Dan pena este gobierno y estas élites que no saben cómo enfrentar el desempleo, toleran la delincuencia de cuello blanco, cogobiernan con ella, y sigue de rodillas ante Trump.
Mañana celebramos doscientos años de la Batalla de Boyacá, acción militar con la que terminó la revolución de independencia iniciada el 20 de julio de 1810.
Se cumple un año también de la huracanada tarde en la que Iván Duque tomó juramento como presidente de Colombia, y a ese, uno de los actos de posesión presidencial más insulsos y olvidables de los que tengo memoria, le han seguido 365 días de vacío intelectual y político y miles de burlas en las redes sociales.
Las decisiones del gobierno de Iván Duque mantienen la tendencia creciente del desempleo y de la pobreza, la economía estancada, la inversión privada a la baja, la deuda externa creciente, la sumisión total a los Estados Unidos y leyes ominosas que siguen aplastando a la clase media y a los más pobres, como el Plan de Desarrollo y la de (des) financiamiento.
El de Iván Duque es claramente un gobierno de retroceso en todos los campos y el mayor promotor de la desigualdad, es un gobierno aporofóbico (Léase: que odia a los pobres).
Lo habíamos advertido: una persona sin experiencia en gobernar y sometido a dos señores, el de los bancos y el de El Ubérrimo, que gobiernan en la sombra, no podía hacer mucho por nuestro país.
Son graves las consecuencias del gobierno Duque, y para mi hay, tres muy graves.
En primer lugar, el conflicto armado se ha avivado gracias al incumplimiento casi completo del acuerdo de paz y a su política de seguridad de guerra y enemigo interno.
Zonas que vieron con ilusión el fin de la guerra con las Farc, ahora vuelven a sufrir la reactivación del conflicto. Este gobierno uribista efectivamente hace todo lo que puede para “hacer trizas los acuerdos de paz”.
La agenda de paz, la agenda legislativa, están bloqueadas por los intentos del senador Uribe para evadir la justicia y decir la verdad. Si las objeciones a la JEP se tragaron media legislatura, el proyecto de ley para sacar de la cárcel, a como dé lugar, al exministro Andrés Felipe Arias, con el daño colateral, de excarcelar a docenas de parapolíticos, también aliados del expresidente, bloqueará la segunda legislatura de este gris cuatrienio.
En segundo lugar, es un gobierno al servicio de los más poderosos. Las pocas grandes empresas, hoy casi todas en manos de corporaciones extranjeras, han logrado volver ley, la idea que han hecho repetir y repetir a sus centros de pensamiento y su maquinaria de medios masivos: que entre más les bajen impuestos, ellos generan más empleos, invierten más y la economía crece más rápido. Nada de lo anterior ha sucedido, al contrario, hay menos empleo de calidad, más desempleo, más pobreza y menos inversión. Como hay déficit, los poderes económicos nos dicen hay que recortar más el gasto público y de ñapa nos quieren vender a Ecopetrol, a Cenit y a ISA, para cuadrar caja. Si hay más desempleo, nos hacen otra reforma laboral para seguir bajando costos laborales. Todo muy fácil para ellos.
Y tercero, este gobierno está más que nunca de rodillas ante Donald Trump, y sus halcones ultraconservadores en el Pentágono y el Departamento de Estado. El senador republicano Marco Rubio, feroz representante del exilio cubano, dirige la política exterior norteamericana y la colombiana, con consecuencias nefastas: casi dos millones de refugiados venezolanos, mayor presencia militar y económica de chinos y rusos en la región, glifosato y persecución criminal a los adictos, más guerra contra las drogas manteniendo una guerra fracasada para seguir fracasando.
La revista Semana califica a Iván Duque como aprendiz. El problema es que tiene razón.
Un país con semejantes retos y con semejantes oportunidades, tiene en la Casa de Nariño un improvisado gobierno y a un presidente rodeado de un gabinete mediocre, neoliberal hasta el fondo y apoyado en el Congreso por lo peor de la clase política tradicional.
Este mal gobierno ha hecho crecer la oposición, por eso aumentan las movilizaciones y la agenda del presidente no suena en redes ni medios, el propio balance de este primer año publicado por la Presidencia es penoso en la forma y en el fondo.
Las elecciones regionales son una gran oportunidad para renovar liderazgos y prepararnos para un cambio en el gobierno. Es el momento de regenerar el Estado, la política y la sociedad. La participación electoral, la protesta social y laboral deben seguir siendo nuestras expresiones de descontento, pero siempre teniendo abiertos los canales del diálogo y el acuerdo.
Doscientos años después del final de la revolución de independencia, dan pena este gobierno y estas élites que no saben cómo, ni les interesa enfrentar, el desempleo, que sigue tolerando la delincuencia de cuello blanco y cogobernando con ella, que sigue de rodillas las instrucciones del embajador de los Estados Unidos, que publica como gran triunfo que se pueda exportar a China 100.000 dólares en aguacates.
El primer año de gobierno de Iván Duque es el de la decadencia de unas oligarquías que huelen a naftalina. Es el tiempo de sacar a Colombia de este atraso institucional y de este feudalismo, es la hora de la regeneración de nuestra república, las élites que han gobernado este país desde agosto de 1819 han cumplido su ciclo. Hasta los que votaron por Duque lo sienten.
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