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La virtualidad, peor de lo que parece – Por: Francisco Torres Montealegre

La virtualidad, peor de lo que parece – Por: Francisco Torres MontealegreCuando las aldeas se convirtieron en ciudades y las guerras de pillaje, de las cuales la más célebre fue la de Troya, tuvieron bardos que cantaran el valor, la brutalidad o la astucia de sus héroes, su descendencia masculina fue educada por sabios.

 

De ese modo Telémaco, el hijo de Odiseo, tuvo a Méntor, del cual adoptó su apariencia Palas Atenea, la diosa de la sabiduría, para que con su consejo eludiera las acechanzas de los pretendientes, de modo que su padre recuperara Ítaca, la rocosa isla, que conforme a Kavafis no valía más que las experiencias del viaje.

 

El rey Filipo II de Macedonia, despreciado como bárbaro, demostró ser un gobernante inclinado a lo mejor, de tal manera que le dio a su hijo, Alejandro, el tutor insuperable, Aristóteles, el filósofo y naturalista, el genio, quien se vengó formando en la corte macedonia al futuro estratega contra los presuntuosos griegos que le habían negado honores a los que tenía derecho.

 

Julio César, que hubiera sido el primer emperador de Roma si no se le hubiese atravesado un cerco de fríos puñales, tuvo un tutor privado en Roma, Marco Antonio Grifón, oriundo de la Galia, la región donde labraría su fama y su poder.

 

Con el aprendió letras, artes y sobre todo la lengua celta.

 

Pangloss, el irreprimible optimista, encarnación del gran Leibniz, del cual se burla Voltaire en el Cándido, era el tutor del protagonista en el castillo de Thunder-ten-tronckh.

 

Y podría hacerse una lista interminable en la cual futuros reyes, grandes generales y obstinados conquistadores fueron educados individualmente por tutores en ciudades amuralladas y castillos.

 

En cuanto a los esclavos, los siervos y artesanos, en sus respectivas épocas, adquirían la instrucción necesaria por la vía de la experiencia en sus comunidades.

 

Si tenían una mejor instrucción la habían adquirido en la ciudad en la que vivían cuando ésta fue tomada y ellos esclavizados y, con suerte, llegaron a ser los pedagogos de niños de familias pudientes en Roma, por ejemplo.

 

Eso en la antigüedad, porque en la Edad Media muchos reyes y la nobleza en masa no sabía leer ni escribir y el bajo clero era también iletrado.

 

Primero, lentamente, luego más rápido, se profundizó en el conocimiento, se desarrollaron máquinas, el Renacimiento se alzó esplendoroso, Colón descubrió América, la historia se hizo una sola, un raudal de oro y plata hinchó las venas de la economía europea, el capitalismo se desarrolló vigorosamente y a la par que se comerciaba, se conquistaba, se inventaba y se erigían maravillas cuya única referencia es el mundo clásico antiguo.

 

Después, James Watt en 1776, completa una máquina de vapor de funcionamiento continuo, Fulton usa la caldera de vapor en 1803 para crear el barco de vapor y en 1825 Stephenson nos da la locomotora.

 

La fábrica se convirtió en un escenario de vertiginosa transformación.

 

Esa época de grandes y pequeños inventos transformó la sociedad como no había cambiado antes y exigió con premura nuevos conocimientos que sirvieran de base para crear, manejar máquinas y trabajar en nuevos procesos.

 

Nación que no estuviera a la altura quedaba rezagada en poco tiempo como fue el caso de China. La revolución industrial exigió un nuevo y masivo tipo de educación.

 

La educación individual fue desplazada por colegios y universidades públicas y privadas. Contar con una educación pública fue desde el siglo XVIII en Prusia, Francia y el Reino Unido materia de creciente importancia.

 

En nuestros días la lista de las mejores universidades, los resultados de las pruebas internacionales y las inmensas inversiones que se hacen son asuntos de Estado.

 

En los países sometidos al dominio del imperialismo se impuso una educación mediocre que le sirva al saqueo sin por ello permitir el desarrollo.

 

Lo que está sucediendo es muy significativo.

 

Desde antes de la pandemia, y con bríos redoblados apenas comenzó, se levantó a grandes voces la falacia de que se debía acabar la educación presencial porque lo virtual era un avance tecnológico irrebatible. Analicemos esto.

 

¿La soledad de un niño o joven frente a una pantalla es superior a la viva y humana relación entre el profesor y sus estudiantes y entre ellos? ¿Aprenderá más? ¿Podrá ese niño o joven en una sociedad donde están recluidos en sus casas tener alguna relación con sus pares? ¿El encierro los afectará negativamente?  ¿Afectará la calidad de la educación la supresión del debate académico entre los profesores? ¿Quién determinará el plan de estudios? ¿Será la educación más barata y de menor calidad? ¿Usarán las multinacionales los datos del estudiante para hacer negocios de big data y control social como lo vienen haciendo con las redes?

 

Que la pandemia nos obliga a la virtualidad es un hecho, que la virtualidad deba prolongarse más allá de la pandemia es un desatino.

 

De hecho dos meses de virtualidad le han demostrado a los padres de familia y a los estudiantes que los profesores son indispensables para la educación y a los educadores les ha enseñado que la educación virtual conduce a acabar la libertad de cátedra y la autonomía escolar,  reduciendo el papel del maestro a la mínima expresión y dejando en manos de Facebook, Microsoft, Google y otros monopolios la educación, un negocio planetario que pasa por la destrucción de la historia y la cultura de los países dominados y por la reducción del conocimiento a las competencias, una educación pobre para pobres.

 

De hecho, el “mercado” se ha llenado de ofertas virtuales a todos los niveles y de muy baja calidad.

 

Lo virtual refuerza el individualismo más hirsuto. En la antigüedad y en la Edad Media la educación individual tenía el marco de una gran familia o de una corte.

 

En la virtual será el dominio exclusivo del monopolio financiero sobre las emociones y los pensamientos de un ser humano en formación.

 

¿Se alcanzará con la virtualidad el objeto establecido en la ley 115 de 1994, la “educación es un proceso de formación permanente, personal, cultural y social que se fundamenta en una concepción integral de la persona humana, de su dignidad, de sus derechos y de sus deberes”?

 

La respuesta es negativa.

 

 

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