En cuarentena, entre las 6 y las 7 de la mañana empieza la maratón de reuniones con decenas de empresas petroleras tratando de proteger el empleo, odiando las medidas del gobierno que de nada han servido.
Estamos cerca de completar tres meses en cuarentena gracias a esta crisis mundial que ha cambiado nuestras vidas y ha detenido casi todo y que todavía en febrero parecía un problema lejano de chinos y asiáticos. A todos nos ha tomado por sorpresa. El mundo entró, como lo diría el exvicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, como en una gran “huelga general plantearía”, que mostró nuestra fragilidad y la del capitalismo y ha obligado a derecha e izquierda a reclamar soluciones y gasto a los Estados. Esa tal “mano invisible del mercado” que se inventó Adam Smith, no existía.
Por mi trabajo sindical, académico y político estaba acostumbrado a recorrer el país sin parar. Cuando llegué a mi casa de Barrancabermeja el 14 de marzo no sabía cuánto duraría la cuarentena. No tenía pues un sitio de trabajo, mi primer escritorio fue la mesa de aplanchar. Después organizamos la habitación de mi hijo menor como lugar de estudio de él y la oficina donde mi esposa y yo hemos adaptado nuestro lugar de trabajo.
El comienzo fue difícil. Inicialmente instalar y aprender a manejar aplicaciones para conectarnos virtualmente con empresas, con trabajadores, con nuestros compañeros dirigentes. Todos los días recibir noticias desalentadoras: contagios, muertes, despidos, arbitrariedades empresariales masivas. Me iba a dormir sabiendo que al otro día la situación sería peor. En esta cuarentena el sueño se ha ido y han llegado algunas pesadillas. No existían límites de horarios, ni fines de semana ni festivos. La semana santa ni se notó. Ahora trato de llevarlo de una mejor manera.
Lo mejor ha sido tener vida de familia, ver dormirse todas las noches a mi pequeño hijo. Los cumpleaños de mi hijo mayor y mi sobrina los celebramos por Zoom. Fueron momentos entre nostálgicos y emotivos. El abrazo, el beso, la expresión de cariño, el calor humano hace falta por más que nos hayan criado como varones santandereanos. He extrañado mucho a mis padres.
A los sindicalistas nos toca posar de rudos, pero somos padres, hermanos, esposos, amigos, compañeros. Siempre hay un corazón latiendo por seres que están ahí y aunque callamos la emoción, esta crisis debería enseñarnos a expresar mejor y más el cariño, el amor, el aprecio, aceptemos que la vida es pura fragilidad.
Extraño también mis viajes con los que arriesgan su vida para proteger la mía, el último, una veloz bajada a Chinauta en Cundinamarca para hablar de negociación colectiva con los compañeros delegados de la Unión de trabajadoras y trabajadores del comercio. Me alegró significativamente que, en la portada de su convenio colectivo, que se suscribió en el marco de la pandemia, apareciera una foto de nuestro encuentro.
He tenido mucho trabajo, más que otro momento que recuerde. Estudiando primero cómo el sindicalismo europeo y latinoamericano estaba enfrentando la crisis, que proponía. Actualizándome a toda velocidad por la avalancha de decretos, leyes, jurisprudencia sobre el mundo del trabajo, la salud y la emergencia económica. Escuchando y leyendo a mis colegas, amigos y amigas de algunos grupos de WhatsApp. Todos los días aprendo de ellos y ellas.
Desempolvé libros pendientes y en las noches de insomnio, vi algunas series y películas. Sobre una de ellas, Recursos Inhumanos, escribí mi pasada columna. Los viernes, cuando caía el potente sol de Barrancabermeja, empezaba unas tertulias etílicas con mi adorada compañera.
Tardó algunos días hacer nuestra primera reunión virtual de la Junta Nacional de la USO. En esa primera sesión abordamos dos temas: Cómo íbamos a apoyar a los trabajadores de las empresas petroleras y a la sociedad que requería nuestra solidaridad. Organizamos una agenda y creamos el “Fondo Solidario y Humanitario USO – Jorge Santos Núñez”, en homenaje a nuestro querido amigo y expresidente nacional que falleció en la soledad de la cuarentena. Hoy hemos convertido los aportes al Fondo en más de ocho mil ayudas humanitarias a trabajadores despedidos, comunidades de territorios petroleros y personal sanitario. Con esas dos definiciones empezaron largas jornadas de trabajo. Muchos de mis compañeros y compañeras han estado a la altura del momento, lamentablemente no todos, debo admitirlo.
En alianza con entidades, sindicatos, universidades organizamos cuanto foro se nos vino a la mente, nacionales, internacionales, intersindicales, con asesores de empresas, para compartir información, ideas, perspectivas y conocimiento.
Cuando el Ministerio de Trabajo expidió las circulares 021 y 022 me puse en la tarea de diseñar formatos de intervenciones dirigidas a ese ministerio, también formatos de acción de tutela que compartí con muchos sindicatos y trabajadores. Muchas se han ganado. Otras se han perdido. Lograr justicia para los trabajadores nunca es fácil, la balanza de Temis no suele inclinarse por ellos y ellas en Colombia.
