La huelga de los rappitenderos – Rappi – importa como fenómeno social y como ejercicio de un derecho humano fundamental: nuevas formas de trabajo crean nuevas y espontáneas formas de protesta colectiva, de huelga.
En el contexto de una economía global construida sobre el individualismo y el egoísmo neoliberales que “fomenta y departe líricamente sobre un modo de vida basado en la competitividad, la meritocracia y la flexibilidad”, las mujeres y hombres jóvenes son las víctimas principales de estados debilitados, de educación superior privatizada y de sociedades con alto y permanente desempleo en el que ellos y ellas están condenados a la precariedad y la explotación laboral.
En Colombia, la vida de la juventud es peor porque a todas las dificultades económicas se le suma una violencia brutal, el reclutamiento forzado, miles caen en las redes del poderoso entramado de las economías ilegales. Mientras escribía esta columna llegaban las noticias de la masacre de nueve jóvenes en Samaniego Nariño, justo después de ver las dramáticas imágenes del funeral de cinco adolescentes masacrados en Cali, a los que ya miembros de la policía acusan de ser ellos mismos, las víctimas, los responsables de su propia muerte, otra vez el peor racismo tratando de lavar las culpas de los “blancos”.
En dos años del gobierno Duque se han cometido 42 masacres en nuestro país y eso debería indignarnos.
Pero desafortunadamente hemos normalizado la muerte, sobre todo de las personas pobres, más si viven en el campo, peor si son afro descendientes o indígenas. Pasa lo mismo con las personas que fallecen por Covid, más de 300 cada día. Se han vuelto cifras huecas. Y se nos olvida que podrían haber sido evitadas si se hubieran tomado las decisiones políticas necesarias, contundentes y oportunas, cosa que este gobierno no ha hecho.
A los jóvenes que no están asesinando o reclutando a la fuerza, los descargan en la precariedad laboral disfrazada de “emprendimientos”, una palabra vacía que un minuto de realidad deshace.
Por eso es tan heroico y tan justo, que, en medio de esta crisis económica y social, sus principales víctimas, las más explotadas o mejor casi esclavizadas, los trabajadores y trabajadoras de Rappi Colombia hayan realizado una huelga nacional de 24 horas el pasado sábado 15 de agosto contra esta empresa.
Es solo el inicio de lo que puede ser una importante acción colectiva que transforme las relaciones de trabajo que encubre Rappi, a la par que una nueva forma de asociación y de protesta digital.
Esta huelga es el resultado de varias cosas que vienen sucediendo en el mundo del trabajo y sobre las que quiero proponer elementos para la reflexión y para un debate siempre inacabado.
Lo primero es la crisis del empleo y la crisis salarial.
El desempleo sigue creciendo, pero ojo, ya venía así desde antes de la pandemia, por lo que el virus, prácticamente le está sirviendo a Duque para esconderse en él. La crisis del trabajo es el desafío más duro al que nos enfrentamos en el corto plazo y eso demanda nuevas agendas laborales y económicas. Todas las ya probadas, especialmente no hacer nada más que rebajar salarios, fracasaron.
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