Por: Jairo Andrés Amaya García
El problema de fondo radica en que mucha gente cree que los niños pueden «cambiar» su orientación sexual con solo mirar a una pareja besarse en un centro comercial. Eso es falso. Si por eso fuera, en la práctica NO existirían los «gay» porque el primer tratamiento para «corregirlos» sería —precisamente— ponerlos a ver, por largo tiempo, a parejas de hombre y mujer besarse apasionadamente.
Los «gays» han salido de ambientes en donde toda la vida vieron besarse a parejas heterosexuales, en cine, la televisión o personalmente y nunca esas escenas de besos los «corrigieron» para que fueran heterosexuales. Incluso, estoy seguro de que —pese a la besatón del pasado miércoles en el Centro Andino de Bogotá— ningún niño se «convirtió en gay».
Otro «mito» con relación a los derechos de la comunidad LGTB es que, si se les permite «todo lo que piden”, mañana tendríamos que aceptar —por ejemplo— que un costeño «por el libre desarrollo de su personalidad» solicite contraer matrimonio con una “burra” y la Corte Constitucional tendría que aceptarles ese «derecho». Ese concepto también es falso, porque una relación sexual y una relación matrimonial deben ser consentidas por ambas partes y cada una de ellas deben ser seres racionales. Una “burra” es un animal inferior que no tiene capacidad de raciocinio y por lo mismo no sabe lo que hace, por esa razón ese principio no aplica para equipararlo con la comunidad LGTB y ofende la dignidad de quienes conforman ese colectivo.
La orientación sexual es algo que nace con la persona, por ejemplo, si a un hombre le gustan las mujeres blancas, rubias, o a un «gay» le gusta un hombre, NADIE, lea bien, NADIE le puede «cambiar o corregir» ese gusto. Ni siquiera en los tiempos de Adolfo Hitler, que los nazis intensificaron la persecución de los hombres homosexuales —a los que capturaban y eran conducidos a los campos de concentración, donde eran electrocutados y sometidos a tratamientos de tortura— «para que se volvieran heterosexuales». Por eso me parece ridículo que algunos opinen que es «peligroso» que los niños vean a un par de gays dándose besos en un centro comercial.
A los niños hay que educarlos
A los niños hay que protegerlos pero con buena educación, pero cuando hablamos de educación, hay que referirse al conjunto de valores, enseñanzas y habilidades que el pequeño debe aprender con el paso del tiempo, a la transferencia de conocimientos, y a su socialización. Y esto no se refiere únicamente al ámbito académico, sino al conjunto de la sociedad, empezando por su propia familia.
Por ejemplo, a los niños hay que enseñarles a que tengan una buena autoestima, a sentirse amados, a que trabajen con honradez y entusiasmo, a que no digan mentiras (porque quien miente roba y quien roba es un corrupto), a que no envidien a nadie, ni hablen mal de nadie, a que no malgasten el dinero y aprendan a economizar algo, a que no se comprometan con lo que no pueden cumplir, a que sean amables con todo el mundo, a que ayuden a los pobres, a que no traten de engañar a nadie, a que respeten las opiniones ajenas, a que dejen la violencia y vivan en paz, a que sean fuertes en momentos de dificultades, a que miren siempre el lado bueno de las cosas, a pensar solamente en lo mejor, a alegrarse por el triunfo de los demás y a que «no discriminen».
Discriminar es el acto de separar o formar grupos de personas a partir de «criterios determinados». Se refiere a la violación de la igualdad de los derechos humanos por edad, color, altura, capacidades, etnia, familia, género, características genéticas, estado marital, nacionalidad, raza, religión, sexo y orientación sexual.
En filosofía moral se ha definido a la discriminación como un trato o consideración «desventajosa» y eso NO se les debe infundir a los hijos.
Cuando observamos el mundo desde esta óptica, constatamos que cientos de millones de personas continúan siendo discriminadas en todo el mundo, porque pertenecen a un pueblo o a una etnia, por su lengua, por sus creencias, por su situación social o económica, por su linaje, por su opinión política, y también por su sexo, por su edad o por su orientación sexual.
Se necesitaron de muchos siglos para que finalmente la humanidad reconociera oficialmente el texto de la «Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948», que está inspirada en el texto de la «Declaración de los Derechos Humanos y del Ciudadano de 1789» tras la Revolución Francesa.
Aun así, en pleno siglo 21 gran parte del problema continua.
Ojalá aprendamos a respetar las diferencias y enseñárselas a nuestros hijos, porque, con toda seguridad, viviremos en un mundo mejor, en un mundo de respeto, tolerancia y en paz.
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JAIRO ANDRES AMAYA GARCIA es un habitual columnista de BARRANCABERMEJA VIRTUAL. Puede ser contactado en el correo electrónico: [email protected]
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