Me he estado levantando entre las 6 y las 7 de la mañana. Ya había comprado un escritorio más cómodo. Y empezaba la maratón de reuniones con decenas de empresas petroleras tratando de proteger el empleo, odiando las medidas del gobierno que de nada han servido y no producen más que impotencia. Responder decenas de llamadas por celular que había olvidado hacer. Y responder mensajes en las redes sociales, que sagradamente contesto, aunque a veces demore un poco.
Ha habido dos momentos dolorosos, difíciles. La muerte de Jorge Santos Núñez y la muerte por covid-19 de un compañero trabajador de la Refinería y afiliado de la USO. Coincidía que era el primer caso de contagio en Barrancabermeja, la primera muerte en Santander y que era un caso de Ecopetrol. Muchas cosas tuvimos que hacer. Casi todas improvisadas, era la primera vez que enfrentábamos una situación así. Nadie estaba preparado. Admito que pasé duros momentos.
En Ecopetrol a los trabajadores directos nos han tratado bien. No hay despidos, ni suspensiones. No hay reducción de derechos. También acordamos medidas para aliviar los efectos económicos de la crisis en los trabajadores. Es producto de que somos mayoría, del reconocimiento que tiene la USO y del contrapeso que ejerce en las relaciones laborales. Estamos tratando de controlar el trabajo en casa para que no haya abusos. Y a pesar de las difíciles circunstancias, pusimos en marcha un acuerdo que habíamos hecho el año pasado con Ecopetrol que permite a muchos trabajadores retirarse voluntariamente en mejores condiciones que las previstas en la ley.
En este momento estamos exigiendo que la empresa respete las normas internacionales, constitucionales y convencionales y nos permita la actividad sindical en los sitios de trabajo que, además, nunca suspendieron operación.
Es lamentable que sean los trabajadores tercerizados los que han pagado los platos rotos de la crisis. Ha sido inhumana e insolidaria tanto la política de Ecopetrol, como la de las empresas operadoras y tercerizadoras desatadas despidiendo. Salvo unas pocas excepciones, el trato ha sido vergonzoso. Cero diálogos, mucha intransigencia. La Cámara Colombiana de Bienes y Servicios Petroleros – Campetrol y la Asociación Colombiana del Petróleo – ACP indolentes. No olvidaremos la banalidad de estos gremios, que tratan a los trabajadores como desechables. Vendrán tiempos mejores.
La agenda política del sindicato no se ha detenido. Hemos estado al tanto de la disputa de la ACP con CENIT que debilitaría a la empresa. De la asamblea de accionistas de Ecopetrol donde pudimos posicionar #MasacreLaboral en Twitter como forma de protesta. Hemos estado atentos a los decretos del gobierno con impacto en la política petrolera, en los derechos laborales. Estuvimos en la Comisión Primera de Senado representando a los trabajadores.
Como presidente de la USO he participado en foros académicos, políticos, sindicales. Como abogado de trabajadores, en otros tantos. Y como actor político en unos más. Seguimos en esa tarea. Aunque en ocasiones nos tengamos que distraer atendiendo estériles debates internos, que también toca resolver.
De los días mejores han sido cuándo afiliamos más trabajadores a la USO, ayudamos a fundar sindicatos en otros sectores y los acompañamos en sus luchas. Que, a la vez, son mis luchas.
En la cuarentena he salido tres veces por dos horas. Una a entregar elementos de protección que donó la USO al personal médico del hospital de mi ciudad, otra a visitar a mis padres y la última a ponerme de nuevo en contacto con los trabajadores. Y de paso obsequiarles unos tapabocas que la USO produjo.
El rastreo de todas nuestras actividades está en redes sociales. A donde se han trasladado nuestras luchas y batallas. Tenemos que volver a la calle, al mitin, a la huelga, a la barricada. No voy a negar que he sentido miedo de contagiarme y contagiar a mis seres queridos. Creo que es lo normal. Mientras tanto en Barrancabermeja ha subido el número de contagiados, eso empieza a preocuparme. Nos enfrentamos al falso dilema entre la reactivación económica y la salud de los ciudadanos.
Lo más importante de todo es que no nos hemos quedado quietos. No nos hemos invisibilizado y que esta crisis, como todas, será temporal. Quizá demore un poco, pero pasará y volveremos a la rutina, con cambios claro. Seguiremos en la actividad sindical y en la defensa de los derechos de los trabajadores. Toda acción colectiva tiene momentos agridulces, pero luchar por vida digna y libertad es ayudar a construir democracia real y es el camino que escogí.
Gracias por leerme.
Adenda: Exijo la liberación inmediata y sin condiciones de los trabajadores Pedro León Rivera y Óscar Javier Rodríguez, secuestrados por el Frente Oriental del ELN en Arauca.
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