Cuando el doctor Rafael Pardo fue Ministro de Defensa Nacional dijo que la guerra no se puede medir “en litros de sangre”. Por desgracia nuestra guerra no es muy distinta a las demás, que son destrucción, ruina, traiciones, secuestros, robos, asaltos y muertos, muchos muertos, dentro de la premisa de que el ganador es el que más muertes ocasione.
Por más que existan reglas de comportamiento para las guerras, normas de Derecho Internacional Humanitario, códigos de honor entre los combatientes, siempre se incumplen. Todos los días, en tantas guerras que azotan al mundo, se utilizan armas prohibidas, se tortura y mata a los prisioneros y se causa persecución y daño a los civiles no combatientes. ¡Es un horror!
En Colombia tenemos un sistema político democrático, imperfecto, pero sostenido en una Constitución Nacional con claro origen popular y con autoridades elegidas o designadas según este Estatuto o la Ley, cuyas normas debemos obedecer.
No siempre es así. Las Fuerzas Militares son instituciones respetables a las que los colombianos debemos alta consideración, con una historia loable de hace doscientos años, pero en ocasiones miembros indeseables de sus filas han cometido desmanes y crímenes que han afectado el prestigio de las Instituciones y causado grave e irreparable daño a las familias colombianas. Fue lo que ocurrió con los “falsos positivos”.
También sucedió en otras épocas. Fui testigo de un caso que aún me estremece, hace casi 40 años. Un buen día me visitaron en Barrancabermeja un amigo, abogado de prestigio de San Vicente de Chucurí, y el padre de Josías Landazabal, a quien una unidad del Ejército, de forma arbitraria me dijo, tenía preso en el Corregimiento de Yarima, cerca al Puerto Petrolero.
Inmediatamente salimos a enterarnos bien del caso y a buscar la libertad del muchacho, de unos 20 años. Un Mayor del Ejército nos recibió en la carpa donde funcionaba su oficina y nos dijo que no había ningún detenido con ese nombre. Dimos la vuelta al potrero donde estaba ubicado el improvisado cuartel y de pronto el señor Landazábal nos dijo, “ese es Josías”.
El padre llamó la atención del muchacho y se entendieron por señas. Tratamos de hablar de nuevo con el Oficial, pero no nos atendió. Regresamos, ellos a San Vicente y yo a Barrancabermeja, preocupados y muy pendientes de la situación.
Dos días después leí en Vanguardia Liberal sobre un enfrentamiento del Ejército con las Farc, en el que habían muerto varios guerrilleros, entre ellos uno llamado Josías Landazabal. La indignación fue muy grande, se hicieron toda clase de denuncios y yo llevé el caso a un debate que se realizó en la plenaria de la Cámara de Representantes, en donde existen todas las constancias del caso. Nunca se supo nada de nada.
Por eso la importancia de las denuncias del New York Times. Podemos estar frente a un nuevo caso de “estímulos perversos”, de los que terminan en “falsos positivos”. Así fue asesinado Josías Landazábal. ¡Y es mejor prevenir, que curar!
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