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“Yo no pateo perro muerto”

“Yo no pateo perro muerto”Por: Jorge Gómez Pinilla.

 

Bien llamativa resultó la respuesta amenazante de Paola Holguín a la columna de Yohir Akerman donde reveló los vínculos que el papá de ella, Frank Holguín Ortiz, sostuvo con Pablo Escobar en los años 90 como narcotraficante y testaferro del capo. El trino de la senadora uribista es fiel reflejo de su catadura moral y del entorno mafioso que la envuelve: “yo no pateo perro muerto” da a entender que el periodista se va a morir… o ya se puede dar por muerto. Sea como fuere, el meollo del intríngulis reside en que, si la columna de Akerman mintiera, en lugar de una amenaza ella habría anunciado denuncia penal por injuria, calumnia o atentado al «buen nombre». Si calla en eso, es porque no puede desmentirlo. O sea, no se atreve a patear al perro estando vivo. (Ver columna).

 

DE REMATE: Hace cuatro años por los idus de marzo publiqué algo titulado El trabajo intelectual es la puta del paseo, donde conté que “llevo diez años escribiendo columnas gratis, primero para El Tiempo, luego para Semana y ahora para El Espectador. Solo aquí se justifica, pues (…) este diario bate récord mundial como el que más columnistas tiene por kilómetro cuadrado, de modo que si les pagaran a todos se quebrarían al día siguiente”.

 

El Espectador fue el primer medio colombiano importante que comenzó a cobrar por la lectura de su información digital, mediante suscripciones que van desde una baratísima mensual de $19.000 hasta el paquete Súper Premium de $269.000, que incluye suscripción anual a The New York Times.

 

Hasta el pasado lunes 25 de marzo yo tenía acceso ilimitado en mi condición de columnista, pero justo ese día a primera hora de la mañana quise entrar a Elespectador.com y me topé con un letrero que advertía en tono amable –aunque enérgico- haber sobrepasado el número máximo de 16 visitas gratuitas permitido, y solo dejaba una opción bien visible en el centro de la pantalla:

 

SUSCRÍBETE

 

Pensé que debía tratarse de una equivocación, así que llamé directamente al despacho de don Fidel Cano y le pregunté a su asistente con quién debía hablar para renovar la suscripción de cortesía, y ella me comunicó también en tono amable –aunque enérgico- que “de ahora en adelante toda persona que quiera leer El Espectador, desde el director hasta los empleados pasando por los columnistas, debe tomar una suscripción en cualquiera de sus modalidades”.

 

Le pregunté entonces –de puro atrevido- si eso incluía a los columnistas que escribimos gratis para este diario, y su monosilábica respuesta fue la misma de una novia a la que una vez conminé a que me respondiera si “¿definitivamente, tu última palabra es NO?”, y ella respondió SÍ.

 

Así las cosas, en vista de la intransigencia de esta casa editorial frente a una contraprestación tan mínima como sería una suscripción de cortesía ad aeternum, me veo en la penosa obligación de anunciar que a partir de este momento se cierra un ciclo, y quienes estaban pensando relamidos de la dicha que yo renunciaría a este espacio de opinión por no querer pagar pinches $19.000 mensuales de suscripción, se quedarán viendo un chispero.

 

Contrario a lo que podría pensarse, el suscrito columnista solo tiene motivos de gratitud con el director del periódico que le abrió sus puertas hace cuatro añostras ser despedido de Semana por un asunto del que ya no logra acordarse, y hoy es consciente de las dificultades a las que se enfrentan otrora poderosos medios, como los mencionados en este párrafo.

 

Es una apuesta arriesgada la que han asumido El Espectador y Semana al sumarle al cobro de sus ediciones impresas el de su contenido digital, pero es lo que hay, así se expresa la segmentación de los mercados: se pierden lectores de bajos recursos, pero se generan nuevos ingresos, los de quienes cuentan con la capacidad económica de suscribirse y saben que pagan por lo que no encontrarán en otros medios.

 

Si El Espectador y Semana logran mantener la calidad periodística, satisfacer las expectativas del suscriptor y no perder su capacidad de influir en las decisiones nacionales, lograrán mantener airoso a su “producto” en el cada vez más competido negocio del periodismo digital.

 

Según informó La Silla Vacía, El Tiempo se había puesto como fecha el seis de noviembre de 2018 para empezar a cobrar por su contenido digital, y luego lo aplazaron para diciembre porque alguien se acordó de que ese mes caía abruptamente el tráfico en las páginas de noticias. Pero se llegó abril de 2019 y la tan sonada “innovación” nada que arranca, y no sería de extrañar que el reiterado aplazamiento obedezca a la crisis de credibilidad desencadenada por las cercanas relaciones entre el fiscal Néstor Humberto Martínez, el grupo AVAL y Odebrecht.

 

El problema de fondo –ligado al tema económico- es la amenaza que hoy se cierne sobre el periodismo independiente, más con un gobierno de corte neofascista como el actual, que llega a barrer y decorar la casa a su gusto. Es apenas obvio que el régimen cuyas garras comienzan a aflorar hará el mejor de sus esfuerzos para darles un trato VIP a los medios de comunicación más condescendientes… y para tratar de “neutralizar” a los que sigan prefiriendo la independencia.

 

De ello da cuenta Noticias Uno, sobre el que pende como espada de Damocles esta amenaza lanzada por Álvaro Uribe en marzo del año pasado: “Daniel Coronell, contratista de Santos, tiene pánico y con razón: un Gbno de Iván Duque manejará con transparencia las concesiones de televisión”. La amenaza en últimas es para todo medio, magistrado(a), político, funcionario o periodista que trate de salirse de la ‘pauta’ trazada desde arriba. Eso les traería onerosas consecuencias, como las que se vivieron durante los ocho nefastos años de la Seguridad Democrática: chuzadas del DAS, persecución a las Cortes, entrada de mafiosos a la Casa de ‘Nari’ por el sótano, Yidispolítica, etc.

 

Hoy más que nunca se hace urgente cerrar filas de apoyo en torno al periodismo independiente, y el único modo de preservar su independencia es pagando una suma justa y módica. Y no se vaya a pensar que el sentimiento que aquí me anima es de lo más altruista y solidario, no señores. Es que si no se suscriben, ¡¿cómo carajos vamos a hacer para que nos lean?!

 

 

Tomado de El Espectador

 

 

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