado, el 20 de marzo fue el día sin carne, parte de una campaña para promover las dietas “basadas en plantas”. Acto seguido, el gobernador de la vecina Nebraska anunció que en la misma fecha celebraría el día con carne, para defender “el estilo de vida” y a los ganaderos de su entidad.
Y en Francia, Grégory Doucet, el alcalde de Lyon, puso patas arriba al país al anunciar que el menú escolar de las primarias de la ciudad no ofrecería carne.
Aunque Doucet, del Partido Verde, insiste en que se trata de una decisión temporal para facilitar la operación en las escuelas en la pandemia, ciudadanos y políticos del país denunciaron la medida como un “insulto inaceptable a los agricultores y carniceros franceses”, que, en palabras de un ministro, delata una actitud “elitista y moralista”.
Para muchos, hay tanta polarización en el mundo, tanta hambre y tan poco placer en medio de la pandemia, que pelear por un plato de puchero de res parece, ahora mismo, una lucha sin sentido.
Pero, para otros, virar a una dieta vegetariana ilustra una actitud “tan puritana como abusiva”, según escribió la filósofa Sandra Caula, al “pretender hacerte sentir como un asesino cuando optas libremente por comerte un bistec, como han hecho los humanos hace miles de años”.
La realidad es que el auge de las dietas vegetarianas “es la consecuencia inevitable de la señal de alarma sobre el cambio climático, para el cual la ganadería contribuye de manera significativa”, como observó en una columna Frank Bruni, quien, por cierto, durante mucho tiempo fue nuestro crítico gastronómico y fanático de las hamburguesas.
De hecho, en Brasil, una nación que adora el asado y es la mayor exportadora de carne del mundo, el número de vegetarianos se ha duplicado en los últimos seis años. El país, donde la cultura carnívora está tan arraigada, también es uno de los más afectados por la ganadería intensiva.
La cultura de la carne, me parece, no puede sobrevivir si no queda planeta en donde pasten las vacas. Los carnívoros impenitentes deberíamos ser los más interesados en protegerlo.
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Elda Cantú es la Senior News Editor del New York Times para Latino América
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