Batallas en cuarentena: proteger de la privatización lo poco público que nos queda, un sistema de salud público, seguir la idea del “mínimo vital”, y la formación política y sindical.
Parar el mundo no parecía fácil, pero ha ocurrido. Hoy la mitad de la humanidad está en cuarentena completa y la economía detenida, mientras buena parte de la industria se adapta a toda velocidad a los requerimientos de guerra a la pandemia para fabricar todo lo necesario.
Compañeros trabajadores y trabajadoras están manteniendo activos el Estado, la economía, la agricultura, el comercio y los bancos y claro, el sistema de salud y cuidados. Después de años de adorar las burbujas especulativas, petroleras o inmobiliarias, redescubrimos que al mundo lo mueve es el trabajo.
Y qué sería de tantos miles de trabajadores y trabajadoras en peligro de quedar cesantes o con sus contratos suspendidos sin los sindicatos, hoy movilizados por todo el mundo para proponer, defender, movilizar, exigir políticas que protejan la vida y la salud, que defiendan los ingresos y los empleos de cientos de millones globalmente y en Colombia.
El capitalismo, como los virus, muta en un segundo, se reinventa.
Ya aboga por más flexibilización laboral para generar más plusvalía. Pero aquí están los sindicatos, como la mayor organización social e históricamente contrahegemónica, para equilibrar las cargas y darle más poder a la clase trabajadora.
En el caso de la industria petrolera, mi lugar en el mundo, hemos estado viviendo dos crisis simultáneas, la de los precios del petróleo y la de la pandemia, que ha reducido brutalmente la producción, el consumo de combustibles y el valor de las exportaciones. Y ni la USO, ni yo, hemos parado un minuto.
Personalmente he dedicado ahora más horas de mi vida al sindicato y a los trabajadores sindicalizados.
Con incertidumbre, pero siempre con la esperanza que nos dan la experiencia y el valor de los trabajadores y trabajadoras, estamos luchando cuatro batallas simultáneas, con decisión, pero sobre todo con solidaridad y empatía.
La primera batalla es cuidar lo público y extender su capacidad.
Esta pandemia ha demostrado la vulnerabilidad del capitalismo, hoy todos los arrogantes empresarios piden intervención del Estado para protegerse. No eran tan fuertes como nos decían. El modelo neoliberal colapsa.
No podemos descuidarnos de las amenazas de privatización de lo poco público que nos queda (que es de todos). Es urgente que el sistema de salud sea público y un derecho humano, no una mercancía. No es la mercantilización del derecho, lo que nos salvará de la pandemia, son los sistemas públicos, la intervención del Estado.
La segunda batalla es por una renta básica universal.
Se estima que cerca del 81 % de la población trabajadora mundial, 2.700 millones de personas, verán afectado su trabajo en 2020, despedidos, con menos horas, con salarios reducidos o precarizados.
De otro lado el principio neoliberal de focalización de los subsidios públicos a los más vulnerables ha perdido vigencia, hoy queda claro que todos somos vulnerables. Por eso cobra vigencia la idea de un ingreso para las personas, sin condiciones, lo que llamamos en Colombia, un “mínimo vital”.
Esto sin perjuicio de todas las medidas que se deben reclamar al Estado en materia de alivios económicos, de protección al empleo y de asistencia a los más vulnerables. En esta misma batalla, esfuerzos como los de Fecode o la USO, o los acuerdos que estamos negociando con las empresas petroleras son muy importantes.
La tercera batalla es la defensa del derecho humano al trabajo decente y digno.
El abuso de muchos empresarios, el verticalismo en las relaciones laborales y la falta de solidaridad ha sido la regla general, agudizada por estos días. En el sindicalismo a todos los niveles estamos concentrados en buscar acuerdos, en presentar acciones administrativas y judiciales y movilizarnos frente a la “masacre laboral” que se está produciendo.
El Ministerio de Trabajo ha mostrado toda su debilidad para proteger a los trabajadores del sector privado, su papel parece ser aconsejar y rogar generosidad empresarial. Ahí, debemos destacar la aparición del observatorio laboral de la CUT y la CTC. Un buen escenario donde se analizan algunas variables del comportamiento laboral en estos días de pandemia y se sugieren acciones a las organizaciones sindicales.
Admirable la lucha que libran los compañeros y compañeras de la salud.
Explotados, tercerizados, sin ingresos decentes y sin estabilidad laboral. Cuando terminaba de escribir esta columna expidieron el decreto que reconoce como enfermedad laboral el contagio por covid-19. Tuvieron que morirse dos médicos para lograrlo.
Y la última batalla, no menos importante, es la organizativa.
La cura es la organización, dicen los jóvenes sindicalistas argentinos y nosotros. Seamos creativos, virtualicemos las posibilidades de afiliarse, reinventemos las formas de trabajar, de reunir nuestras juntas y asambleas, de seguir la formación política y sindical.
Pero ojo, el teletrabajo no son vacaciones, ni turnos de 24 horas, 7 días a la semana. Hay que prestarle atención al riesgo psicosocial que está produciendo el encierro, a las enfermedades laborales derivadas de esta modalidad y acompañemos a nuestros afiliados y afiliadas. Que la crisis nos sirva para afiliar, para demostrar a los trabajadores que necesitan estar sindicalizados. En estas circunstancias, la vida sindical continúa, hay que seguir negociando colectivamente. Es un llamado a ponernos al día y a la resiliencia.
El sindicalismo no se detiene.
Somos nosotros, como lo hicimos en las dos guerras mundiales, los que podemos proponerles a los ciudadanos una nueva sociedad, una profundización del estado social de derecho. Un estado social que pasé de la fórmula constitucional a la realidad. La crisis pasará.
Seremos fundamentales para el restablecimiento del país. No podemos dejarnos llevar por la desesperanza, mucho menos por el confort. Seguimos adelante.
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